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Si los observadores tienen razón, la paternidad moderna está en crisis. Los títulos de algunos libros recientes lo dicen todo: “El colapso de la Paternidad”, “Niñez Tóxica”, y “Generación Mimada”, por nombrar algunos. A pesar de nuestro deseo de dar a nuestros hijos la infancia perfecta, parece que estamos criando una generación que, en muchos aspectos, está mal equipada para la vida en el mundo real.

El problema no es que carecemos de información. No, el problema para los padres de hoy es que hemos perdido de vista el panorama general. Podemos hablar de nuestras opiniones sobre la alimentación con biberón, cuidado de niños, nalgadas, tiempo de uso de electrónicos, o azúcar.  Pero pocos de nosotros podríamos decir exactamente a qué apuntamos o cómo planeamos llegar allí.

En un momento en el que era una madre particularmente ansiosa y sin rumbo, recurrí a la Biblia. Su antigua sabiduría resultó ser el antídoto perfecto para los problemas que plagan a los padres modernos como yo. La Biblia contiene buenas noticias para los padres, pero también nos confronta con algunas verdades duras. Aquí hay tres:

1. Somos responsables de su educación moral

En el mundo de hoy, los padres asumen cada vez menos responsabilidad por la educación moral de sus hijos. En nuestras ocupadas vidas, batallamos para dedicar el tiempo y la energía que la tarea exige. No es de extrañar que esperemos que las escuelas de nuestros hijos tengan el control.

En el ruidoso mercado del asesoramiento de los padres, es fácil desviarse del camino.

En un estudio reciente titulado “Los niños que queremos criar“, el 80 por ciento de los jóvenes encuestados dijeron que valoran los logros personales o la felicidad por encima de mostrar preocupación por los demás. Esto fue un completo shock para sus padres, que creyeron todo lo contrario. Una cosa es tener ciertos valores usted mismo, y otra muy distinta es pasárselos a sus hijos.

La Biblia describe a los niños como aquellos “que todavía no distinguen el bien del mal” (Deut. 1:39). Los padres tienen la responsabilidad principal de enseñarles. Las Escrituras nos exhortan a hacer esto modelando, enseñando, alentando, entrenando, corrigiendo, y disciplinando a nuestros hijos, todo en el contexto de una relación amorosa y comprensiva.

¿Pero cuáles son los valores claves que debemos transmitir? En el ruidoso mercado del asesoramiento de los padres, es fácil desviarse del camino.

Según la Biblia, lo más importante para enseñar a nuestros hijos es amar a Dios y al prójimo (Mt. 22: 37-39).  Todo lo demás debería surgir de estos valores fundamentales.

2. No somos responsables por su perpetua comodidad

La crianza moderna a menudo es impulsada por el temor de que nuestros hijos sufran algún tipo de daño. Así que luchamos para proteger a nuestros hijos de la más mínima dificultad o desilusión. Esta mentalidad puede dar como resultado padres ansiosos y niños que carecen de resiliencia y confianza en sí mismos.

Cuando prescribimos en exceso la droga de comodidad instantánea, les negamos a nuestros hijos la oportunidad de fortalecer su inmunidad a las dificultades.

Por el contrario, la Biblia prioriza el desarrollo del carácter piadoso y los valores sobre la comodidad. Todo el proyecto de transmitir nuestros valores, enseñar a nuestros hijos a amar a Dios y al prójimo, se resume en la palabra disciplina.

Nuestros padres nos disciplinaban por un momento, como les parecía mejor; pero Dios nos disciplina para nuestro bien, para que podamos compartir su santidad. Ninguna disciplina parece agradable en ese momento, es dolorosa. Más tarde, sin embargo, produce una cosecha de rectitud y paz para aquellos que han sido entrenados por ella (Heb. 12:10-11).

Las dificultades pueden ser una herramienta poderosa en la educación moral de nuestros hijos. Nuestro trabajo no es desviar a nuestros niños de las dificultades, sino caminar junto a ellos a través de estas. Cuando permitimos que nuestros hijos experimenten pequeñas dosis de cosas difíciles —decepción, frustración, aburrimiento, demora— los estamos ayudando a desarrollar la capacidad de resistir que les servirá más adelante en la vida.

3. Poner sus deseos primero es malo para todos

Los padres modernos tienden a poner los deseos de sus hijos antes que cualquier otra cosa, incluyendo su matrimonio. Como era de esperar, esto da como resultado padres que se sienten desconectados y que se dan por sentados, y niños que siempre esperan ser el centro de atención.

Por supuesto, los niños pequeños tienen necesidades legítimas que requieren atención durante todo el día. Pero a medida que los niños crecen, deben comenzar a verse a sí mismos como parte de una comunidad más grande, en la que sus necesidades y deseos se equilibran con los de las personas que los rodean.

Construir un matrimonio fuerte a veces significa poner los deseos de nuestros hijos en segundo lugar, pero ponerlos en segundo lugar los beneficiará a largo plazo.

La Biblia enseña que la base más segura para la vida familiar es un matrimonio saludable. La investigadora Moira Eastman observa:

“Los padres son los arquitectos del sistema familiar. Su relación es la piedra angular del bienestar de toda la familia. En las familias más felices, los investigadores encontraron un vínculo de amor único entre los cónyuges, una relación de iguales que realmente se respetaban mutuamente. La relación matrimonial fue el vínculo más fuerte en la familia” (Citado de The Making of Love, 141).

Construir un matrimonio fuerte a veces significa poner los deseos de nuestros hijos en segundo lugar. Si gastamos todo nuestro tiempo y energía tratando de complacer a nuestros hijos, no tendremos nada que darle a nuestro cónyuge.

Si nuestros matrimonios van sobrevivir, cuanto más prosperar, una vez que nos convirtamos en padres, debemos prestarles la atención que merecen. Esto significa pasar tiempo de calidad juntos, trabajando en la comunicación y la resolución de conflictos, y asegurándonos de ser padres en equipo. Aunque contra intuitivo, poner a nuestros hijos en segundo lugar los beneficiará a largo plazo.

No olvides las buenas noticias

Criar a los hijos es una tarea enormemente pesada. Tenemos la responsabilidad principal de la educación moral de nuestros hijos. Y esto a veces implica dejarlos experimentar dificultades y poner sus deseos en segundo lugar a nuestro matrimonio.

Nunca haremos nada de esto perfectamente. Pero siempre podemos correr como niños pequeños a los brazos de nuestro amoroso Padre, y descansar en su inagotable perdón y fortaleza. Y no tenemos que hacerlo solos. Somos parte de la gran familia de fe de Dios: toda una comunidad que anhela ver a la próxima generación amando a los demás por el amor de Dios.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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