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Nuestros hábitos de Twitter y Facebook hacen que la oración sea más difícil que nunca.

Pero antes de que nos fijemos en las estadísticas, vamos a tomar un momento para apreciar la magia de la vida consciente, la capacidad de centrarse en una sola cosa, como en este artículo, y en esta frase que se desarrolla, siguiéndola en toda su extensión, hasta que termina con un pequeño punto. Sin duda, como lector, ya estás luchando contra el impulso digital crónico de saltarte esto.

Prestamos nuestra atención porque tenemos una atención para prestar. Con nuestra atención podemos enfocarnos en una cosa, y evitar otra.

El poder para enfocarnos es parte del milagro de Dios en la creación. Sin la atención, la fe sería imposible. Dios no solo nos creó para vivir, respirar, y caminar, al igual que las demás criaturas; Él quiere que nosotros también creamos en Él y confiemos en su Palabra, para escucharle atentamente. El alcance completo de los afectos en nuestra vida se vuelve valioso cuando lo vemos como nuestra capacidad para enfocarnos.

La habilidad de enfocarnos es la base de nuestra devoción a Cristo, y da lugar a todo amor y anhelo en nuestro corazón. En lo que nuestros ojos se detienen, nuestros corazones aprenderán a amar. Aquello que aman nuestros corazones, perdura en nuestros ojos. Cuando, por una gracia sobrenatural, Cristo se convierte en el premio más valioso de nuestra vida, entonces se convierte en el enfoque supremo de nuestra atención. Por eso Pablo nos desafía: “Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2).

Pero en la era digital, nuestra atención se enfrenta a múltiples tensiones. Cada día ofrecemos nuestra mirada a películas, música nueva, libros y artículos en línea, GIFs virales, y tendencias en Facebook. Solamente contamos con una cantidad limitada de horas despiertos, cierta cantidad de horas con cafeína, y un número limitado de maneras de escuchar, ver, e incluso leer una pequeña fracción de todo el contenido que se publica constantemente en nuestras fuentes de noticias y las de nuestros amigos.

A Dios le preocupa cuánto dura nuestra atención. Mucho antes de que esta era de la comunicación trajera consigo cambios profundos en la forma en que reproducimos y multiplicamos las páginas impresas, y mucho antes de que las últimas noticias (y las noticias falsas) vibraran y sonaran desde nuestros teléfonos inteligentes, Dios ya estaba preocupado por nuestra atención.

Atención al evangelio

Para ser fiel al evangelio, uno debe poner atención. En ochenta lugares de la Biblia Dios llama a su pueblo a “guardarse”, lo cual es una llamada de atención urgente.

Específicamente:

  • Debemos mantener la palabra de Dios como lo principal en nuestra mente, en todo momento y en todos los escenarios (Deuteronomio 6:4-9; 11:18-19).
  • Debemos priorizar a diario una forma de vida centrada en vivir sin distracciones (1 Corintios 7:35).
  • No debemos permitir que los asuntos de la vida nos consuman (Lucas 10:38-42).
  • Nunca debemos permitir que las trivialidades de este mundo nos lleven a descuidar la riqueza del evangelio (Mateo 13:22-23).
  • Debemos estar atentos (1 Corintios 16:13).
  • Debemos ser de mentes sobrias (Tito 2:2; 1 Pedro 1:13; 4:7; 5:8).
  • Debemos permanecer alerta eternamente (Apocalipsis 3:2-3; 16:15).

En todas estas áreas, y otras más, Dios nos llama a proteger nuestra capacidad de prestar atención.

Bienvenido a la economia de la atención

En el contexto del regreso urgente de Cristo, históricamente la Iglesia ha disfrutado de una posición dominante en el mercado de la atención. Pero esa posición ha llegado a su fin, como nos lo explica el profesor y experto en tecnología Tim Wu en su nuevo libro The Attention Merchants: The Epic Scramble to Get Inside Our Heads (Los comerciantes de la atención: el lucha épica por meterse en nuestras cabezas [2016]).

