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En la cristiandad mundial hay diferentes “tradiciones” eclesiásticas, diferenciadas mayormente por (1) su liturgia (manera de realizar su culto), y (2) por su gobierno (episcopal, presbiteriano, o congregacional). En Latinoamérica a menudo no estamos muy conscientes de los modelos de gobierno y organización, tampoco de los modelos litúrgicos. Las diferencias, a lo menos originalmente, son el fruto de cómo los teólogos de las diferentes expresiones del cristianismo han entendido lo que es “la Iglesia”. De hecho, a menudo no se acudió a las Escrituras para definir ni la liturgia ni el gobierno de la iglesia, sino a la tradición y a la “prudencia” del pastor.

Los escritores del Nuevo Testamento no quisieron dejar dudas con respecto a la nueva realidad de la iglesia, la comunidad del nuevo pacto, el cuerpo de Cristo, el reino de sacerdotes que se llama “la iglesia de Cristo” (Ro. 16:16) o “de Dios” (1 Co. 1:2).

¿Cómo debemos comprender lo que es la iglesia verdadera de Cristo? ¿Qué la distingue? ¿Qué lugar ocupa el sacerdocio? ¿Tiene sentido nombrar y llamar sacerdotes a sus líderes?

Las figuras en la iglesia

Las figuras e ilustraciones sobre la iglesia no pueden explicar la realidad de la iglesia, sino solo cuando son utilizadas como un todo. Casi todas son figuras de “relaciones”, salvo algunas como las figuras botánicas (i.e., la higuera), y estructurales (i.e., casa y templo). Pero la figura de “el reino” se refiere a la relación del pueblo (la iglesia) con su Rey, Dios. La figura de “el rebaño” se refiere a la relación de cuidado que tiene su Pastor (Dios) hacia su pueblo (la Iglesia), y así sucesivamente.

Al hablar de la iglesia, la figura más fuerte en el Nuevo Testamento es “el cuerpo de Cristo”. Cristo, que es “el Siervo sufrido de Jehová”, es también “el Cordero de Dios” (la provisión suficiente por el pecado), y es también el “Sumo Sacerdote” (el principal entre el resto del sacerdocio, que es su Iglesia). Cristo es también su Profeta (mayor y mejor que Moisés), su Rey (con la Iglesia conformando sus príncipes), si bien Cristo es Rey y Señor del resto de las criaturas en todo el universo.

Los libros y cartas de Efesios, Hebreos, y Apocalipsis, se encargan de desarrollar toda esta teología en detalles.

El sacerdocio universal del creyente

Hagamos la pregunta: ¿Cómo debemos comprender lo que es la Iglesia verdadera de Cristo?

La respuesta es inequívoca aquí. La Iglesia es el cuerpo de Cristo que padece con Cristo sus vituperios hasta que llegue el día de su glorificación. Las iglesias locales son embajadas del reino de Cristo, dignas y fieles representantes del reino de Dios. Los miembros verdaderos de las iglesias somos sacerdotes de Dios en Cristo, nuestro Sumo Sacerdote.

Cabe recordar aquí que la función sacerdotal era mediar entre Dios y la persona que traía su ofrenda a Dios: bien de paz, holocausto, agradecimiento, imploración de perdón, o de votos al Señor. Ahora, después que Cristo eliminó la sombra que representaba el modelo sacerdotal de Aarón y sus hijos (He. 8:5), y habiendo sido proclamado Sumo Pontífice para siempre, sentado a la diestra del Padre, de una nueva orden (de Melquisedec, He. 5:10), los creyentes en Cristo no necesitamos mediador más que Cristo, que es nuestro Sumo Sacerdote ante el Padre. Cada creyente es un sacerdote en Cristo. El sacerdocio figurativo fue completamente destituido por Cristo (ver He. 7-10).

No hay necesidad de intermediario —más que Cristo— entre el pecador penitente y Dios. Esto es lo que no entienden las iglesias romanas u ortodoxas, ni las anglicanas y episcopales de tendencia católico romana. Lamentablemente, muchos creyentes tampoco lo han comprendido bien.

