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Definición

El confiar en Dios es un elemento esencial de la fe verdadera y salvadora que mira a Dios y encuentra paz, fortaleza, satisfacción y mucho más en Él, y en todo lo que Él ha hecho, está haciendo y hará, ahora y para siempre en Su Hijo Jesucristo.

Sumario

En este ensayo veremos lo que significa confiar en Dios al observar cómo la confianza se relaciona con la fe salvadora. Luego trazaremos cómo esta confianza crece por medio de nuestro conocimiento de Dios, Sus promesas y Sus acciones. Concluimos mirando algunos ejemplos bíblicos de confianza y cómo se debe manifestar en nuestras vidas como cristianos.

Confiar en Dios es una de esas verdades que creemos comprender, pero que en realidad comprendemos hasta que nos toca experimentarla, y es en ese momento que descubrimos que hay mucho más de lo que habíamos pensado. La confianza en Dios es un aspecto de la fe salvadora, de la cuál se ha dicho que tiene tres elementos: conocimiento, asentimiento y confianza (cp. John Gill, Body of Divinity, vol. 1 [Grand Rapids: Baker Book House, 1978], 411). Los tres aspectos van de la mano, pero sin confianza, la fe es inadecuada y sorprendentemente indistinguible a la fe de los demonios que creen y tiemblan ante Dios, pero no se arrepienten o se humillan ante Él (Stg 2:19; cp. Sal 78:22). La confianza en Dios es esencial en la vida cristiana. Pero esto no significa que es fácil confiar en el Señor, especialmente en un mundo que cuestiona la cordura de confiar en Él a cada paso. Sin embargo, debemos confiar en Dios. La Biblia tiene mucho que decir que nos ayudará, sean cuales sean nuestras circunstancias.

Se nos ordena confiar en Dios

Lo primero que debemos entender es que se nos ordena confiar en Dios. David dice a los lectores que «ofrezcan sacrificios de justicia, y confíen en el Sᴇɴ̃ᴏʀ» (Sal 4:5). Proverbios 3:5-6 nos exhorta: «Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas». De hecho, la vida cristiana es una que confía en Dios desde el principio hasta el final. En su comienzo nos arrepentimos y creemos en el evangelio (Mr 1:15) y luego en el transcurso de la vida somos llamados a creer en Dios y a creer en el Señor Jesús, quién es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:1, 6). Como el escritor a los hebreos nos recuerda, «sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan» (Heb 11:6).

Esta fe, en la cual la confianza es un elemento central, es lo que distingue a quienes están en Cristo de aquellos que están en Adán, la cabeza federal de la humanidad caída (cp. Ro 5:12-6:14). Es algo que está forjado en nosotros a través de la gracia y el poder de Dios, a través de Su palabra y del ministerio del Espíritu Santo, pero también es algo que debemos hacer como creyentes. Es parte de nuestra responsabilidad el «[ocuparnos] en [nuestra] salvación con temor y temblor. Porque Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer, para Su buena intención» (Fil 2:12-13). Con el propósito de alentarnos a confiar en Dios, y crecer en nuestra relación con Él, la Biblia tiene mucho que decir en cuanto a la perfección de Dios, Sus promesas y Sus acciones, y nos provee con ejemplos en donde se confía en Dios, y en donde se describen algunas maneras en la que esta confianza debe manifestarse en nuestras vidas.

Las perfecciones de Dios

Todo sobre Dios es digno de confianza, por lo que Él está en la perfección de Su ser. La Biblia aclara esta gran verdad en dos formas: primero, nos advierte de lo absurdo de confiar en alguien o en algo que no es el Señor, y segundo, nos describe Su gloria única.

En Proverbios, la sabiduría es personificada y descrita como alguien que llama fuertemente en las calles, levantando su voz en el mercado llamando a quien sea que escuche sus advertencias sobre lo absurdo de quien sea indiferente a su consejo y reproche (Pr 1:20-33). Penaliza a los burlones y necios por odiar el conocimiento y por no temer al Señor e ir en su propia dirección y poner su confianza en otras cosas. Estas cosas son expuestas en Proverbios y en otros escritos bíblicos.

Por ejemplo, se nos advierte en contra de confiar en el hombre: «Así dice el Señor: “Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón”» (Jr 17:5). El libro de Proverbios afirma: «Como diente malo y pie que resbala es la confianza en el hombre engañador en tiempo de angustia» (Pr 25:19). En los tratos del Señor con el pueblo Israel en el Antiguo Pacto, Dios constantemente lo censuraba por sus alianzas políticas con naciones paganas, en vez de confiar en Él. «Yo sé que tú confías en el báculo de esta caña quebrada, es decir, en Egipto, en el cual, si un hombre se apoya, penetrará en su mano la traspasará. Así es Faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él» (2 R 18:21 cp. Is 30:2-3; 36:6).

