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Definición

Como agente de salvación, el Espíritu Santo entrega a Cristo y todas las bendiciones espirituales que la Escritura ha prometido al pueblo de Dios. El Espíritu otorga a la Iglesia lo que Cristo logró para la iglesia.

Sumario

La salvación es propuesta por el Padre, cumplida por el Hijo y ejecutada por el Espíritu Santo. Sin la acción del Espíritu en la salvación, todo lo que Cristo ha cumplido no tendría ningún valor para nosotros. Tal y como presenta la Escritura de manera consistente, el Espíritu nos da gracia, efectividad y nos da permanentemente a Cristo Jesús y cada bendición que ha prometido. Nuestra salvación está únicamente en Cristo. Nuestra salvación es únicamente por el Espíritu.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desempeñan funciones distintas en la salvación y actúan de forma soberana y sin fisuras. Sin embargo, a pesar del papel integral del Espíritu Santo en la salvación, su ministerio se subestima con frecuencia, y su labor redentora, incluida la iluminación de las Escrituras, queda relegada a un epílogo teológico. Algunos consideran que el Espíritu es necesario para el nuevo nacimiento (el comienzo de la experiencia de la salvación), pero lo consideran funcionalmente irrelevante después. Otros perciben al Espíritu como su genio privado, generador de experiencias, cumplidor de sueños y obrador de milagros.

Las perspectivas no bíblicas sobre el Espíritu Santo aparecen con suma claridad en ciertos paradigmas teológicos, pero también suelen manifestarse de forma reflexiva, incluso de labios evangélicos: «¡Oh Dios, por favor, danos poder por tu Espíritu para que “este” obre en nuestros corazones!». ¿Este? La Escritura protesta. ¡Ese poder proviene de la tercera Persona de la Trinidad, no se trata de algo, sino de Alguien! El Espíritu Santo es el Dios vivo que actúa entre su pueblo para nuestra salvación.

Las concepciones privadas, impersonales o fraudulentas del Espíritu no hacen honor a la Escritura ni se elevan a las alturas de la salvación bíblica. La Escritura perfila su papel esencial y duradero en nuestra salvación, de principio a fin. Él es el instrumento personal del evangelio.

Padre, Hijo y Espíritu Santo

Para comenzar, en el libro tercero de sus Instituciones, Juan Calvino afirma que «el Espíritu Santo es el nudo con el cual Cristo nos liga firmemente consigo».[1] Debe ser así, porque «mientras Cristo está lejos de nosotros, y nosotros permanecemos apartados de él, todo cuanto padeció e hizo por la redención del linaje humano no nos sirve de nada, ni nos aprovecha lo más mínimo».[2] El Espíritu Santo ministra a través de los tiempos, llevando a Cristo y su salvación a aquellos que viven antes y después de su obra redentora.[3] No hay salvación sin la elección del Padre y la humillación y exaltación del Hijo. Es verdad. Sin embargo, nadie disfruta de los beneficios de la vida, la muerte y la resurrección salvadora de Cristo al margen del Espíritu Santo. Él es el agente de unión vital, el pegamento del evangelio, el cual asegura a los pecadores a Cristo Jesús de forma inmediata y permanente.

En la víspera de su crucifixión, Jesús informó a sus discípulos de la solidaridad intacta (¡e inquebrantable!) entre Él, el Padre y el Espíritu.

«Pero cuando Él, el Espíritu de verdad venga, los guiará a toda la verdad, porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo Mío y se lo hará saber a ustedes. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que Él toma de lo Mío y se lo hará saber a ustedes» (Juan 16:13-15).