Dejemos claro que, antes del siglo XX, el mundo no caminaba con sus pensamientos centrados en Dios todo el tiempo. Sin embargo, la Iglesia era la única institución cuya misión era galvanizar la atención; y a través de sus actividades diarias y semanales, como también gracias a su papel central en la educación, logró hacerlo. En el atardecer de las industrias de la atención, entonces, la religión era todavía, en un sentido muy real, la actividad de incumbencia, la única actividad humana a gran escala diseñada para captar la atención y utilizarla. Sin embargo, durante el siglo XX, la religión organizada, que había resistido las dudas planteadas por la Ilustración, resultaría vulnerable a las demás presiones y usos de la atención.

A pesar de la promesa de la vida eterna, la fe en el Occidente disminuyó y ha seguido haciéndolo, nunca más rápido que al ritmo que se registra en este siglo XXI. Ofreciendo nuevos consuelos y extraños dioses propios, los comerciantes que compiten por la atención humana seguramente deben tener su parte en este descenso.

La atención, después de todo, es un juego que, en ultima instancia, suma cero.

Las empresas generan ganancias captando nuestra atención, por eso la publicidad es tan poderosa. Los productos necesitan tintinear ante nuestros ojos por cierto número de tiempo. Esta rentabilidad de la mirada ha dado lugar a lo que ahora se llama la “economía de la atención”, a cargo de los “comerciantes de la atención”. El objetivo final del juego es obtener ganancias al acaparar nuestra atención. Por lo tanto, la competencia por nuestra mirada —y la competencia por nuestros bolsillos— es dura.

¿Su atención, por favor?

Tim Wu tiene un punto importante, aunque quizá exagera un poco.

Primero, Jesús claramente advirtió en el primer siglo que debemos protegernos del deseo apasionado por las riquezas. El amor al dinero es una idolatría corrosiva que enfoca nuestra atención lejos del corazón del evangelio (Mateo 13:22). Nuestra atención por lo eterno siempre revolotea alrededor de lo mundano. Así que la Iglesia nunca ha podido disfrutar la exclusividad en el mercado de la atención humana. Pero es importante ver la observación de Wu, especialmente cuando él registra cómo los “mercaderes de la atención” han hecho rentable la imprenta, la radio, la televisión, y finalmente, el teléfono inteligente. Ellos compiten por la mirada humana en contra del evangelio.

Pero dado a que la atención humana —con todos sus propósitos gloriosos— es un recurso finito, en teoría, nuestra atención es un juego que suma cero. Sin embargo, todavía tratamos de llenar nuestras vidas con más y más de los medios de comunicación. De acuerdo con el informe Nielsen de 2016 sobre el uso de los medios de comunicación, los adultos estadounidenses utilizan ahora los medios de comunicación un total combinado de 10 horas y 39 minutos todos los días, un fuerte aumento de una hora con respecto al año anterior (9 horas, 39 minutos).

Notemos lo que ha cambiado, y lo que se mantuvo igual.

Es más que obvio que este aumento durante el 2016 se debió a factores del uso de los dispositivos móviles, como tabletas y teléfonos inteligentes. En otras palabras, el uso de teléfonos inteligentes capta más nuestra atención, sin quitar el tiempo que ya invertíamos en la televisión, música, juegos, y el trabajo en la computadora.

A pesar de que algunas predicciones sugieren que, en este 2017, las redes sociales comenzarán a captar espectadores e ingresos por publicidad que hoy pertenecen a la televisión, las estadísticas de Nielsen confirman la creciente sospecha de que nuestros dispositivos móviles, nuestras tabletas, y en especial nuestros teléfonos inteligentes, están llenando cada vez más las lagunas de la vida, con las redes sociales en forma de un perfecto bocado.

A todo esto, el décimo aniversario del iPhone, el dispositivo de ensueño del comerciante de la atención, registra cada uno de los momentos en que estoy despierto.