También se nos advierte en contra de las riquezas: «El que confía en sus riquezas, caerá, pero los justos prosperarán como la hoja verde» (Pr 11:28; cp. Sal 52:7; Jr 48:7; 49:4). De igual manera, no debemos confiar en dioses falsos (Sal 31:6; Is 42:17), mentiras (Jr 13:25), belleza (Ez 16:15), nuestra preferencia, la superioridad militar (Os 10:13) y en nuestras propias mentes (Pr 28:26); todo lo cual al final del día termina siendo el confiar en nosotros mismos (Lc 18:9). Este es el prototipo del pecado humano y es el fundamento de todo nuestro pecado y rebelión. Nos alabamos y confiamos en nosotros mismos en vez de en el Creador, ¡Quién es bendito por siempre! (Ro 1:25). Su raíz es la idolatría, pero se revela de distintas formas.

En vez de poner nuestra confianza en algo creado, somos llamados a confiar en el Señor nuestro Dios, y por muchas buenas razones. Él no es una criatura sino que es el increado, el Creador eterno (Heb 11:3). No está sujeto al tiempo y nunca dejará de existir. Además, no es dependiente de nadie o nada para Su existencia. Él no necesita nada porque Él es la fuente de vida y aliento y todo lo demás (Hch 17:25). En teología, esto se refiere a la aseidad de Dios.

La Biblia también enseña que Dios es omnipresente, omnisciente, todopoderoso; nadie puede interferir sobre Su voluntad, resistirlo y salir indemne (Job 9:12; Dn 4:35). Como dice el Salmista, «Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place» (Sal 115:3). El apóstol Pablo afirma que Dios «obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad» (Ef 1:11). La soberanía de Dios es absoluta sin destruir o hacer irrelevante la libertad y responsabilidad humana. Nada sucede que Él no haya ordenado. Nada lo sorprende. Él conoce el fin desde el principio, hará todo lo que se ha propuesto y completará Su plan. Como el soberano del universo podemos confiar en Él sin importar lo que suceda. Estamos seguros en Sus manos. Como nos asegura Proverbios 21:30, «no vale sabiduría, ni entendimiento, ni consejo, ante el Señor».

Además de la aseidad y soberanía de Dios, la Biblia enseña que Dios es amor (1 Jn 4:8). Dios ama a toda Su creación y la cuida de muchas maneras (Mt 5:43-48; Hch 14:17; 17:25-27), pero tiene un amor especial para Su pueblo que los traerá a comunión consigo mismo y resultará en la salvación plena del pecado y de todos sus enemigos en este mundo y en el porvenir (Jn 17:23; Ro 8:29-39). Este amor de Dios nunca nos soltará y siempre podemos depender de Él.

Dios también es santo, lo cuál no solo significa que es trascendental y glorioso, sino también que es puro y sin pecado o deshonra (Is 6:3; Ap 4:8). Dada la naturaleza eterna de Dios, y Su increíble poder soberano y majestad, es una buena noticia el hecho de que Él es santo y amoroso. No hay maldad en Él y nada acerca de Su amor que sea inconsistente con quién es Él como el justo. Su amor es puro y sus juicios son perfectos. No puede haber ninguna queja de Él. Nada puede deshacer lo que Él ha hecho y declarado como justo (Ro 8:32-34).

Dios también es sabio, lo cuál significa que Él sabe cuál es la mejor meta y la mejor manera de llegar a ella (Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Christian Doctrine [Grand Rapids: Zondervan, 1994] p. 193). Es sumamente importante comprender la sabiduría de Dios, si es que vamos a confiar en Él. Significa que este mundo, y nuestras vidas en él, representan un curso trazado por la sabiduría divina. La sabiduría de Dios es frecuentemente difícil, y hasta imposible, de ver a este lado de la historia redentora porque no podemos ver las cosas desde Su perspectiva. Pero al final de este tiempo cuando podremos verlo todo junto al otro lado, podremos ver que Dios es sabio y que sabía lo que estaba haciendo (Job 12:13; Ro 16:27; 1 Co 3:19-20).

Las perfecciones de Dios engendran la confianza de Su pueblo y las Escrituras lo testifican. David dice, «En Ti pondrán su confianza los que conocen Tu nombre, porque Tú, oh Señor, no abandonas a los que te buscan» y también, «algunos confían en carros y otros en caballos, pero nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos» (Sal 9:10; 20:7; cp. 13:5; 21:7; 52:8; Is 26:4).

