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Definición

“El reino de Dios” es el dominio de Dios sobre su pueblo en la creación, establecido por medio de su Mesías en el nuevo pacto —el cual está presente en el mundo— aunque está esperando su cumplimiento total en la segunda venida de Cristo.

Sumario

El reino de Dios es central en la historia bíblica de la redención. La historia sigue la narración de la caída de Adán y Eva, el llamamiento de la nación de Israel, y la venida del Mesías prometido. Cuando Jesús vino como el Mesías, estableció el reino de Dios en el nuevo pacto a través de su muerte y resurrección, y ahora reina desde el cielo. Un día Él volverá para consumar las bendiciones del reino, en cuyo momento establecerá el nuevo Edén del reino de Dios en los nuevos cielos y en la nueva tierra. Mientras tanto, vivimos en el reino aunque no físicamente, sirviendo a nuestro Rey y buscando su regreso.

“El reino es el poder del Rey sobre el pueblo del Rey en el lugar del Rey” (véase Patrick Schreiner, El Reino de Dios y la Gloria de la Cruz, 18). El reino de Dios tiene sus raíces en el Antiguo Testamento y es lanzado en el ministerio público de Cristo, mientras enseña, realiza milagros y echa fuera demonios (Mt 13:1-50; 12:28). La vida, muerte y resurrección de Cristo cumple las promesas del reino de un nuevo pacto. Cuando Jesús asciende a la diestra de Dios, el lugar de mayor poder, el reino se expande (Ef 1:20-21), y miles entran en el reino a través de la predicación de los apóstoles (Hch 2:41, 47). La plenitud del reino espera el regreso de Cristo, cuando Él se sentará en su trono glorioso (Mt 25:31). Jesús juzgará al mundo, invitando a los creyentes a la etapa final del reino, mientras desterrará a los incrédulos al infierno (Mt 25:34, 41).

El Reino de Dios, pasado

“El reino de Dios” habla del reinado universal de Dios (Sal 103:17-22; Dn 4:34-35; 7:13-14), pero también acerca de su dominio particular sobre su pueblo. Aunque la expresión “reino de Dios” no aparece en el Antiguo Testamento, el concepto sí es claro al leer sobre el Dios que ejerce un reinado sobre su pueblo Israel en un sentido único (Éx 19:6). Dios crea a la humanidad para su gloria, y les hace promesas de un libertador a Adán y Eva, una nación que vendrá de Abraham que bendecirá al mundo, y un reino eterno para David y sus descendientes, que incluyen al Mesías.

Dios crea para su gloria y para el bien de su pueblo. Él crea seres humanos a su imagen para amarle y servirle, y para gobernar su creación (Gn 1:26-31). En la caída, Adán y Eva se rebelan contra las metas de Dios, lo que trajo el gobierno del pecado y la muerte (Gn 3). En su misericordia, Dios promete un libertador (Gn 3:15) y más tarde entra en una relación formal (un pacto) con Abraham, a quien le promete una tierra y un pueblo. Por medio del cumplimiento de esta promesa, Dios bendecirá a todas las familias de la tierra (Gn 12:1-3). En Sinaí, Dios entregó los Diez Mandamientos y estableció a los descendientes de Abraham, el pueblo de Israel, como el pueblo de Dios.

Pero esto continuó, Dios extendió sus promesas a Abraham en un pacto con David, a quien Dios promete una dinastía y un reino eterno (2 S 7:12-16). Isaías predice la venida de alguien que será tanto Dios como hombre y reinará en el trono de David para siempre (Is 9:6-7). Finalmente, Dios promete un nuevo pacto caracterizado por obediencia a su Palabra, conocimiento generalizado de Dios, perdón y novedad de vida (Jer 31:31-34). El Antiguo Testamento termina en el libro de Malaquías con Israel inmerso en un proceso contínuo de distanciamiento de Él, pero también con la promesa de alguien que vendrá a preparar el camino para el Mesías (Mal 3:1).

Así, aunque el reino de Dios aparece en el Antiguo Testamento, tanto en el gobierno universal de Dios como en su dominio particular sobre Israel, viene con novedad y poder en el Nuevo Testamento. Jesús, el Mesías, con su venida inaugura el reino, lo expande en su exaltación, y lo consumará a su regreso.

El Reino de Dios, presente

En el Nuevo Testamento, el Mesías prometido viene como “Jesucristo, el Hijo de David, el Hijo de Abraham” (Mt 1:1). A través de su encarnación, vida sin pecado, crucifixión, y resurrección, Jesús cumple las promesas mesiánicas, cumple la misión mesiánica y trae la redención a un mundo perdido.

