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Definición

Dios es nuestro Padre no solo porque es nuestro Creador, sino también porque es nuestro Redentor; esto es lo que distingue la relación del cristiano con Dios y lo que nos permite relacionarnos con Él como Padre.

Sumario

En el Antiguo Testamento, Dios es el Padre de Israel (e Israel es su hijo) en el contexto de Dios como perdonador y redentor de Israel. Mientras que los judíos de la época de Jesús dudaban en llamar Padre a Dios (y les molestaba que Jesús lo hiciera), Jesús declaró a Dios como su Padre y enseñó a sus seguidores a hacer lo mismo. Dios es el Padre y es también el Hijo, a quien el Padre envió para llevar a cabo su plan de redención. Lo que distingue al Hijo del Padre no es la calidad de su ser, que es tan divino como el del Padre, sino el funcionamiento de su relación; según la cual el Hijo vino al mundo para hacer la voluntad del Padre. Nos relacionamos con Dios como Padre, por lo tanto, a través de Jesús el Hijo, participando de su filiación por medio de la adopción que recibimos a través de la obra redentora de Cristo por nosotros.

Los cristianos de hoy dan por sentado que Dios es nuestro Padre, pero pocas personas se detienen a pensar qué significa realmente este título. Sabemos que Jesús enseñó a sus discípulos a orar “Padre Nuestro” y que la palabra aramea Abba (”Padre”) es una de las pocas que Jesús usó y que ha permanecido sin traducir en nuestro Nuevo Testamento. Hoy en día, casi nadie encuentra esto extraño y mucha gente se sorprende al descubrir que los judíos de la época de Jesús, e incluso sus propios discípulos, estaban desconcertados por Su enseñanza. Esto se debe a que el significado más profundo y las implicaciones más amplias del término “Padre” se desconocen hoy en gran parte. El título se ha vuelto tan extendido y generalmente aceptado que ya no lo cuestionamos y, por lo tanto, a menudo no nos damos cuenta de lo importante que es para nuestra comprensión de Dios.

Comprensión precristiana de Dios como Padre

Jesús provocó una reacción cuando habló de Dios como su Padre, pero ¿inventó Él esa idea? ¿No hubo precedentes en el judaísmo (o quizás incluso entre los paganos) para su enseñanza? La afirmación de Jesús de que Dios era su Padre ocurrió por primera vez en un debate sobre el día de reposo, el sábado. Jesús afirmó que era apropiado que Él realizara curaciones en sábado porque, en sus palabras: “Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo” (Jn 5:17). En otras palabras, aunque Dios descansó el séptimo día de su obra de creación, su obra de preservación y finalmente de redención todavía estaba en curso. Además, Jesús asoció su propio ministerio con la obra continua del Padre, planteando la cuestión de su relación de una manera nueva que provocó rivalidad con los judíos. Como registra el Evangelio:

“Entonces, por esta causa, los judíos aún más procuraban matar a Jesús, porque no solo violaba el día de reposo, sino que también llamaba a Dios Su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5:18).

¿Fue justificada la reacción de los judíos? El Antiguo Testamento rara vez usa la palabra Padre como descripción de Dios, pero hay al menos dos textos importantes en los que lo hace. Ambos se encuentran al final de Isaías y ocurren en el contexto del pecado y el arrepentimiento. El primero dice así:

“Porque Tú eres nuestro Padre, aunque Abraham no nos conoce, ni nos reconoce Israel. Tú, oh Señor, eres nuestro Padre, desde la antigüedad tu Nombre es nuestro Redentor” (Isaías 63:16-17).

El segundo dice:

“Pero ahora, oh Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros el barro, y Tú nuestro alfarero; obra de tus manos somos todos nosotros. No te enojes en exceso, oh Señor, ni para siempre te acuerdes de la iniquidad” (Isaías 64:8-9).

A primera vista, podría parecer que Isaías estaba llamando a Dios Padre porque era el Creador de Israel, pero las cosas no son tan simples. Dios era el Creador de todo ser humano, no solo de Israel, pero no había establecido una relación de pacto con toda la humanidad. Por la forma en que Isaías se dirigió a Dios, queda claro que el profeta consideraba la conexión entre Israel y Dios como algo especial y diferente a lo que podría decirse de la relación de Dios con el resto de la raza humana. Para Isaías, llamar a Dios Padre era reconocer una relación particular con Él. En estos versículos, se habla de Dios como Padre no porque sea el Creador de Israel, sino porque es su Redentor; lo que revela la naturaleza de la relación especial que Dios tiene con su pueblo elegido.

