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Esta entrada pertenece a la serie “Una guía para nuevos pastores”. Escritos por pastores experimentados y de buen testimonio, estos artículos proveen de consejo y aliento bíblico a pastores nuevos (¡y no tan nuevos!) a través de temas teológicos y prácticos.

Amo los domingos porque es el día del Señor. Es el día en que mi familia y yo adoramos al Señor y nos encontramos con los hermanos de la iglesia que están haciendo lo mismo que nosotros. Es un tiempo hermoso que nos lleva a alabar a Dios, a recibir su Palabra, y a tener comunión con la familia de la fe. 

Amo el domingo por el descanso que le doy al cuerpo, al terminar una jornada que comienza desde temprano en la mañana y termina por la tarde. Me encanta comer con mi familia y mis hermanos, y compartir juntos como pueblo de Dios. Todo pastor, familia pastoral, o líder, entiende perfectamente lo que digo. 

Sin embargo, el descanso no siempre se da como uno quiere. En ocasiones es interrumpido (a veces más a veces menos) por situaciones de emergencia que requieren asistencia pastoral. Todo el que lleva tiempo en el ministerio sabe que por alguna razón estas emergencias no solo llegan inesperadamente, sino desde mi óptica, inoportunamente. En veintisiete años de ministerio, son incontables las ocasiones donde he tenido que dejar una reunión o descanso para atender una emergencia. Mi presencia es necesaria porque soy el pastor. Las situaciones son diversas: desde accidentes y violencia doméstica, hasta casos que llegan a la corte.

Aparte de estas situaciones de emergencia, también están los eventos cotidianos que el pastor maneja sin importar el tamaño de la iglesia. Siempre habrá personas que necesitarán de nosotros y requerirán que vayamos al hospital, cárcel, o casa funeraria. 

Todo pastor sabe que estas dinámicas son parte del ministerio pastoral, y aunque las visitas no son nuestro llamado principal, debemos hacerlas ya sea de manera improvisada o planificada. Siendo esto así, quisiera compartir algunos elementos que debemos tomar en cuenta para mantener un balance entre las prioridades del pastor, y las necesidades de las personas.

Un hombre de Dios

El llamado del pastor es primordialmente a ser un hombre de Dios. Parece redundante y elemental, pero no lo es. El pastor es llamado no solamente al servicio, sino a una vida de integridad —de intimidad con Dios. 

No es un impostor. Es un siervo que cultiva la oración, el estudio de la palabra, y la lectura permanente de buenos libros. Las circunstancias de emergencia no deben llevarlo a descuidar su prioridad de alimentarse él mismo, sin dejar de alimentar el rebaño. En la Escrituras encontramos ejemplos de hombres de Dios que cultivaron esos hábitos de intimidad con Dios para edificar a los demás, como en Esdras 7:10. En el Nuevo Testamento, el Señor Jesucristo le dice a Pedro que apaciente sus ovejas (Juan 21:15, 17). En ese diálogo con Pedro, el Señor Jesús usa el término griego bosko, que se traduce como apacentar y significa literalmente alimentar. Este llamado del Señor a Pedro sirvió como una marca indeleble en su vida. Años después él mismo escribiría: 

“Por tanto, a los ancianos entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona inmarcesible de gloria” (1 Pedro 5:1-4).

Un líder en la familia

El pastor también es el líder espiritual de su familia. Su familia debe ver en él de manera real el carácter de Cristo, al ser el esposo y padre (si tiene hijos) que Dios quiere que sea, tal como lo vemos en Efesios 5:25-33; 4:6; Colosenses 3:19; y 1 Pedro 3:7. 

He visto pastores admirados por muchas personas… excepto por su familia. He visto políticos y artistas admirados por sus seguidores, pero son pésimos esposos y padres. Con el pastor no funciona así. El púlpito no es un tribuna política. No es un escenario donde la vida privada no importa. ¡No! La vida privada sí importa porque no podemos divorciar nuestras vidas del mensaje que predicamos. Nuestra vida es parte del mensaje.

Un siervo a la iglesia

Quiero señalar que todo pastor debe saber y recordar que por grande que sea su iglesia, él no es una celebridad que sube al púlpito desconectado de las necesidades de sus ovejas. Aunque la prioridad del pastor está en su relación personal con Dios, y luego su familia (en ese orden), la iglesia tiene múltiples necesidades en la que el pastor debe participar. Aunque no sea la tarea principal, es parte del llamado, y por consiguiente es también su oficio. 