Jesús es el Rey cuyas palabras y obras traen el reino espiritual de Dios. Cristo proclama la venida del reino, predica las parábolas del reino y declara la ética y la naturaleza del reino ((Mt 4:17; 5-7; 13:1-50; Mc 1:15; Lc 4:43). Sus obras, especialmente su expulsión de demonios por el Espíritu, entran en el reino: “Si yo expulso demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha venido sobre vosotros” (Mt 12:28; cp. Lc 11:20). La misión de Cristo siempre lleva “a Jerusalén” y a su muerte y resurrección, donde trae la salvación a través de su sacrificio.

En su ascensión, Jesús pasa de la limitada esfera terrenal a la esfera celestial trascendente. Él se sienta a la diestra de Dios “en los cielos, muy por encima de todo gobernante y autoridad, poder y dominio” ahora y por los siglos (Ef 1:20-21). Cuando Jesús derrama el Espíritu sobre la iglesia en Pentecostés, el reino de Dios se expande poderosamente a medida que miles vienen a Cristo (Hch 2:41, 47; 4:4). Pedro explica: “Dios exaltó a este hombre a su diestra como gobernante y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel y perdón de pecados” (Hch 5:31). Dios rescata a los pecadores “del dominio de las tinieblas” y los transfiere “al reino del Hijo que ama” (Col 1:13-14).

El “reino”, como reinado de Dios sobre su pueblo, finalmente “llegará al final del siglo en una poderosa irrupción en la historia e inaugurará el orden perfecto de la era venidera”. Y sin embargo, este reino “ya ha entrado en la historia por medio de la persona y la misión de Jesús”, y así la “presencia del futuro” ya es evidente (véase George E. Ladd, La presencia del futuro, 144-49).

Por lo tanto, el reinado de Dios está presente y futuro, el ya pero todavía no, su invasión activa de la historia ahora y su establecimiento final de la era venidera. Es una regla soberana, un poder dinámico y una actividad divina. Como portador de este reino, Jesús requiere el arrepentimiento para entrar en su comunidad del reino, ya que el camino actual del mundo debe ser rechazado y abrazar la nueva era del gobierno de Dios y su forma de vida correspondiente. Como tal, el arrepentimiento no es sólo el camino hacia el reino, sino también el camino del reino.

El Nuevo Testamento también proclama que Jesús volverá a gobernar como rey, trayendo justicia, paz, deleite, y victoria. Vivimos, entonces, en la tensión entre el “ya, pero todavía no”. El reino fue establecido con Israel, inaugurado con Cristo en su venida, y logrado en los acontecimientos de la muerte y resurrección de Cristo. Aunque los efectos del reino han comenzado, sus resultados completos esperan el regreso de Cristo.

El Reino de Dios, futuro

Aunque Jesús en su ministerio terrenal trae el reino —que se expande exponencialmente en Pentecostés— la plenitud de ese reino espera hasta que “el Hijo del Hombre venga en su gloria” y se siente “en su glorioso trono” (Mt 25:31). Entonces los ángeles proclamarán: “El reino del mundo se ha convertido en reino de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos” (Ap 11:15). Jesús juzgará al mundo e invitará a los creyentes a “heredar el reino” mientras consigna a los perdidos al castigo eterno (Mt 25:31-46). Al final, Jesús entregará “el reino a Dios Padre” (1 Co 15:24).

Así los nuevos cielos y la nueva tierra serán la etapa final del reino de Dios. El reino de Dios estará en paz sólo al final. Aunque la victoria de Jesús ha sido ganada, la batalla dura hasta su segunda venida (1 P 5:8). El pueblo de Dios conquista por medio de Cristo, que los ama y se ha entregado por ellos (Gá 2:20). “El León de la tribu de Judá” que “ha conquistado” es el Cordero inmolado (Ap 5:5-6). Cuando llegue la entrega final del reino, las luchas de la vida presente pasarán. Por la gracia de Dios, los creyentes reinarán con Cristo. La vida humana florecerá y la cultura humana prosperará en la ciudad de Dios (Heb 2:5-10; Ap 21:24-26). Jesús regresará, liberará a su pueblo, y traerá la entrega final de su reino (Ap 11:15).

El cielo involucra al pueblo de Dios sirviendo a su gran Rey como súbditos de su reino ahora y para siempre: “Están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche” (Ap 7:15). El Maligno es un enemigo derrotado que algún día será arrojado al lago de fuego (Ap 20:10). Por medio de Cristo, los creyentes vencen a la muerte, para que al morir vayan a estar con Él (Fil 1:23), y en la resurrección, la muerte será destruida (1 Co 15:26; Ap 21:4).

Conclusión

El reino de Dios es central en la historia bíblica de la redención. La historia sigue la narrativa de la caída, el llamado de la nación de Israel, y la venida del Mesías prometido. Las Escrituras profetizan el regreso del Mesías algún día en la culminación de todas las cosas, momento en el que Él establecerá el nuevo Edén del reino de Dios en los nuevos cielos y la nueva tierra. Mientras tanto, vivimos en el ya, pero todavía no del reino, sirviendo a nuestro Rey y buscando su regreso.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sergio Paz.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

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