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Definición

La regeneración es la obra soberana de Dios Espíritu Santo que concede vida espiritual a cada cristiano al resucitarlo de entre los muertos para que ahora, como una nueva creación, pueda arrepentirse y confiar en Cristo.

Sumario

La regeneración es la obra sobrenatural del Espíritu Santo que concede vida espiritual a los pecadores muertos. Esta no es una obra en la que el ser humano contribuya, sino que es una obra que le pertenece solo a Dios. Así como un infante no recibe crédito por haber nacido, el ser humano no recibe gloria por ser regenerado por Dios. Debido a que el ser humano necesita de la gracia y poder de la resurrección, cualquier actividad voluntaria de su parte, incluyendo la fe misma, no puede ser la causa, sino el resultado del nuevo nacimiento. La gracia de la regeneración es el poder de Dios que concede al ser humano la capacidad de ejercer fe y nuevas inclinaciones hacia Dios.

«El que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Jn 3:3), le dijo Jesús a Nicodemo. Nicodemo tuvo dificultades para entender lo que Jesús quería decir: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?» (Jn 3:4). Nicodemo no se dio cuenta de que Jesús estaba usando una metáfora de la experiencia humana (el nacimiento) para describir una realidad espiritual.

¿Qué es la regeneración?

Como explico en mi libro Salvación por gracia (en inglés), la regeneración se refiere a la «obra del Espíritu Santo que une al pecador elegido a Cristo, otorgando nueva vida a ese pecador muerto y depravado para que pueda levantarse de la muerte espiritual a la vida espiritual, al remover su corazón de piedra y darle uno de carne, de modo que es lavado, nacido de lo alto y ahora, como una nueva creación, capaz de arrepentirse y confiar en Cristo». También hay que añadir que «la regeneración es un acto que solo Dios hace y, por lo tanto, es de naturaleza monergista, realizada por el acto soberano del Espíritu al margen de la voluntad del hombre de creer y no condicionada a dicha voluntad. En resumen, la fe del hombre no causa la regeneración, sino que la regeneración causa la fe del hombre» (p. 127).

Observe varios componentes de esta definición.

1. La regeneración es la obra sobrenatural del Espíritu

Jesús atribuye la regeneración al Espíritu cuando le dice a Nicodemo: «… el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3:5). Jesús hace referencia a las figuras del profeta Ezequiel, que dijo que el Señor rociaría «agua limpia» sobre su pueblo para limpiarlo (36:25) y pondría su «Espíritu» dentro de ellos (36:27).

2. La regeneración no es obra del ser humano, sino de Dios

La figura del nacimiento transmite este punto. Al nacer, una nueva vida llega a este mundo. Pero es tonto pensar que el bebé merece el crédito. No, el niño es pasivo. Mucho más aún cuando se trata del nacimiento espiritual. El nuevo nacimiento es obra de Dios y solo de Él. El pecador es pasivo, pues no tiene vida espiritual. Si volvemos a Ezequiel 36 y cambiamos ligeramente de metáfora, nos daremos cuenta de que Ezequiel describe la obra regeneradora del Espíritu diciendo que el «corazón de piedra» del pecador debe ser extirpado y sustituido por un «corazón de carne», uno que no esté muerto sino vivo (36:26). Solo el Espíritu puede realizar esa operación en los no regenerados.

Por lo tanto, decir que la regeneración es un acto sinérgico —en el que Dios y el pecador deben cooperar entre sí y el pecador puede, en última instancia, conquistar la gracia de Dios— es tener demasiada confianza en la capacidad del pecador. El sinergismo no solo condiciona la gracia de Dios a la voluntad del pecador, sino que olvida que el pecador es incapaz de cooperar. El pecador no regenerado no está solamente herido y en necesidad de la ayuda de la gracia. No, está sin vida espiritual. No es como un hombre que está a punto de ahogarse en el océano y que solo necesita que Jesús le lance un salvavidas. Más bien, es alguien que se ha ahogado y está muerto en el fondo del océano. Necesita una resurrección. Esa es la manera en que Pablo habla a los efesios: «Estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo… Pero Dios… nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)» (Ef 2:1, 4-5).

3. La regeneración precede a la fe

Debe ser así. El ser humano —antes de la obra regeneradora del Espíritu— no está simplemente lisiado o herido, sino muerto, y si lo que necesita no es solo una gracia que asiste o coopera, sino una gracia con poder de resurrección, entonces cualquier actividad voluntaria de su parte —incluida la propia fe— no debe ser la causa, sino el efecto del nuevo nacimiento. Esto tiene más sentido si consideramos lo que el Espíritu hace en la regeneración.

La propia palabra expresa que se ha producido un despertar. El pecador estaba ciego, pero ahora puede ver a Cristo. Antes su voluntad solo deseaba el pecado, pero ahora se le han dado nuevas inclinaciones para anhelar a Cristo. La elección voluntaria del ser humano de confiar en Cristo es imposible a menos que primero el Espíritu haya liberado a la voluntad de su esclavitud espiritual.

En nuestra experiencia, todo parece suceder al mismo tiempo cuando creemos por primera vez en Jesús. Pero cuando analizamos la obra de Dios, podemos hablar según la lógica y reconocer que la regeneración no es causada por la fe, sino que la fe es causada por la regeneración. Si invertimos ese orden lógico en la salvación, condicionamos la obra sobrenatural del Espíritu a la voluntad del ser humano, cosa que las Escrituras nunca hacen. Por el contrario, el enfoque está en la voluntad de Dios: «En el ejercicio de Su voluntad, Él nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos las primicias de sus criaturas» (Stg 1:18) y según «su gran misericordia, [Dios] nos ha hecho nacer de nuevo» (1 P 1:3).

Por consiguiente, Juan no dice que todo el que cree nacerá de Dios, sino que todo el que cree «es nacido de Dios» (1 Jn 5:1). Antes estábamos ciegos al «resplandor del evangelio», pero cuando Dios dijo: «De las tinieblas resplandecerá la luz», de repente y de manera instantánea resplandeció «en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Co 4:3-6). Sí, el creyente elige a Cristo, pero solo porque el Espíritu ha soplado vida nueva en sus pulmones muertos y ha hecho resplandecer una luz nueva para abrir sus ojos ciegos. Somos como Lidia en el libro de los Hechos, pues ella no creyó en el Señor Jesús hasta que el «Señor abrió su corazón» (Hch 16:14).

Además, cuando hablamos de la fe, no podemos olvidar que es un don de Dios (Hch 13:48-50; Ef 2:8-10; Fil 1:29-30; 2 P 1:1). No es un don que Dios simplemente pone al alcance de los no regenerados; de nuevo, eso supondría sinergismo y una voluntad que no está en plena esclavitud al pecado. Más bien, la fe es un don eficaz, uno que el Espíritu debe implantar en el interior para que el pecador confíe en Jesús. Eso significa que no se puede pensar en la fe como si fuera «mi obra». Ciertamente, nosotros creemos. Dios no cree por nosotros. Sin embargo, solo creemos porque primero Dios nos ha dado la fe y ha hecho que dicha fe obre eficazmente dentro de nosotros. Decir lo contrario es convertir la fe misma en una especie de obra, despojándola de su origen divino.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diego Lazo.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

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