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Todos sabemos que mentir está mal. Sin embargo, hay ciertas circunstancias sociales donde asumimos que la mentira se amerita; espacios donde pensamos que la regla no aplica y que ocultando la verdad —de alguna forma milagrosa— protegerá a las personas en vez de dañarlas. Tal vez nos refugiamos en el hecho de que no estamos mintiendo abiertamente, sino “solo” ocultando ciertas partes de la historia. Llegamos a creer que algunas mentiras son aceptables porque el fin es bueno y la motivación es aparentemente amorosa y sacrificial.

La adopción es una de estas situaciones en donde se justifica la mentira con una motivación noble. Por su naturaleza, la adopción comienza en tragedia. Una separación. Un abandono. Una muerte. Las palabras se quedan cortas para expresar el dolor de las situaciones que hacen necesaria una adopción.

La verdad es que la mentira siempre daña

Pero los nuevos padres anhelan crear algo distinto, con cambios drásticos para contrastar el abandono y dolor que originó la adopción. Consideran que lo que el niño necesita es aprender a vivir en su nueva familia y olvidar lo que quedó atrás. ¿Cómo vamos a recordar al niño sobre su origen si lo que queremos es que sea feliz? Así que las mentiras son disfrazadas y arregladas, utilizadas para encubrir una verdad que pareciera ser demasiado dolorosa o vergonzosa. Al mismo tiempo, hacemos acuerdos internos con nuestra conciencia y sistema de valores; tomamos la decisión de ocultar la verdad en el nombre del amor.

“No debe saber la verdad sobre su madre biológica. Es demasiado doloroso”.

“Estamos esperando el momento correcto para decirle la verdad sobre la adopción”.

“Va a sufrir mucho si se entera de la verdad sobre sus orígenes”.

Creemos que mentir no es correcto hasta que pareciera que vemos su utilidad para proteger a las personas que más amamos. Pensamos que si se enteran del secreto familiar, se desencadenará una serie de consecuencias emocionales, personales y familiares que cambiará las cosas para siempre. Nos convencemos de que no compartir cierta información no necesariamente constituye una mentira, tratando de llenar de gris lo que está en blanco y negro. Así que enterramos la verdad, caminando sobre una realidad que hemos distorsionado para que sea compatible con nuestro deseo de proteger y estar bien. 

Lo que se nos escapa es que nuestras intenciones de proteger están contaminadas por nuestra corrupción humana… terminamos hiriendo cuando quisimos amar.

La mentira siempre daña

En los últimos meses he tenido diferentes conversaciones con adultos que llegaron a sus familias por medio de la adopción. En algunos de estos casos no se habló abiertamente sobre la adopción; los niños se enteraron de la verdad encontrando papeles en una oficina, por los comentarios descuidados de una vecina o dándose cuenta poco a poco de que no compartían el ADN con su familia porque su color de piel era diferente. En todos estos casos, las personas que fueron adoptadas sentían que algo andaba mal y que había un vacío en su identidad.

Mientras los padres evitaban hablar sobre la verdad de la historia de la adopción, los niños luchaban en sus corazones con una sensación insaciable de que algo no estaba bien en ellos. Ante la falta de información y verdad, muchas veces los niños llenaron los espacios con fantasías, inventos o rumores con el fin de hallar sentido en la vida y sentirse plenos en su realidad.

La verdad es que la mentira siempre daña. Ocultar la verdad siempre cobra mucho más caro que cualquier consuelo ilusorio que la mentira nos ofrece. En Latinoamérica ha sido una práctica común que una familia se entere de la necesidad de alguna empleada doméstica, vecina o prima, aduciendo que la única opción es acoger al niño que está en riesgo. Se hacen adopciones por medio de un par de firmas en donde se brinca el proceso burocrático para obtener un papel que dice lo que una prueba de ADN jamás podría confirmar. En otros casos, los niños llegan de días o meses y se cree que una verdad que no puede ser recordada por ellos no los afectará.

Por supuesto, el trauma que se sufre en el vientre de la madre o el abandono en las primeras horas de vida no es archivado en nuestros cerebros de manera que podemos acceder a él como un recuerdo, pero el cuerpo lleva la cuenta y guarda la memoria de una forma sensorial e igualmente real.

Ocultar la verdad siempre cobra mucho más caro que cualquier consuelo ilusorio que la mentira nos ofrece

Los niños son muy resilientes por naturaleza y pueden superar las peores situaciones si cuentan con un apego seguro con un adulto. La adversidad y el abandono no solamente se pueden superar, sino que también pueden llegar a incorporarse como parte de un proceso formativo que será sumamente útil para el niño durante toda su vida. ¿Por qué, entonces, negamos la oportunidad a nuestros niños de sufrir bien con la verdad, junto a nosotros, cuando esto es lo que les hará crecer y madurar?

Una persona que fue adoptada podrá superar el dolor profundo y la confusión compleja de saber que su madre biológica lo abandonó, pero lo que difícilmente se supera es que los padres por adopción hayan ocultado información y negado el derecho de saber la verdad, contaminando la misma confianza con sus hijos que buscaban fomentar. El pecado de mentira siempre termina haciendo daño a las personas que amamos, incluso si tenemos motivaciones sinceras. 

Lleva la herida a la luz

Si tú eres parte de una de las familias que tiene una historia de adopción en donde el hijo aún no sabe la verdad, quisiera animarte a considerar lo siguiente:

1) La gracia de Dios tiene el poder de redimir las historias más difíciles y oscuras: Si creemos que nuestra historia es demasiado difícil, al punto de que la gracia de Dios no la alcanzaría redimir, no entendemos la naturaleza de la gracia de Dios. Dios se acerca al quebrantado y Su poder se perfecciona en la debilidad (2 Co 12:9).

2) Una herida que no se expone a luz, no sana: Cuando decidimos guardar las cosas difíciles en secreto no permitimos que haya una sanidad completa y profunda. Las relaciones no pueden ser restauradas, los traumas no pueden ser procesados y las pérdidas no pueden ser superadas si mantenemos la información que tenemos bajo llave. Si guardo piezas de la historia de mi propio hijo, mi deseo de controlar la realidad provoca confusión y desesperación en él y corrompe nuestra relación.

3) No es necesario hacer pública tu historia de adopción, pero las personas involucradas deben saber toda la verdad: Aunque los padres por adopción juegan un rol importante en la adopción y pueden contar su propia experiencia, la historia del hijo que fue adoptado sigue siendo de él o ella. No creamos que abrazar la verdad implica publicar los detalles en redes sociales, contar toda la historia en público o aun con otros familiares. Tengamos personas de confianza que saben toda la historia y busquemos honrar a las personas involucradas siendo discretos y respetuosos con su información. 

Quizá nuestra sociedad considera la adopción como algo inferior o incluso vergonzoso. Pero el apóstol Pablo nos insta a no conformarnos al patrón de este mundo (Ro 12:2). Donde el mundo nos aconseja encubrir la verdad porque la vergüenza y dolor es demasiado, nosotros confiamos en que la sabiduría de la Palabra de Dios trasciende nuestro entendimiento y tiene el poder de encontrarnos en nuestra debilidad.

No hay historia tan difícil u oscura que la gracia de Dios no pueda redimir, pero recordemos que la sanidad comienza cuando se expone la verdad. Tu historia de adopción es una narrativa escrita por nuestro Padre Celestial. Dejemos que la historia sea contada con toda la verdad.

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