  1. Jesús afirma el marco trinitario eterno de la redención. La salvación es un acto divino y un don divino; y en su totalidad, se alcanza por el propósito y la obra del Dios Trino (Ef 1:3-14). En consecuencia, Jesús une su propia obra y palabras a su Padre celestial: «todo lo que tiene el Padre es mío». Jesús «tiene» lo que el Padre «tiene». El contexto inmediato exige que entendamos estas referencias trinitarias aquí de forma prudente (en términos de actividad divina en la tierra). Mientras afirma que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eternos (ontología de tres Personas/un solo Dios), y la sólida comunión/mutualidad intertrinitaria que sustenta sus palabras, Jesús habla de la obra de redención en el escenario de la historia (Jn 16). Jesús no tiene nada que hacer o decir sino lo que su Padre le ha dado. Sus palabras y obras actúan según y en adhesión al Padre.
  2. Jesús habla explícitamente de lo que dice y hace el Espíritu Santo. El Espíritu nunca se desentiende de los propósitos salvíficos trinitarios. Es el Agente de la salvación, promueve e ilumina al Hijo de Dios como único Mediador entre Dios y los hombres (2 Ti 2:5). Y «como “el Espíritu de la verdad”, no posee una agenda propia; su papel en la Iglesia es básicamente renunciar a sí mismo y realzar a Cristo».[4] Conforme a la autoridad de la obra y las palabras redentoras de Cristo, dice «todo lo que oye» de Cristo. El Espíritu ministra con una incansable centralidad en Cristo. Sus palabras y obras operan de acuerdo con el Hijo y en consideración a Él.
  3. La elección de los tiempos verbales futuros en Juan 16 muestra la anticipación de Jesús del ministerio sin precedentes del Espíritu Santo, que, como revela Lucas/Hechos, se produce en Pentecostés. El acontecimiento decisivo para el Espíritu Santo es la resurrección de Cristo, cuando el Hijo de Dios recibe «toda autoridad […] en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18; cp. Ro 1:1-7). Esta autoridad recién alcanzada pondrá en marcha su gran empresa misionera, para la que promete estar con sus discípulos «hasta el fin del mundo» (Mt 28:20). Su presencia fortalecedora llega por medio de su Espíritu Santo, a quien derrama sobre su pueblo (Hch 2), y por el cual aplica su poder de resurrección vivificante a todos los que creen (Ef 1:15-23). El Espíritu asegura la eficacia de esta misión.

Así, el ministerio del Espíritu juega un papel específico, marcado por el alcance completo de la gloria salvadora: exponer, atraer y unir a los pecadores al Salvador y Rey de reyes resucitado y exaltado, quien da vida. Con su implacable enfoque centrado en Cristo, el Espíritu sostiene personalmente la misión de Cristo; el Espíritu, de hecho, entrega, aplica, efectúa la salvación de Cristo.[5] Dicho de manera más apropiada, el Espíritu ofrece no solo los beneficios, sino al Benefactor; nos da a Cristo mismo (Tit 2:14; Ro 8:9). La salvación, tal como la presenta la Escritura, viene por medio de una unión real con el Cristo real, un vínculo personal con la Persona de Cristo por medio de la Persona del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo y la Salvación