El contexto para comprender el pacto de la paternidad de Dios también se expresa en otros textos del Antiguo Testamento, aunque la palabra “Padre” no se menciona específicamente. Considera, por ejemplo, las palabras de Moisés:

“Ustedes son hijos del Señor su Dios… porque eres pueblo santo para el Señor tu Dios; y el Señor te ha escogido para que le seas un pueblo de Su exclusiva posesión de entre los pueblos que están sobre la superficie de la tierra” (Deuteronomio 14:1-2).

Algo análogo aparece en el libro de los Salmos:

“Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen” (Salmos 103:13).

De manera similar, en los profetas encontramos lo siguiente:

“‘¿No es Efraín mi hijo amado? ¿No es un niño encantador? Pues siempre que hablo contra él, lo recuerdo aún más. Por eso mis entrañas se conmueven por él, Ciertamente tendré de él misericordia’, declara el Señor” (Jeremías 31:20).

En cada uno de estos casos, el tema subyacente es que Dios es el Padre de Israel. Él ha elegido a los israelitas como sus hijos y, como lo ha hecho, los redimirá a pesar de su pecado. Su paternidad se expresa en ese contexto de pacto y no tendría sentido fuera de él. Jesús sacó a relucir esta dimensión cuando desafió la suposición judía de que eran hijos de Abraham, tal como Él lo era. Reconoció su reclamo de alguna manera, pero continuó diciendo que, de hecho, tanto Él como ellos estaban haciendo el trabajo de sus respectivos padres espirituales, que no eran los mismos. Jesús estaba haciendo la obra de Dios su Padre, pero sus oponentes judíos estaban haciendo la obra del diablo, de quien Jesús dijo que era su verdadero padre, no Abraham. Esto enfureció tanto a los judíos que se sintieron impulsados ​​a clamar “Dios es nuestro Padre”, un reconocimiento de lo mismo por lo que criticaban a Jesús, pero una afirmación de la que el Antiguo Testamento da testimonio (Jn 8:37-59). Entonces, aunque no fue algo natural para los judíos, cuando se les provocó de esta manera, estaban preparados para admitir que Dios era su Padre en el sentido del pacto.

Los pueblos no judíos eran bastante diferentes. A menudo estaban dispuestos a reconocer la existencia de una figura divina del Padre, como vemos en el nombre de Júpiter (”Padre Jove”), pero no siempre estaba claro lo que eso significaba. Para algunos, su dios padre era un creador, pero para otros, y especialmente para los platónicos de la época del Nuevo Testamento, el Padre era una deidad oculta que habitaba sobre los cielos y no tenía contacto directo con las cosas materiales. En cambio, tenía una mente que producía pensamientos e ideas, uno de los cuales era el Creador (Demiurgo), quien hizo el mundo. La razón de esta distinción fue que los platónicos sabían que el mundo es imperfecto, por lo que el Padre no pudo haberlo hecho directamente. En la iglesia primitiva, hubo personas a las que llamamos gnósticos, que asumieron esta forma de pensamiento. Creían que Jesucristo era el Hijo del Padre oculto, a quien había enviado para redimir al mundo de la obra del Creador (inferior). Ningún cristiano podría aceptar esa idea porque la revelación bíblica deja en claro que el Creador y el Redentor son el mismo Dios. El Dios de la Biblia es el Creador de todos los seres humanos, pero el Padre solo de aquellos a quienes pretende redimir, y fue en su Hijo Jesucristo que reveló este propósito a aquellos a quienes había escogido para salvación.

Jesús y su Padre

Los cristianos llaman a Dios su Padre porque eso es lo que Jesús les enseñó a hacer a sus discípulos. Hizo esto no para enfatizar que Dios es su Creador (aunque por supuesto que lo es), sino porque es su Redentor. Jesús tenía una relación única con Dios el Padre que quería compartir con sus seguidores. Durante su tiempo en la tierra, Jesús fue bastante claro sobre esta verdad: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10:30). Hubo algunos en la Iglesia primitiva que interpretaron versículos como estos en el sentido de que Jesús mismo era el Padre, simplemente apareciendo en la tierra disfrazado. Sin embargo, ese punto de vista no puede aceptarse porque en muchas otras ocasiones Jesús habló con su Padre o se refirió a Él de maneras que dejan en claro que el Padre es una persona diferente. Esto es particularmente obvio en sus palabras en la cruz. Cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34) y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46). Es evidente que Jesús no estaba en un diálogo hablando consigo mismo.

