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«Aparta de ti la boca perversa
Y aleja de ti los labios falsos.
Miren tus ojos hacia adelante,
Y que tu mirada se fije en
lo que está frente a ti.
Fíjate en el sendero de tus pies,
Y todos tus caminos
Serán establecidos.
No te desvíes a la derecha
ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal»
(Proverbios 4:24-27).

Las redes sociales han provocado un doble apetito bastante curioso. Por un lado, se exacerba un hambre inmensa por saber hasta el más mínimo detalle de las vidas de los demás. Nos hemos acostumbrado a ser testigos virtuales en tiempo real de lo que la gente alrededor del mundo come, viste, visita, lee y hasta sufre. Siempre me sorprende que, por ejemplo, las cinco personas más seguidas en Instagram son, en orden de seguidores, un futbolista, una cantante, un actor popular, una modelo empresaria y otra actriz/cantante empresaria. Juntos tienen en total la friolera de 1,550 millones de seguidores; es decir, el equivalente a un 20% de la población del mundo está preocupada por conocer al segundo los quehaceres mínimos y hasta triviales de estos personajes famosos. Lo interesante es que no solo seguimos al dedillo a un solo personaje, sino que cada cuenta personal puede seguir y estar interesado en la vida de muchísima gente en los cinco continentes.

Por otro lado, ese hambre por conocer se une a un hambre por difundir. Me sorprende ver cómo nos gusta ventilar virtualmente los asuntos más cotidianos de nuestras vidas, desde la torta de chocolate que nos comimos ayer, hasta lo cansados que estamos después de una reunión virtual. Me llama mucho la atención cuando se vuelven virales los llantos de alguien que hizo un live para que todo el mundo sepa el mal rato que pasó y reciba comentarios buenos y malos de personas que muy probablemente nunca conocerá en la realidad. Ese apetito desordenado por ser visto, oído y apreciado por todo el que se nos cruce por los senderos virtuales es bastante problemático, por decir lo menos.

Este doble apetito por saber de los demás y que los demás sepan de nosotros puede convertirse fácilmente en necedad porque nos distrae de nuestra realidad circundante y la dirección eficiente de nuestras propias vidas. Consumir una gran cantidad de tiempo valioso envidiando (sí, es envidia) las vidas de personajes que nos son tan distantes y procurar aplicar Photoshop a los aspectos más rutinarios y domésticos de nuestras vidas para que parezcan interesantes a los desconocidos es también un golpe vitamínico al orgullo (sí, es vanagloria).

El consejo de sabiduría de Proverbios es más que oportuno para todos aquellos que estamos sufriendo por un consumo excesivo de envidia/vanagloria virtual. El pasaje del encabezado es tan claro, que solo bastaría volverlo a leer para darnos cuenta de su importancia y claridad práctica. Quizás podríamos parafrasearlo de la siguiente manera: 

(1) Cuídate de lo que dices. Sé veraz con tus palabras; 

(2) Deja de estar distraído mirando la vida de los demás y preocupándote por si la gente te mira o no. Presta atención a tu propio camino para que no te desvíes del propósito de Dios para tu vida; 

(3) De tanto preocuparte por la vida de los demás y tratar de impactar a otros con los detalles de tu vida, te has olvidado de hacer derecho y firme tu propio camino. Concéntrate en tu vida y en tu propio andar, que es la única vida que tienes; 

(4) Desviarse es fácil cuando estás distraído; desviarse es aún más fácil cuando estás siguiendo sin pensar a los desconocidos que tienes por delante. Procura apartar tus pies del mal y sé sabio.

Vivimos en el tiempo de la generación distraída. Esa clase de distracción solo favorece la necedad. Por eso, concéntrate en tus asuntos. Busca crecer en fruto en tu andar diario y no permitas que una vida virtual te haga invisible e inútil en la vida real.

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