Las promesas de Dios

También podemos confiar en Dios porque Su Palabra es verdadera y Él mantendrá todas Sus promesas (Jn 17:17; Nm 23:19). El Señor declara una bendición en «el hombre que confía en el Señor, cuya confianza es el Señor» (Jr 17:7), y este será bendecido porque el Señor no puede mentir y porque va a cumplir todas Sus promesas. La Biblia está llena de lo que Pedro llama «Sus preciosas y maravillosas promesas» que tienen que ver con nuestra completa salvación y entrada al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P 1:3-11). No solo estas promesas son increíbles por sí solas, sino que podemos confiar en ellas como la Palabra de Dios para nosotros, cuyo cumplimiento será mucho más de lo que pensamos o imaginamos (Ef 1:20). Por ejemplo, nuestro Señor ha prometido nunca dejarnos o abandonarnos y estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo (Heb 13:5; Mt 28:20); para llevar a término la buena obra que comenzó en nosotros (Fil 1:6), lo cuál es nada menos que salvar a Su pueblo de sus pecados (Mt 1:21).

Además, el Señor ha prometido mantenernos seguros a pesar de nuestros numerosos enemigos, tanto humanos como demoníacos que quieren destruirnos. Él es el Buen Pastor que cuida de Sus ovejas y nos dice que nadie puede arrebatarnos de la mano del Padre (Jn 10:28-29). Ninguna arma que se apunte contra nosotros, los siervos del Señor, tendrá éxito y refutaremos toda lengua que se levante contra nosotros en el juicio porque el Señor ha prometido vindicarnos (Is 54:17). Pablo alude a esta gran promesa cuando escribe que nadie puede acusar a los elegidos de Dios; porque es Dios quién justifica y nadie puede condenar, puesto que Cristo murió y resucitó de entre los muertos e intercede por Su pueblo garantizándoles la gran salvación (Ro 8:31-39). Lo que comúnmente se le conoce como las «bienaventuranzas» en el «Sermón del monte» (Mt 5:3-12) no solo son descripciones de los ciudadanos del reino bendecidos por Dios, sino que se trata de promesas repetidas de bendición para aquellos que han sido transformados por Su gracia, asegurados por el predicador del sermón cuando murió en la cruz y resucitó de entre los muertos como lo declara el Evangelio de Mateo. 

Los actos de Dios

Dios es digno de confianza porque ha actuado en la historia para llevar a cabo Su plan de salvación para Su pueblo. Desde el principio, Dios no abandonó al mundo, sino que proveyó al Redentor para rescatar a los hijos perdidos de Adán. Pablo habla de los creyentes como elegidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo para que seamos santos y sin mancha delante de Él (Ef 1:4). A través de los años, Dios ha obrado para preparar la llegada de Su Hijo. Cuando llegó el tiempo, Dios mandó a Su Hijo, nacido de una mujer, sujeto a la ley, para redimir a quienes estaban sujetos a la ley, para que puedan recibir la adopción como hijos (Gá 4:4-5). No solo proveyó salvación para los creyentes judíos, sino también para los creyentes gentiles; para que ahora, si estamos en Cristo, seamos parte del Israel de Dios (Gá 6:16).

Los cuatro Evangelios hablan de la vida, muerte, sepultura y resurrección de entre los muertos de Jesús (Mt 27-28; Mr 15-16; Lc 23-24; Jn 19-21). El libro de los Hechos describe Su ascensión al cielo y la venida del prometido Espíritu Santo en el Día de Pentecostés (Hch 1-2; cp. Heb 1:1-3). Luego describe el nacimiento, el crecimiento y la expansión de la iglesia primeramente entre los judíos, luego samaritanos y finalmente a los gentiles. Esta obra salvadora de Dios continúa hoy a través de la predicación del evangelio y el testimonio de la iglesia cristiana y va a continuar hasta que Él haya salvado a todo Su pueblo de sus pecados y estén reunidos de toda nación como está simbólicamente representado por dos imágenes proféticas en Apocalípsis 7. Mientras que esto es solo una pequeña probada de lo que Dios ha hecho y está haciendo en Cristo y por medio del ministerio del Espíritu Santo, esto es suficiente para proveer un ancla para nosotros y darnos toda razón de por qué podemos confiar en Dios.

Ejemplos de confianza

Existen muchos ejemplos inspiradores de confianza en Dios dentro de la narrativa bíblica. El trato más extenso de este tema se encuentra en Hebreos 11, en donde se nos dice de la fe (y por consiguiente la confianza) de «tan grande nube de testigos» (Heb 12:1). Estos incluyen a Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Sara, Moisés, el remanente de Israel, Rahab, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, y muchos más que no son mencionados por nombre. De esta lista aprendemos que el Antiguo Testamento nos da ejemplos de que es lo que significa confiar en Dios en un mundo caído lleno de tribulaciones. 

