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Sobre el cristiano y las relaciones

Esta mañana un amigo amado me pasó un video impactante. A seis fotógrafos se les solicita que capturen una foto de una persona, y le dan un poco de historia. Su sujeto era un alcohólico en recuperación, un millonario, un pescador, un psíquico, un salvador de vidas, y un ex convicto. Cada fotógrafo tomó un retrato diferente, resaltando cosas diversas que entendían eran representaciones de la esencia de cada persona. Pero cada artista fotografió la misma persona, solo que había recibido historias diferentes. En el resultado final se puede ver los enfoques diferentes, dependiendo de lo que cada artista pensaba que era su sujeto. El video concluye: “La forma de una fotografía depende más de la persona detrás de la cámara que de lo que tenga delante de ella”.

Juzgando por lo que vemos

La idea de este video no es nueva. Todos nosotros juzgamos según las apariencias y según lo que creemos de la persona que tenemos delante. Es parte de nuestra naturaleza (caída). Quizás es un instinto de auto supervivencia (afectado por el pecado). Si quien tenemos delante puede sernos de beneficio, o luce de dinero, o tiene una buena presencia o elegancia, tendemos a tratarlo mejor que si fuera lo contrario. De lo que pensemos de nuestro sujeto depende la fotografía que tomemos. Pero los cristianos tenemos un llamado superior. El apóstol Pablo nos instruye:

“Pues el amor de Cristo nos apremia (nos controla), habiendo llegado a esta conclusión: que Uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de ahora en adelante ya no conocemos a nadie según la carne. Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, sin embargo, ahora ya no Lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas”, 2 Corintios 5:14-17

Este texto completo es interesante, y quiero hacer énfasis en el verso 16: “De manera que nosotros de ahora en adelante ya no conocemos a nadie según la carne”. Según la carne, según lo que es evidente, según la apariencia, nosotros ya no conocemos a nadie. Nuestro enfoque no está en lo de afuera. Ya que la muerte de Cristo hace posible la salvación de cualquier persona que crea, y el amor de Cristo nos controla, y ya no vivimos para nosotros mismos, ahora nuestro enfoque es la salvación de toda persona, sin importar cómo luzca por fuera.

Esto es lo que la Palabra dice que debe ocurrir, pero tú y yo sabemos que no siempre es así. Si tenemos una reunión con alguien “importante”, cuidamos cada palabra que decimos. Si estamos de frente a un pobre o indigente, lo tratamos como si fuera algo menos que humano. Y no solo somos culpables como individuos: Santiago nos dice que el pecado de parcialidad puede afectar a una iglesia completa (Stg. 2:1-5). ¿Nos acusaría nuestro Señor de tratar a alguien de recursos en nuestra congregación como si fuera de más valor? ¿De tratar al pobre como si fuera de segunda categoría?

Un llamado mejor

A la hora de relacionarnos unos con otros, ya sea con inconversos o con nuestros hermanos, la única cosa que importa es si estamos en Cristo o no. Si estamos en Cristo, entonces esa relación es de hermanos de sangre (Stg. 2:6-9). Es de amor el uno por el otro, sin importar que sea con el más cool de los cristianos o con uno de los más aburridos. Que sea el que tiene el Play Station 4 y la tele de 70” o el que la iglesia le ayuda a pagar la renta. El que sea cristiano de tercera generación o un nuevo creyente. Las cosas viejas pasaron. No lo conocemos según la carne. El amor de Cristo nos controla.

Algo similar moldea nuestras relaciones con los inconversos. Aunque sea mi profesor de la universidad y mi nota dependa de él, o sea un mendigo que veo cada cierto tiempo mientras camino al trabajo. Que sea mi jefe o sea mi empleado. Que sea alguien con quien tengo una excelente relación o alguien que no me cae muy bien. Si no está en Cristo, es alguien a quien estamos llamados a amar. Y amar con el evangelio, presentándole las buenas nuevas de Jesús. Aunque sea la persona más prestigiosa y que tenga la aparente sabiduría de este siglo, o sea la persona más necesitada y no tenga una inteligencia particularmente elevada. No lo conocemos según la carne. El amor de Cristo nos controla.

Según el pasaje que estamos viendo, no hay nadie fuera de la capacidad de Dios para salvar. El peor de los pecadores. El que pareciera que nunca aceptaría el evangelio. El insoportable, que disfruta la maldad. O el religioso, que es bien moral, que deja a las damas pasar primero y se pone de pie en el bus para que se sienten los niños. El católico fiel. El agnóstico con preguntas correctas o incorrectas. El judío prestigioso. La madre soltera en necesidad económica. No lo conocemos según la carne. El amor de Cristo nos controla. También el pastor con una congregación disminuyente. El joven predicador con influencia en redes sociales. El cristiano más hípster o la anciana más vieja escuela. El mejor de los hombres en la iglesia. La mejor de las mujeres. A ninguno de ellos, dice Pablo, lo conozco según la carne. Tú y yo estamos llamados a lo mismo.

A la hora de escuchar la historia cada sujeto, el único dato que necesitamos saber es si es creyente o no. Si no lo es, entonces lo tratamos con amor, esperando que Dios nos use para salvación de esa alma. Si lo es, entonces lo tratamos con amor, esperando que Dios nos use para edificación de esa alma. Que nos convenga o no esa relación no nos importa. El amor de Cristo nos apremia. No vivimos para nosotros ni conocemos según la carne: vivimos para Él. La forma de nuestras fotografías no depende de nuestros sujetos sino de la persona detrás de escena. Y ese es Jesús.

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