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Martín Lutero no estuvo solo hace 500 años. Y no está solo hoy. Para marcar los 500 años de la reforma, Desiring God preparó una serie con un artículo nuevo cada día por el mes de octubre a través de personajes claves de este evento.

El drama de la Reforma protestante trajo a grandes e importantes personajes, el tipo de hombres que hoy han sido convertidos en mitos, leyendas, y estatuas gigantes. Pero la Reforma también se trata de seguidores de Cristo ordinarios y comunes, en su mayoría olvidados, quienes vivieron la teología de la Reforma en sus hogares —y pagaron el precio por ello con sus vidas. Mártires como Elena Stirke.

Igual a María

Elena fue una cristiana escocesa bastante promedio en la ciudad de Perth, dedicada al trabajo doméstico y diario de una esposa y madre. Su vida permaneció sin ser notada por la historia hasta el nacimiento de su último hijo en 1544.

Cuando llegó el tiempo para que Elena diera a luz, la tradición católica pedía que se hicieran encarecidos rezos a la Virgen María. Teniendo ella un buen sentido de las Escrituras, Elena repudió esas peticiones. Era una tradición que no seguiría. Las parteras, estupefactas, la presionaron a hacer los rezos, pero ella se rehusó al ritual. El riesgo físico era real, pero los rezos no eran más que una garantía supersticiosa.

“De haber vivido en los días de la Virgen”, dijo Elena con serenidad, “Dios hubiera visto de la misma manera mi humildad y estado, como vio el de la Virgen, y quizá me habría hecho la madre de Cristo”. Su pequeño sermón probablemente causó espanto. Pero Elena estaba cimentada y confortada por su teología, sabiendo que sus oraciones iban directo a Dios a través de su salvador Jesucristo.

“No te daré las buenas noches”

Las noticias de que Elena se había rehusado a rezarle a María, y su valiente dicho de que ella estaba bien parada delante de Dios, muy pronto llegó hasta los oídos de los clérigos católicos locales, y rápidamente subió hasta el cardenal que presidía en aquel lugar. Su respuesta fue rápida para apagar esta chispa de teología protestante. Muy pronto arrestaron y encarcelaron a Elena, al igual que a su esposo y otros cuatro protestantes en la ciudad que no dejaban de hablar. El pequeño grupo fue declarado hereje y sentenciado a muerte. El próximo día, los soldados trajeron a Elena, su esposo, y los protestantes condenados a la horca.

Elena pidió morir junto a su esposo, Jaime Finlason, pero su pedido fue denegado. Los hombres habían de morir ahorcados, las mujeres ahogadas, y Jaime iría primero. Abrazando su pequeño niño, Elena se acercó a su esposo, lo besó, y le dijo estas últimas palabras:

“Esposo, regocíjate, pues hemos vivido juntos muchos días gozosos, y este día, en el cual hemos de morir, debemos considerarlo el más feliz de todos, porque tendremos gozo eterno. Así que no te daré las buenas noches, porque pronto nos encontraremos en el reino de los cielos”.

Jaime fue colgado ante sus ojos. Terminada su vida en la tierra, todos miraron a Elena, a quien forzaron a dejar su recién nacido con una enfermera ahora encargada de su cuidado. Las autoridades llevaron a Elena a un estanque cercano, la ataron de manos y pies, la metieron en un saco con piedras o pesas, y la lanzaron al agua como una bolsa de basura. Todo por el crimen de “blasfemar a la virgen María”.

Una nube de testigos ordinarios

El cielo tiene todos los detalles, pero esto es todo lo que sabemos de la vida de Elena. Fue una mujer valiente, fortalecida por las Escrituras. Su declaración al dar a luz, que ella estaba igual de calificada para ser la madre de Jesús, fue una insubordinación ceremonial radical, que era fundamentalmente un acto de fe, haciendo irrelevante toda superioridad humana en la presencia de la supremacía de Cristo.

Si miras más adentro en la Reforma, verás que es más que la imprenta, tesis clavadas en puertas, y debates teológicos. Es la historia de creyentes ordinarios, esposos y esposas y padres y madres, plantados en las palabras de la Escritura, reclamando la primacía de Jesucristo en sus vidas, matrimonios, familias, y esperanza eterna, quienes comprenden una nube de testigos llamándonos a hacer lo mismo. Nos llaman a tener convicciones bíblicas sin vacilar, a disfrutar de las bendiciones terrenales de Dios, y a resistir toda aflicción momentánea por el gran y eterno gozo puesto delante de nosotros.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Emanuel Elizondo.
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