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Aún recuerdo el día en que mi maestra de sexto grado nos enseñó sobre la comunicación. Aprendimos cómo el ruido distorsiona el mensaje entre el receptor y el emisor, dañando así todo el proceso. Dos de mis compañeros de clase no pudieron comunicarse efectivamente porque los encargados de hacer ruido –los graciosos del salón– hicieron muy bien su trabajo. Todos terminamos muertos de risa.

Esa lección marcó mi mente. Hasta hoy sigo notando cómo el ruido interfiere en la comunicación, especialmente en mi hogar. A diferencia del salón de clases, este tipo de ruido no es gracioso, sino que trae enojo y lágrimas. El ruido que daña nuestra comunicación es el pecado que se entreteje en lo secreto de nuestros corazones (Stg. 1:14-15).

Cuando la comunicación en casa es defectuosa se debe a que nuestro pecado se interpone y altera todo. Nuestra carne nos hace creer que merecemos ser servidos, o nos empuja a pensar primero en nosotros mismos. El orgullo nos hace sordos a la opinión de los demás e indiferentes a sus necesidades. Nuestra falta de gracia nos impide dejar pasar la ofensa y extender perdón (Pr. 19:11).

Durante el tiempo de confinamiento en casa podríamos sentir que la tensión en la comunicación incrementa. ¿Cómo lidiamos con ese ruido? Confieso que muchas veces he deseado encontrar un método efectivo para eliminar ese ruido entre mis hijos, mi esposo, y yo. He querido implementar estrategias que me ayuden a comunicarme mejor con mi familia, pero siempre me he quedado corta. Las cosas comienzan a mejorar superficialmente, hasta que mis oídos se ensordecen a causa de mi pecado.

El ruido que daña nuestra comunicación es el pecado que se entreteje en lo secreto de nuestros corazones

La solución que Dios proveyó para el problema del pecado es la misma que nos ayuda a cultivar una comunicación efectiva en el hogar: el evangelio. La obra de Cristo no solo restableció nuestra comunión con Dios, también nos capacita para relacionarnos correctamente unos con otros. Cuando vivimos el evangelio podemos comunicarnos mejor, incluso en los asuntos cotidianos del hogar.

Entonces, ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo vivimos el evangelio en momentos de ira o cuando no podemos articular las palabras porque nos sentimos ofendidos? Aquí te comparto tres acciones que pueden ayudarte de forma práctica. Son las tres “erres” para la comunicación efectiva.

1) Reconoce

Yo he estado ahí, cuando sientes que esa conversación con tu cónyuge parece un nudo imposible de desenredar. Cuando le gritas a tus hijos y te convences de que ellos tienen la culpa de tu reacción. Cuando no entiendes cómo tu familia llegó al punto en el que parece que todos hablan un idioma diferente. En ese momento es vital reconocer que cada uno es responsable de sus acciones.

Lo que hacemos y decimos evidencia lo que hay en nuestros corazones. Necesitamos hacer un alto para reconocer que somos parte del problema y que nuestro pecado aporta al ruido que nos impide entendernos. Para reconocer nuestra parte en el asunto necesitamos acudir a Dios: podemos iniciar con una oración sincera, reconocer nuestra frustración ante Él, y pedirle sabiduría para ver las cosas como Él las ve. Pidámosle que sensibilice nuestro corazón y traiga a memoria la verdad acerca de nuestra condición y la gracia que hemos recibido.

2) Recuerda

Te confieso que, en momentos como esos, lo que menos quiero hacer es recordar el evangelio. Pero esa es la razón por la que lo necesito con urgencia: Dios me amó en Cristo aún estando muerta en mis pecados (Ro. 5:8); me rescató cuando estaba perdida en desobediencia (Ef. 2:2); me hizo su hija aún cuando era su enemiga (Ro. 5:10); iluminó mis ojos con la verdad cuando estaba ciega (2 Co. 4:3-4); y me acercó cuando estaba lejos (Col. 1:21).

El secreto de la comunicación efectiva en el hogar es recordar el evangelio e imitar el ejemplo de servicio de Cristo

El evangelio me deja sin excusas a la hora de retener el perdón, porque me recuerda que lo recibo sin medida. Me da una salida cuando peco contra mis hijos. Me ofrece un trono abierto al que puedo correr confiadamente para encontrar el socorro oportuno (Heb. 4:16). El evangelio me capacita para amar a Dios por encima de mis argumentos y para amar a mi familia más de lo que amo tener la razón.

3) Responde

No podemos quedarnos ahí. Meditar en el evangelio conlleva responder con acciones adecuadas. Me alienta saber que Dios nos da el poder para responder a través de nuestra fe en Cristo. Podemos dar por gracia el perdón que hemos recibido en abundancia, servir humildemente, y dejar a un lado todo interés personal. Podemos humillarnos para callar y escuchar. Podemos sazonar nuestras palabras con sal, y ser agentes de gracia y reconciliación (Col. 4:6).

Responder de esta manera solo es posible tomando el ejemplo de Cristo, quien siendo igual a Dios no se aferró a su trono, sino que se humilló para servir a los pecadores que lo crucificaron (Fil. 2:1-8). Cada vez que nuestro orgullo ha sido herido, miremos a la cruz y recordemos que nuestro pecado hirió al Hijo de Dios para que hoy tengamos el poder de perdonar como Él nos perdonó.

El secreto de la comunicación efectiva en el hogar es recordar el evangelio e imitar el ejemplo de servicio de Cristo. Concentrémonos en las primeras cinco letras de la palabra comunicación: común. La comunicación en el hogar es efectiva cuando tenemos el evangelio en común. Que en nuestros hogares la comunicación sea sinónimo de servicio; estemos dispuestos a reconocer nuestra falta, a recordar la buena noticia del evangelio, y a responder siguiendo el ejemplo de Cristo al servirnos.

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