  • Nueva vida: Romanos 10:9-17 vincula la fe, el oír y la Palabra de Dios. Escuchar la llamada de Dios a abrazar a Cristo requiere una nueva vida dada por el Espíritu. Cristo no efectúa la salvación sobre la base de alguna capacidad humana latente en el alma no regenerada. Las Escrituras describen al incrédulo como no dispuesto e incapaz de creer (Ro. 8:9-11). Muerto a la voluntad y palabra de Dios, frío en relación a Cristo y su salvación, sordo a la voz y promesa de Dios, y desprovisto de cualquier mínimo de vida espiritual, el incrédulo necesita nueva vida. Es el Espíritu quien la da, cuando se instala soberana, eficaz e irresistiblemente[6] en cada creyente (Juan 14:16-17) y nos une a Cristo resucitado (Ef. 2:5).
  • Pecado: Sin el Espíritu, no hay conciencia espiritual de la atrocidad y la inmoralidad del pecado. Para que un pecador se convenza de la salvación de Cristo, el Espíritu Santo primero lo expone y lo convence de su pecado (Jn 16:8-11). Este ministerio de confrontación con el pecado continúa a lo largo de la vida del creyente, ya que el Espíritu genera una convicción más profunda y un arrepentimiento sincero (Ro 6:22; 1 Jn 1:9, 2:1-2), a medida que los creyentes crecen en conformidad con la santidad de Cristo (Ro 8:29).
  • Fe: La fe es una habilitación sagrada, una capacidad espiritual santa y totalmente espiritual que permite ver a Cristo como es: como Salvador y Mediador, y abrazarlo en su plena suficiencia salvadora. Puesto que «estábamos muertos en nuestros delitos y pecados» (Ef 2:1) y, por lo tanto, éramos incapaces de creer, la «fe es la obra del Espíritu Santo».[7] Lutero capta este punto de forma autobiográfica: «Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, o venir a Él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones y me ha santificado y conservado en la verdadera fe.[8] La Confesión de Fe de Westminster 14.1 describe con precisión este don de la fe como algo activo y vivo: «La gracia de la fe, por la cual los elegidos son capaces de creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones». La fe dada por el Espíritu no solo hace posible su ejercicio, sino que la hace irresistible. La fe salvadora es algo activo, que obliga al corazón creyente a confiar en Cristo personalmente, a recibirlo salvíficamente y a descansar en Él permanentemente.
  • Las Sagradas Escrituras: El Espíritu también cambia nuestra actitud y receptividad hacia la Palabra de Dios; las ovejas de Cristo oyen y reconocen la voz de su nuevo Pastor (Jn 10:27). Puesto que el oído del cristiano está ahora en sintonía con la voz viva del Espíritu, es decir las Escrituras, la persona que es habitada por el Espíritu se deleita en la Biblia y llega a una comprensión salvadora de la misma (Ef 5:18 y Col 3:16). Para decirlo con claridad, cuando leemos la Escritura, la entendemos y anhelamos obedecerla; solo lo hacemos gracias al Espíritu Santo, que ilumina nuestras mentes y calienta nuestros corazones hacia Cristo y su salvación (1 Jn 2:20-27).
  • La Iglesia: El mismo Espíritu que trae la fe y la salvación al pecador individual, trae la fe y la salvación a todo el pueblo de Dios. El Espíritu Santo es el que crea una comunión santa y familiar (Fil 2:1-2). Como Espíritu de adopción (Ro 8:15), crea una familia de Dios (Ef 1:3-6; 2:15). El apóstol Pablo describe la unidad del evangelio como obra del Espíritu: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1 Co 12:13). El Espíritu de la verdad confronta a muchos espíritus del error enseñando y afirmando la verdad (1 Jn 4:6). El Espíritu de la verdad «incorpora la verdad compartida en el corazón colectivo del pueblo de Dios, expresada visiblemente en la solidaridad confesional, la fidelidad teológica, la santidad corporativa y la unidad hermenéutica. Como discernieron y afirmaron los reformadores, esa humilde comprensión de las Escrituras solo surge en el cuerpo visible y confesante de Cristo. Y esa comprensión no se produce por la mera confianza en la sabiduría colectiva de los intérpretes, sino por el Espíritu en la Escritura que habla a la familia de Dios con una sola voz».[9] No todo en la Escritura es igualmente claro, por lo que hay diferentes tradiciones teológicas y eclesiales. Pero en su mejor manifestación, las distinciones denominacionales representan el compromiso compartido y forjado por el Espíritu de confiar, comprender y obedecer la Escritura. La soteriología (enseñanza sobre la salvación) es distinta de la eclesiología (enseñanza sobre la iglesia), pero nunca debe separarse de ella. ¿Por qué? Porque el Espíritu de Cristo es el Espíritu de su iglesia, donde Cristo reina abiertamente y es exaltado.
  • La justificación: La Escritura habla frecuentemente de la justificación de los pecadores en la muerte/resurrección de Cristo. Debido a la vida sin pecado y fiel al pacto de Cristo, el Padre lo reivindica y lo declara justo (1 Ti 3:16). Por la acción del Espíritu, los creyentes disfrutan de la vindicación/justificación de Cristo como propia: «pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6:11b; cp. Ro 3:24). La justificación está asegurada por Jesús; se nos aplica por su Espíritu.
  • Santificación: Los que están unidos a Cristo disfrutan además de «la muerte al pecado y la novedad de la vida, las cuales se efectúan en nuestra identificación con Cristo en su muerte y resurrección».[10] La santificación es obra del Espíritu Santo, que nos une a Cristo, quien, en su resurrección, no solo anula la culpa del pecado (para nuestro perdón), sino que vence el poder del pecado y de la muerte (para nuestra santidad). La santificación está asegurada por Jesús; nos es dada y actúa en nosotros por su Espíritu (Ro 6:1-11; Gá 5:16).
  • Seguridad: Aunque los creyentes se enfrentan a temporadas de dudas feroces, el Espíritu Santo ofrece amablemente garantías de la seguridad de la salvación en nuestros corazones (1 Jn 5:1-13). En nuestra más profunda aflicción, el Espíritu de Dios afirma nuestra identidad como hijos de Dios y hermanos de Jesús (He 2:11; cp. Ro 8:16-17). Cristo, en su hora más oscura, oró: «¡Abba, Padre! Para Ti todas las cosas son posibles; aparta de Mí esta copa, pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras» (Mr 14:36). Los hijos de Dios descubren el más profundo consuelo de nuestro Padre celestial, cuando, por el ministerio del Espíritu Santo, nos hacemos eco de nuestro Hermano Mayor y Salvador: «¡Abba, Padre!» (Ro 8:15; cp. Gá 4:6). La obediencia de Jesús aseguró la certeza del evangelio; el Espíritu Santo reconforta nuestros corazones con esa certeza producida por Cristo.

