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En los últimos meses de mi vida he enfrentado muchos retos. Junto a varias familias estamos en la primera etapa de plantar una iglesia en la Ciudad de Guatemala. En este post no quiero hablar de mi experiencia, sino explicar por qué usamos la frase “plantar una iglesia” para describir este proceso. Es un poco raro, ¿no? Si no decimos que vamos a plantar un nuevo negocio o plantar una nueva casa, ¿no sería mejor decir que vamos a empezar o establecer una iglesia?

La razón tras esta frase es teológica y viene de 1 Corintios 3:7–9,

Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa (su propio salario) conforme a su propio trabajo. Porque nosotros somos colaboradores en la labor de Dios, y ustedes son el campo de cultivo de Dios, el edificio de Dios.

Aquí Pablo usa la metáfora de un jardín para describir la vida de la iglesia. Para entender esta metáfora, miremos tres elementos del proceso de plantar iglesias y el próposito final detrás de él.

La semilla: el evangelio

Cuando decimos que estamos plantando una iglesia, realmente no estamos plantando una iglesia —estamos plantando el evangelio—, y esperamos, anticipamos, y oramos que Dios dé el crecimiento para que —a través del evangelio— la iglesia pueda crecer (1 Co 3:9). El evangelio es el punto de nacimiento de la iglesia, o para continuar con la metáfora del jardín, es la semilla que plantamos para crecer una iglesia.

Plantar una iglesia es una experiencia emocionante, especialmente para los que nunca lo han hecho. Y si te dejas llevar por la emoción puedes empezar a enfocarte en todas las cosas equivocadas: “¿Donde vamos a tener las reuniones?, ¿Cómo va ser la música?, ¿Cuanta gente va llegar?, etc.”. Cuestiones de importancia, sin duda, pero no donde debes empezar. La primera cosa que debes preguntarte es, “¿Verdaderamente creo en el evangelio?”. Si la respuesta es “sí”, entonces debes empezar a examinar qué significa eso para tu iglesia. Y si la respuesta es “no”, entonces mejor dedícate a otra cosa.

La planta: la iglesia

Ya cuando la semilla del evangelio ha sido plantada en un lugar, la planta de la iglesia debe crecer. Es nuestra responsabilidad como pastores cuidar a la iglesia y ser buenos mayordomos de su fruto (Juan 15:8), al igual que cualquier jardinero con las plantas de su jardín. Pero de la misma manera que un jardinero no puede controlar el crecimiento de sus plantas, nosotros no podemos controlar la obra de Dios. Podemos ser fieles, obedientes, y habilidosos en cuidar a la iglesia, pero hay elementos que no podemos controlar. No olvidemos del Salmo 127:1, “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican…”. Pero esto no es una razón para desesperarnos. Aunque no tenemos el poder para crecer a la iglesia, sí podemos orar y confiar en el Señor para su crecimiento.

En fin Cristo es la cabeza de la Iglesia (Col 1:18). Él es el pastor titular y Él se encargará de ella. Una oración común entre los líderes de nuestra iglesia es, “Dios, haz lo que te dé la mayor cantidad de gloria. Si eso significa crecer nuestra iglesia, hazlo. Si eso significa derribar nuestra iglesia, haz tu voluntad”. Plantar una iglesia nunca se ha tratado de crear tu propio reino o imperio. Se trata de plantar el evangelio en el corazón de pecadores para que sean transformados y santificados como una comunidad a través del evangelio por el poder del Espiritu Santo.

OJO: es importante nunca olvidarnos del origen de la planta: la semilla. Una iglesia que se olvida del evangelio se olvida de la razón para su existir y la razón por la cual debe seguir existiendo: para llevar a sus discipulos a un entendimiento más profundo del evangelio.

La fruta: los discípulos

Una planta saludable siempre producirá fruta. ¿Y cuál es la fruta de la iglesia? Sus discipulos. Algunos en este momento dirán, “A mi no me importan el número de discípulos, siempre y cuando seamos fieles a la Escrituras”. Pues. . .sí, pero creo que las palabras de Tim Keller nos pueden ayudar en este area un poco. Habiendose dado cuenta que muchos ponen en contraposición la fidelidad contra el éxito en el ministerio, Keller dice lo siguiente:

. . . una premisa para la evaluación ministerial con un carácter más bíblico que el éxito y la fidelidad, es la productividad. Jesús, por supuesto, les dijo a sus discípulos que debían «dar mucho fruto» (Juan 15:8). Pablo lo dijo de manera más específica. Se refirió a las conversiones como «fruto» cuando quiso predicar en Roma, «para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles» (Rom 1:13 RV60).(15)

Keller continua explicando que si tomamos en serio las palabras de Pablo al comparar el ministerio de la iglesia como trabajar en un jardín (1 Co 3:9), entonces la batalla por ser únicamente fiel o únicamente exitoso es insuficiente. Un jardinero debe ser fiel para cultivar su jardín, pero también debe ser habilidoso para crecer fruta. No se trata simplemente de tener éxito porque a fin de cuentas Dios es el que prosperará el crecimiento de la iglesia, no nosotros. No se trata simplemente de ser fieles, una perspectiva que puede poner un enfoque tan grande a la doctrina de un creyente que no paramos a preguntarnos si realmente es competente para hacer discípulos, un mandamiento no-opcional (Mat 28:30). Debemos luchar por ser productivos y habilidosos, exigiendo a nuestros miembros a tener un grado alto de carácter piadoso y fidelidad a las Escrituras (fruta en el interior), pero también exigiéndolos a ser capaces de hacer discípulos (fruta en el exterior).

OJO: de la misma forma en que una fruta lleva dentro de sí la misma semilla de la que nació y creció, los disciplos verdaderos llevan dentro de si mismos el evangelio que recibieron y han sido comisionados a llevar a ese evangelio a cada rincón del mundo (Mat 28:30).

El propósito: la gloria de Dios

Si solo Dios puede dar el crecimiento, solo Él puede recibir la gloria. Este es el mensaje central que comunica Pablo en 1 Corintios 3:9. No importa tu habilidad, ni tu grado de fidelidad, ni tus éxitos. A fin de cuentas, Dios es el que planta la Iglesia. Cristo es su cabeza y Él nos presentará como limpios e irreprensibles delante del Padre (Col 1:18–22). La plantación de iglesias es una obra que cae bajo la bandera de Soli Deo Gloria y lo hacemos, no por nuestra fama, sino por la fama de Su nombre.

Ícono usado bajo licencia CC BY 3.0.

 

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