En particular destacan personas como Abraham (Gn 22:1-19), David (1 S 17; Sal 26:1; 28:7; 52:8), Job (13:15; 19:23-27) y Daniel junto a sus tres amigos hebreos, Ananías, Misael y Azarías quienes con valentía confiaron en Dios (Dn 3:1-30; 6:1-28).

En el Nuevo Testamento se habla de personas como Zacarías y Elisabeth (Lc 1:5-25), María y José (Lc 1:26-38; Mt 1:18-25), Juan el Bautista (Mt 3:1-17; Lc 3:1-22; Jn 1:19-34), y los apóstoles, incluyendo a Pablo, quienes confiaron en Dios en momentos particulares, mientras obedecían las órdenes que Él había establecido para ellos (Pedro en Pentecostés, Hch 2; Pedro y Juan, Hch 3-4; Esteban, Hch 7; Pablo, Hch 16:16-40; 20:17-38; 27:13-44; 2 Ti 1:12; 2:8-11; 4:1-18).

La manifestación de la confianza en nuestras vidas como cristianos

  • Si confiamos en Dios, le vamos a obedecer como nuestro Señor soberano y porque creemos que Él sabe lo que es mejor. Desobediencia y confianza no pueden coexistir; si confiamos en Dios, vamos a andar en Sus caminos y hacer lo que nos pide hacer. Su profeta Samuel reprendió al rey Saúl por su desobediencia cuando dijo: «el obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros» (1 S 15:22). Como dice un himno, debemos «confiar y obedecer» (John H. Sammis, 1887).
  • Confiar en Dios nos ayudará a esperar en Él cuando se demora o hay silencio en respuesta a nuestras oraciones o en el cumplimiento de Sus promesas. Si se demora, es por una buena razón. Sus acciones están fundamentadas en Su sabiduría y amor. Antes de su ascensión al trono de Israel, David aprendió a esperar en el Señor. Él escribió: «Espera en el Señor, y vive según Su voluntad, que Él te exaltará para que heredes la tierra. Cuando los malvados sean destruidos, tú lo verás con tus propios ojos» (Sal 37:34). Nosotros debemos hacer lo mismo.
  • Confiar en Dios evitará que tomemos los asuntos en nuestras manos, como si nosotros supiéramos mejor que Dios lo que debemos hacer. Abraham (quién usualmente es un maravilloso ejemplo de la confianza de Dios) junto con su esposa Sara trataron de realizar el cumplimiento de la promesa de Dios por medio de Agar, la esclava egipcia de Sara, quién le dio a Abraham un hijo llamado Ismael (Gn 16). Esta no era la forma en que la promesa se iba a cumplir y las acciones de Abraham y Sara tuvieron muchas consecuencias imprevistas.
  • Si confiamos en Dios, no vamos a temer. «¡Dios es mi salvación! Confiaré en Él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡Él es mi salvación!» (Is 12:2). El temor llega a nosotros cuando quitamos nuestros ojos de Dios y comenzamos a mirar a nuestro alrededor. En vida y cuando pasamos por la muerte, debemos aferrarnos a Él (Sal 23).
  • Si confiamos en Dios, vamos a estar satisfechos con lo que nos ha dado. Sabemos que Él ha prometido dar cosas buenas a Su pueblo y que no retiene nada (Ro 8:32). Él nos dice que debemos pedirle por nuestro pan de cada día y buscar primeramente Su reino. Debemos confiar que Él nos proveerá para nuestras necesidades un día a la vez, de acuerdo con Su voluntad (Mt 6:11, 25-34).
  • Aquellos que confían en Dios actuarán en fe. Sabiendo quién es Dios, lo que Él ha prometido, lo que Él ha hecho y como Su pueblo ha confiado en Él en tiempos de tentación, obscuridad, deserción, adversidad y aflicción. Al igual que en tiempo de gozo y abundancia, el cristiano debe de ser audaz y valiente. En las palabras de William Carey (1761-1834), aquellos que confían en Dios van a: «Esperar grandes cosas de Dios; esforzarse en hacer grandes cosas para Dios».

Publicado originalmente en The Gospel Coalition.


Traducido por Jenny Midence-García.Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Lecturas adicionales

  • John Gill, Body of Divinity, vol. 2 (Grand Rapids: Baker Book House, 1978), 409-420.
  • Jerry Bridges, Trusting God (Colorado Springs: NavPress, 1988).
  • Charles Haddon Spurgeon, «Trust in God – True Wisdom», sermón sobre Proverbios 16:20.
  • John MacArthur, «Trust, Praise, and Bearing Fruit», sermón sobre 1 Juan 5:10.
  • Jerry Bridges, «Confiando en Dios aunque la vida duela».
  • Alistair Begg, «Confiar en Dios en la oscuridad», sermón.