Pedro dice en el texto citado anteriormente que Cristo es el príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4). La palabra príncipe es el término archipoimen que significa principal. Es decir, Cristo es el pastor principal de todos los creyentes, incluyéndonos a los que somos pastores. Por lo tanto, todos nosotros que servimos en el ministerio debemos imitar a Cristo. El apóstol Pablo escribió a los corintios que lo imitaran, así como él a Cristo (1 Corintios 11:1). Cristo modela cómo debemos estar pendientes de las necesidades de nuestra gente. Los pastores tenemos la responsabilidad del púlpito para ministrar a nuestra gente, y la responsabilidad de acompañar físicamente a nuestra gente en oración, ya sea en momentos de celebración o en situaciones de crisis. 

El ejemplo de Cristo.

Un vistazo al ministerio de Cristo nos exhorta a ministrar a las necesidades integrales de las personas. Él no se quedó en la retórica. Sus hechos nos enseñan lo que es el amor y la búsqueda constante del bienestar de las ovejas. El pastor, sin perder nunca el orden de sus prioridades, debe estar enfocado en ser como Cristo. Nuestras prioridades deben tener un orden; la primera prioridad es la base para la segunda, y así sucesivamente. El Señor nos llama a una relación íntima con Él a través de la oración y la Palabra, y en base a eso debemos tener una relación con la familia, seguido por un amor por nuestras ovejas, alimentándolas y acompañándolas. El pastor debe saber que es imitador de Cristo, y por ende procura hacer lo que Cristo manda. Mateo es muy explícito:

“‘Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán, diciendo: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?’. Respondiendo el Rey, les dirá: ‘En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis’” (Mateo 25:35-40).

Un acercamiento al pasaje nos confirma el fuerte acento escatológico —es decir, de los últimos tiempos— que tiene este sermón, el cual comienza en el capítulo 24 e incluye el capítulo 25 completo. Jesús, ya finalizando este mensaje, revela que así como su ministerio se caracterizó por enseñar y proclamar el evangelio (Mateo 5-7; 9:35; Marcos 1:38), también se caracterizó por las obras de misericordia demostradas al acercarse y acompañar a los que le necesitaban. Veamos algunos textos que nos muestran el ejemplo de Cristo.

  • Alimentar a los hambrientos (Mateo 14:13–21; Lucas 9:10–17; Juan 6.1–14). Los cuatro evangelistas registran la multiplicación de los panes y los peces debido a la transcendencia de este milagro. Jesús tiene compasión por la multitud hambrienta, y el milagro que rehusó hacer cuando fue tentado (aparecer pan para sí mismo, Mateo 4:3), ahora lo hace para dar de comer a miles.  
  • Sanar a los enfermos (Marcos 1:29-34; Lucas 5:12-16; Juan 5:1-9, entre otros). Jesús no solo dio de comer, sino también sanó a los enfermos. No los sanó a todos (Juan 5:1-9), pero sanó a los que quiso sanar, y por cierto fueron muchos (Mateo 4:23-25; Marcos 1:29-34). En aquel tiempo no había hospitales, y los enfermos o estaban en las casas, o eran indigentes andando por las calles y viviendo de la caridad pública. Jesús fue a donde ellos estaban.
  • Visitar casas. Jesús se alegra en una boda en la ciudad de Caná de Galilea (Juan 2:1-12). Visita la casa de Simón el fariseo para confrontarlo (Lucas 7:36-46). Va a la casa de Jairo para resucitarle a su hija (Lucas 8:41-56). Visita la casa de Marta y María con el propósito de descansar (Lucas 10:38-42), y la casa de Zaqueo para presentarle el evangelio y salvarlo (Lucas 19:1-10).

A Jesús se le presentaron situaciones inesperadas desde el punto de vista humano, como el caso de la mujer con el flujo de sangre. Ella se acercó a tocar su manto cuando Él iba de camino a la casa de Jairo (Lucas 8:43-48). En esa ocasión, Jesús modeló la manera de manejar una situación “inesperada”. Él no fue insensible, sino que aunque aquella mujer no tenía una “cita”, Él como ungido de Dios la atendió sin que esto significara sacrificar sus planes de llegar a la casa de Jairo.