Conclusión

La salvación es tanto una obra como un don divino. Como tal, es completamente trinitaria, con aspectos esenciales de la salvación efectuados respectivamente y de manera impecable por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sin el propósito de gracia del Padre, no hay salvación. Sin la obra satisfactoria del Hijo, no hay salvación. Sin la fiel acción del Espíritu, no hay salvación. Porque el Espíritu Santo de Cristo es «la llave con la cual nos son abiertos los tesoros del Reino del Cielo».[11]


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Íñigo García de Cortázar.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1Juan Calvino, Institución de la religión cristiana (ed. Fundación editorial de literatura reformada; 2 tomos; Capellades: Barcelona, 1999), 3.1.1.
2Ibid.
3Bien entendida, esta afirmación sobre la aplicación de la salvación (ordo salutis) no disminuye el dramático cambio de época (historia salutis), cuando el Espíritu Santo fue derramado como se había prometido (Joel 2:28-32). De hecho, "una de las tentaciones de una teología del Espíritu, que reconoce la arraigada continuidad de la revelación en la Biblia, es subrayar tanto la continuidad del ministerio del Espíritu que corremos el peligro de aplanar los contornos de la historia redentora", Sinclair Ferguson, El Espíritu Santo (IVP, 1996), 26.
4Richard B. Gaffin, Jr., “Challenges of the Charismatic Movement to the Reformed Tradition,” Ordained Servant 7.3 (1998): 52. (https://www.opc.org/OS/pdf/OSV7N3.pdf)
5De hecho, la Escritura expresa “una unidad en su actividad de dar vida de resurrección (1 Co. 15) y libertad escatológica (2 Co. 3), por lo tanto, en la vida de la iglesia y dentro de los creyentes, Cristo y el Espíritu son inseparables, de hecho, uno. Richard B. Gaffin, Jr., By Faith, Not By Sight (Second Edition; P&R: Phillipsburg, NJ, 2013 ), 44.
6John Murray, La redencion consumada y aplicada (Libros Desafío, 2007), 99.
7Calvino, Institución, 3.1.4.
8Martín Lutero en Philip Schaff, ed., The Creeds of Christendom with a History and Critical Notes (rev. David S. Schaff; 6ª ed.; 3 vols.; Grand Rapids, Baker: 1980), 3:80. Lutero sostiene además que "la fe... es algo que Dios realiza en nosotros". Es "una confianza viva e inquebrantable, una creencia en la gracia de Dios tan segura que un hombre moriría mil veces por ella". Esta clase de confianza en la gracia de Dios, esta clase de conocimiento de la misma, nos hace alegres, animados y entusiastas en nuestra relación con Dios y con todos los hombres. Esto es lo que el Espíritu Santo realiza por medio de la fe", Martín Lutero, " Preface to the Epistle of St. Paul to the Romans”, en Martín Lutero: Selecciones de sus escritos (ed. John Dillenberger; NY: Doubleday Anchor, 1962), 23-24.
9David B. Garner, “Commending Sola Scriptura: The Holy Spirit, Church, and Doctrine” Unio Cum Christo 4.1 (April 2018): 124. (https://uniocc.com/archive/Commending-Sola-Scriptura-The-Holy-Spirit-the-Church-and-Doctrine)
10John Murray, “Definitive Sanctification,” Calvin Theological Journal 2, 1 (1967): 14. (http://www.2pcgroups.org/wp-content/uploads/2010/11/Murray-Definitive-Sanctification.pdf: 10)
11Calvino, Institución, 3.1.4.

Lecturas adicionales

Recursos selectos en línea

Recursos selectos impresos

  • Sinclair B. Ferguson, The Holy Spirit (IVP, 1996).
  • Richard B. Gaffin, Jr., “The Holy Spirit,” Westminster Theological Journal (1980): 58–78
  • Robert Letham, Union with Christ in Scripture, History, and Theology (Phillipsburg, NJ: P&R, 2011).
  • John Murray, Redemption Accomplished and Applied (Eerdmans, 1955).