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Todos hemos dejado para después algo que debemos (y podemos) hacer ahora mismo. Algunos hemos hecho de esta práctica un hábito cotidiano: nuestra respuesta automática es postergar las tareas hasta el último momento. Para muchos esto se ha vuelto un motivo de frustración constante. Nos desesperamos y queremos detenernos (o, más bien, empezar a trabajar) pero nos sentimos incapaces de poner manos a la obra. ¡¿Cómo puedo dejar de procrastinar?!

No existe una sola respuesta, porque depende de la razón por la que estemos procrastinando. Un mismo síntoma puede tener causas distintas y para atacar el problema es necesario conocer su raíz. Usualmente pensamos que la solución para nuestra procrastinación se encuentra en organizar mejor nuestras agendas o en vencer la pereza. Es bueno aprender a administrar nuestros proyectos, desarrollar un carácter disciplinado es crucial y hasta puede ser la solución para dejar de postergar en ciertas ocasiones. Pero hay una raíz más profunda para la procrastinación que quizá no hemos considerado: el miedo.

Paralizados por el temor

A veces procrastinamos no por ser perezosos o desorganizados, sino porque estamos muy conscientes de que la tarea que tenemos delante parece demasiado grande y nos supera. Sentimos que no estamos capacitados para llevarla a cabo. Quizá es una gran presentación en el trabajo, un examen difícil en la Universidad o una conversación espinosa con tu hijo adolescente. Vemos la gran montaña que tenemos enfrente y hacemos todo para evitar dar el primer paso en esa dirección: nos ponemos a revisar el correo electrónico en lugar de preparar las estadísticas de la presentación; transcribir las notas de clase en limpio en lugar de hacer exámenes de práctica; llenamos los momentos de incómodo silencio en casa con el ruido del televisor.

Solemos ser buenos para justificar nuestra procrastinación, especialmente cuando ya postergar se ha convertido en una práctica habitual. “Revisaré el correo rápido para asegurarme de que no hicieron algún cambio a los temas de la presentación”. “Necesito estas notas con mejor letra para poder leerlas y estudiar sin problemas”. “Juan llegó muy cansado de la escuela; esperaré a que esté de mejor humor para charlar”. Todas nuestras excusas suenan muy razonables, pero en nuestro interior lo sabemos: estamos buscando cualquier excusa para evitar enfrentarnos a la intimidante tarea que tenemos delante y debemos realizar.

Cuando quiero huir de una tarea que Dios me ha mandado porque me siento incapaz, no estoy siendo humilde… estoy siendo egocéntrica

A veces, tratar de escapar de la responsabilidad podría lucir como humildad. Tal vez te pidieron que dirigieras una reunión de discipulado en tu grupo pequeño, pero tu reacción inmediata ha sido huir, pensando “¿¡Por qué me pidieron esto a mí?! Yo no sé mucho sobre la Biblia; seguro Margarita lo haría mejor”. Puede ser que Dios esté proveyendo oportunidades para que compartas el evangelio con tu compañero de trabajo, pero esperarás hasta que tu pastor esté disponible para acompañarte, porque estás convencido de que él está mejor capacitado que tú para hablar de Jesús con otras personas.

Algo parecido le sucedió a Moisés. Cuando Dios le ordenó ir delante de Faraón para demandar que el pueblo de Israel fuera liberado de la esclavitud, Moisés no tardó en hacer una lista con todas las razones por las que él no debería ser enviado (Éx 3:1-4:17):

  • ¿Quién soy yo para ir?
  • ¿Y si me preguntan quién me manda?
  • ¿Y si no me creen?
  • ¿Y si no me escuchan?
  • ¡No sé hablar!

Leer cómo Dios responde a Moisés es fascinante. No tiene nada que ver con la mayoría de los consejos que escuchamos hoy en día para superar el temor de actuar paralizante. Dios no anima a Moisés diciendo “¡Tú puedes!” o “¡No seas tan negativo!”. Dios hace que Moisés deje de verse a sí mismo y lo mire a Él.

Moisés: ¿Quién soy yo para ir?
Dios: Yo estaré contigo (3:12)

Moisés: ¿Y si me preguntan quién me manda?
Dios: YO SOY EL QUE SOY (3:14)

Moisés: ¿Y si no me creen o no me escuchan?
Dios: Por mis señales creerán (4:3-5)

Moisés: ¡No sé hablar!
Dios: ¿Quién ha hecho la boca del hombre? (4:11)

Deja de mirarte a ti mismo

A primera vista uno podría pensar que la actitud de Moisés era muy humilde. Él reconocía sus limitaciones y parecía contento con su labor como pastor de ovejas… no estaba buscando convertirse en el líder del pueblo de Israel. Pero Dios no alaba a Moisés por su “humildad”. Más bien, Dios reprende a Moisés porque él no estaba escuchando lo que el Señor le decía una y otra vez: “Moisés, no se trata de ti. Yo soy el que soy”.

Aunque la labor puede ir más allá de tu capacidad, nunca va más allá de la capacidad del Señor que te envía

Estar contentos con nuestras labores y reconocer nuestras limitaciones es algo bueno, pero usar estas cosas para intentar escapar de las tareas que Dios nos pone delante es simplemente pecaminoso. Es desobediencia. La manera en que Dios responde a Moisés me recuerda que no estoy siendo humilde cuando quiero huir de una tarea que Él me ha mandado porque me siento incapaz… estoy siendo egocéntrica. Tengo la mirada puesta en mí, no en el Dios que me ha enviado.

Fija tus ojos en el Señor

Quizá piensas que es muy noble postergar la tarea que tienes delante de ti porque te sientes completamente incapaz para realizarla. Estás olvidando un pequeño detalle: Puede ser que seas completamente incapaz, pero ese no es el punto. El Dios del universo es el que ha preparado buenas obras para ti el día de hoy (Ef 2:10). Él te envía y te sostiene. Él es el dueño de todas las cosas. Él te da sabiduría si la pides con fe.

Ciertamente debemos procurar cumplir con nuestras responsabilidades con excelencia. Debemos esforzarnos por crecer en el conocimiento de la verdad y desarrollar las habilidades que Dios nos ha dado. Pero incluso haciendo esto, puede que el trabajo, los estudios, el ministerio o la crianza te superen. Está bien. Ese no es motivo para procrastinar. 

El miedo no debe paralizarte porque, aunque la labor puede ir más allá de tu capacidad, nunca va más allá de la capacidad del Señor que te envía. Cuando sientas que tu corazón se llena de temor y empieza a buscar excusas para postergar, detente y quita la mirada de ti mismo. Ve a la Escritura y mira al Señor. Eleva una oración para pedirle que abra tus ojos a su poder, inteligencia y soberanía. Que contemplarle te llene de seguridad para caminar en obediencia y dejar de procrastinar las tareas que el Señor te llama a hacer cada día.

Reconoce tu insuficiencia y abraza la suficiencia del Señor que entregó a su Hijo por ti. ¿Quién eres tú para decirle a Dios, “no me uses”?

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