Al entender esta verdad, quedará clara la necesidad de la vida de oración sin cesar del creyente. El mundo no estaría de pie ni tendría sentido sin la intercesión sacerdotal tuya y mía.

¿Sacerdotes en la Iglesia?

¿Qué distingue a la Iglesia? La respuesta es muy sencilla: a la Iglesia de Cristo la distingue Cristo, y por tanto los dones que le ha dado Él, además de su piedad y su labor (ver Ef. 4.8-17). Una iglesia de Cristo que es verdadera recibe dones, mayormente del tipo magisterial y administrativo, para seguir perfeccionando (llevando a la madurez) a los creyentes que se van uniendo al cuerpo, hasta que etapa por etapa todos lleguemos a la madurez y la unidad final en Cristo (Ef. 4:13).

Entonces, ¿qué lugar ocupa el sacerdocio en la iglesia? ¿Tiene sentido nombrar y llamar sacerdotes a los líderes de una iglesia? La manera en que se comprenda la iglesia y su carácter definirá el entendimiento de sus ordenanzas o “sacramentos”, su gobierno y oficiales. Tal comprensión definirá las funciones de una iglesia, y hasta sus metas y propósitos.

El Nuevo Testamento es categórico sobre el carácter de la iglesia: santo. Así deben ser sus oficiales, y por ende su estructura, organización, y gobierno. Los oficiales de una iglesia en el Nuevo Testamento son obispos (o ancianos, o pastores, que en el Nuevo Testamento son funciones del mismo oficio), y por cierto, siempre en un contexto pluralista y de paridad en cada iglesia local que tiene una base apostólica y bíblica. Como dice la Palabra:

“Desde Mileto mandó mensaje a Éfeso y llamó a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, [Pablo] les dijo: […] Tengan cuidado de sí mismos y de toda la congregación, en medio de la cual el Espíritu Santo les ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con Su propia sangre”, Hechos 20:17, 18, 28. (Ver Fil. 1:1; Tit. 1:5; 1 Ti. 3:1-13).

Puedes revisar el Nuevo Testamento entero, que es el manual de la creación y la institución de la iglesia de Cristo, y no encontraremos más que metáforas al sacerdocio antiguo como figurativo. Cristo inauguró el pueblo del nuevo pacto (la Iglesia) en su muerte, resurrección, y comisión. Cristo envió a los doce como profetas y apóstoles, de tal manera que fueran quienes cual constructores pusieran el fundamento que es Cristo (ver Ef. 2:20; 1 Co. 3.10).

Toda iglesia que tiene su base en el Nuevo Testamento, y que reclama ser apostólica y bíblica, debe desistir de la idea de sacerdote o patriarca para designar a sus oficiales. Son posiciones erróneas como oficios. Cada creyente es un sacerdote en Cristo (1 Pe. 2:9), y por tal razón está facultado para entrar con confianza al trono de Dios (He. 4:16), ya que el velo que separaba los lugares sagrados en las figuras del templo y el tabernáculo de Israel fue quitado en Cristo, que es el “gran Sacerdote sobre la casa de Dios” (He. 10.21). Ya no hay más que un solo mediador entre Dios y los hombres —no Aarón, ni Moisés, ni ningún sacerdote del pueblo— sino Cristo (He. 7.28). El Hijo es superior a Moisés, superior a los ángeles, superior a Aarón; es el sacrificio suficiente, el Sumo Pontífice, el único abogado para con el Padre.

¡Gracias damos a Dios por darnos a Cristo! Él es el único sacerdote perpetuo, que no tiene necesidad de ser reemplazado como sucedía con los hijos de Aarón cuando morían, porque nuestro Cristo es el Dios-Hombre inmortal, el Rey de reyes, Señor de señores, cabeza, abogado, apóstol y Sumo Pontífice de la Iglesia.

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