Diez aspectos a considerar

¿Qué podemos concluir del modelo de nuestro Señor Jesucristo, y cómo aplicarlo al ministerio pastoral? Vivimos con constantes demandas: nuestras prioridades y las necesidades de las personas. Aquí dejo diez aspectos a considerar que espero sean útiles.

  1. Estar consciente del orden de las prioridades del ministro: Dios, familia, y ministerio. Dentro de lo que es el ministerio, nunca olvide que un pastor ha sido llamado a la oración, la palabra, y a entrenar a los santos (Efesios 4:11, 12).
  2. Estar consciente de que el llamado del pastor es un balance muy cauteloso. Debe servir al pueblo de Dios desde el púlpito y también fuera de él.
  3. Para los pastores que predican todos los domingos, les exhorto a comenzar a trabajar en el sermón desde temprano en la semana. Estoy de acuerdo con Bruce Mawhinney, quien escribió en Predicando con Frescura que el sermón se debe trabajar el martes, lo cual es mi práctica. Por algunas razones que desconozco, muchas emergencias se dan durante el fin de semana, y si tenemos el sermón ya listo, podremos cubrir estas emergencias sin afectar nuestra prioridad.
  4. Haga un plan de visitas puntuales y estratégicas con propósitos específicos, tal y como lo hizo nuestro Señor. Visite para presentar el evangelio en una casa, visite hospitales y cárceles, o simplemente vaya a una cena  comparta con sus ovejas. Sin embargo, debo añadir que en vista de que las prioridades del pastor son la oración, la Palabra, y el discipulado, recomiendo que se concentre en las visitas más estratégicas o altamente prioritarias. 
  5. Permita que le visiten en su casa (sin que esto indique que su casa esté llena todo el tiempo). Sin embargo, evitemos dar la idea extrema que nadie puede visitar al pastor, o que no quiere visitas en su casa. Deje que sus ovejas líderes y no líderes vean cómo vive. Eso es parte del discipulado: modelar el carácter de Cristo en distintos ambientes y circunstancias.
  6. Promueva con su vida y predique sobre la importancia de imitar a Cristo, e instruya a los ancianos, diáconos, y a la congregación en general a modelar el estilo de Jesús.
  7. Los grupos pequeños ayudan enormemente a crear una cultura de visita en la iglesia local, mediante la comunión que se da entre ellos, y la oportunidad de detectar una situación apremiante a tiempo.
  8. Dele prioridad a sus líderes. Poner atención y estar con los líderes voluntarios o pagados nos ayuda a pastorear a los que nos ayudan con el liderazgo del pueblo. En otras palabras, los líderes son nuestros brazos extendidos que llegan hasta donde nosotros no llegamos. Ellos necesitan de su pastor para hacer su trabajo con motivación y supervisión.
  9. Manténgase en contacto con todas las personas que pueda, de acuerdo a las prioridades dichas antes. No vivimos en una torre de marfil, ajenos a la necesidades de la gente. Mantenerse cerca de las personas nos ayuda a combatir lo que algunos llaman el “distanciamiento del poder”. Estamos tan envueltos en la posición, dirección, planes, reuniones, viajes, y proyecciones, que nos olvidamos del rostro humano que debe tener el ministerio. 
  10. Si ha perdido, o no tiene la práctica de visitar, es importante decir (y soy enfático): esa no es tu prioridad, pero sí tu responsabilidad. Dile a Dios que te ayude a hacer un plan, y busca ayuda para hacerlo bíblicamente para que sea de bendición para tu vida, y la vida de aquellos a quienes ministra.

Jesús es el príncipe de los pastores. Él es nuestro modelo a seguir. Nuestra meta es ser como Él. Debemos procurar que nuestros ministerios estén compuestos por pastores y líderes que apestan a ovejas, porque un pastor que no apesta a oveja no es pastor. Un teólogo medieval dijo: “La resurrección hace a Cristo muy peligroso, porque es posible que se me aparezca y yo no me de cuenta”.

“Respondiendo el Rey, les dirá: ‘En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis’” (Mateo 25:40).


Imagen: Lightstock.
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