La telefonía móvil es un gran mercado. Es el mayor mercado que la industria de la tecnología, o que cualquier otra industria, en todo caso, haya visto”, escribió el analista de tecnología Ben Thompson allá por el 2015. ¿Por qué? “Solo cuando hacemos algo específico no usamos nuestros teléfonos, y los espacios vacíos de nuestra vida son muchos más de lo que nadie imaginó. En este vacío —este mercado masivo, tanto en términos de número y tiempo disponible— es que vino el producto perfecto.

Los teléfonos inteligentes hacen posible que la economía de la atención aproveche nuestras pequeñas lagunas de treinta segundos de atención, a medida que pasamos de una tarea a otra. En el pasado, estos momentos eran más difíciles de localizar.

Nuestra atención es ligeramente elástica, lo suficientemente elástica como para llenar cada espacio vacío de silencio en nuestros días, pero al final sigue siendo un juego cuya suma da cero. Tenemos cantidades limitadas de tiempo para enfocarnos en un día, y ahora cada segundo de nuestra atención puede ser registrado y transformado en algo de consumo masivo.

Nunca dejes de orar

Volvamos a la oración. La oración requiere que nuestra atención se enfoque en lo divino. Por un momento (o tal vez más), conscientemente oramos al Padre, en el nombre y por la sangre del Hijo, y por medio del Espíritu Santo, no solo en nuestras peticiones matutinas, a la hora de la comida o de dar gracias, sino con pequeñas peticiones que traen vida a nuestro día.

Pablo nos llama a disciplinarnos en la oración. No solo debemos orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17), sino que debemos orar sin cesar con un espíritu alerta que no descansa (Efesios 6:18), es decir, con toda nuestra atención.

Tal vez el mejor ejemplo de lo que significa vivir una vida productiva, y al mismo tiempo orar sin cesar, proviene de la vida del predicador del siglo XIX, Charles Spurgeon, quien compartió su secreto a un amigo: “Siempre he tenido a bien el poner unas palabras de oración entre todo lo que hago”.

Orar sin cesar no es descuidar los deberes diarios. No es dividir la mitad de nuestra atención a Dios, y la otra mitad al trabajo. Se trata usar los pequeños momentos en nuestros días, los raros momentos vacíos y de silencio, para centrar nuestra atención en Dios mismo.

Recobrando nuestras oraciones

Por lo tanto, si la mirada humana es valiosa tanto en lo espiritual como en lo comercial, ¿a dónde va mi atención? ¿Qué capta mi atención? O mejor dicho, ¿qué es lo que atrae mi atención, especialmente en esas lagunas y transiciones de mi día?

Un sincero Charles Spurgeon podría decirle a su amigo: “Siempre he tenido a bien el poner unas palabras de oración entre todo lo que hago”. Siendo honesto, yo tal vez diga: “Siempre tengo a bien el publicar un tweet o dos entre todo lo que hago”.

En las pequeñas grietas de tiempo en mi día, con mi limitada atención, soy más propenso a interactuar en las redes sociales que a orar. Esa es la honestidad brutal de esta situación. Y debido a esta negligencia, el resultado es que siento a Dios más distante en mi vida.

Como Pedro nos dice: “Pero el fin de todas las cosas se acerca. Sean pues ustedes prudentes y de espíritu sobrio para la oración” (1 Pedro 4:7). Todo esto nos da el formato de lo que debemos hacer con los márgenes y las grietas de nuestra atención diaria.

Sí, hay aplicaciones y alertas que nos recuerdan que debemos orar. Y podemos usarlas. Pero en esta era digital, cada fragmento de nuestra atención ahora puede ser reclamado y monetizado por los comerciantes de atención. Nuestra atención es finita. Pero nuestra llamada a la oración constante es clara. Es hora de ser honestos: lo peor de nuestros hábitos compulsivos en las redes sociales, que suceden en los espacios vacíos de nuestras vidas, están oxidando nuestra vida de oración.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Juan Manuel López Palacios
Imagen: Lightstock
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