Al mismo tiempo, también está claro en el Nuevo Testamento que Jesús tenía la autoridad del Padre para decir y hacer las cosas que se registran sobre Él en los Evangelios, y que lo que hizo fue obra de Dios. Un buen ejemplo de esto ocurre en el Evangelio de Marcos, cuando Jesús demostró a una audiencia escéptica que tenía el poder de perdonar los pecados; una prerrogativa que pertenece solo a Dios (Mr 2:6-12). Por lo tanto, sus críticos tenían razón al decir que al llamarse a sí mismo el Hijo, Jesús se estaba haciendo igual a Dios, porque Padre e Hijo comparten la misma naturaleza. Lo que distingue al Hijo del Padre no es la calidad de su ser, que es tan divino como el del Padre, sino el funcionamiento de su relación, según la cual el Hijo vino al mundo para hacer la voluntad del Padre.

Jesús reveló que el Padre decidió redimir al mundo, no por Él mismo sino a través de su Hijo. El Nuevo Testamento nunca explica por qué el Padre y el Hijo están relacionados entre sí de esta manera. Todo lo que podemos decir es que ambos están eternamente presentes en la Trinidad, pero por qué uno de ellos es el Padre y el otro es su Hijo es un misterio oculto a nuestros ojos (Jn 1:1-3). Lo que sabemos es que el plan del Padre era salvar a su pueblo elegido y que el Hijo accedió voluntariamente a convertirse en hombre para llevar a cabo las intenciones del Padre (Fil 2:5-8). Los pecados de los seres humanos tenían que ser pagados; no porque el Padre sea vengativo, sino porque sus hijos humanos le importan. Lo que hacemos es importante, y si nuestros actos son incorrectos, Él no puede simplemente ignorarlos. El precio de la rebelión contra Dios es la muerte; porque Dios es la fuente de la vida, por lo que ser separado de Él es ser cortado de la vida misma. Las personas espiritualmente muertas no tienen poder para pagar el precio de sus pecados; solo una persona sin pecado puede hacer eso. Por eso el Hijo de Dios se hizo hombre. Sufrió y murió, no solo por nosotros sino también por el Padre; porque la justicia del Padre quedó satisfecha con su muerte expiatoria. El Padre reconoció esto levantándolo de entre los muertos y llevándolo de regreso al cielo, donde lo ha puesto a su diestra como gobernante y juez del mundo (Hch 2:32-33; Fil 2:9-11; 1 Co 15:20-28).

El Padre y nosotros

Padre e Hijo siguen siendo personas distintas, pero trabajan juntos para la salvación de aquellos que han sido elegidos. El Padre se nos revela como el principio de la Deidad, el que planea la obra de la salvación y que envía al Hijo para que la lleve a cabo. El Hijo ruega por nosotros en la presencia del Padre y el Padre nos perdona por la intercesión del Hijo a favor de nosotros. Se nos anima a orar al Padre y se nos permite hacerlo porque el Hijo nos ha unido a Él en su muerte y resurrección (Gá 2:20). Con este acto, Jesús nos ha asociado con Él mismo como sus hermanos (Ro 8:16-7). La diferencia es que Él es el Hijo divino y sin pecado del Padre por naturaleza, mientras que nosotros somos pecadores adoptados por Él. El mismo Jesús dijo lo mismo cuando le dijo a María Magdalena, después de su resurrección, que fuera a sus discípulos, a quienes ahora llamaba sus hermanos, y les dijera lo que estaba por suceder:

“Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: ‘Subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes’” (Juan 20:17).

Por naturaleza, no somos hijos de Dios. Como sus criaturas, no tenemos nada en común con su ser divino, pero por la presencia de su Espíritu Santo en nuestro interior, hemos sido integrados en la vida de la Trinidad. Es por esta presencia del Espíritu en nosotros que podemos acercarnos al Padre y tener una relación con Él. Como Pablo escribió a los creyentes:

“Y porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: ‘¡Abba! ¡Padre!’ Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios” (Gálatas 4:6-7).

En términos prácticos, la relación que el Hijo nos ha dado con Dios Padre es análoga a la suya. En el Hijo, nos hemos convertido en herederos del reino del Padre, co-gobernantes con Él e incluso jueces de los ángeles (1 Co 6:3). Este llamamiento elevado tiene un precio, porque así como el Hijo glorificó a su Padre mientras estuvo en la tierra, nosotros también estamos llamados a glorificarlo (Jn 17:1-26). No podemos lograr esta tarea con nuestras propias fuerzas, sino solo en y a través de la relación que el Padre ha establecido con nosotros, a través del Hijo y el Espíritu Santo. Así como la Trinidad hace todo en relación con el Padre, todo lo que estamos llamados a hacer también debemos hacerlo en el contexto de la obediencia a su voluntad. Es al Padre al que oramos, a través del Hijo y en el Espíritu, porque ese es el modelo de nuestra relación con Dios, misma que Él nos ha revelado en su Palabra. Oramos al Padre porque como nuestro Creador es también nuestro Redentor, y es en ese amor redentor que lo conocemos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sam Ortiz.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.