Todavía me asombra pensar en el efecto que algo tan diminuto puede tener en el cuerpo humano. Somos más débiles de lo que pensamos.
El 2 de julio de 2024, estaba con mi familia en Lima, Perú, sirviendo a un grupo de pastores y sus esposas. Al terminar una ponencia, Kathy (mi esposa) y yo estábamos conversando con la esposa de uno de los organizadores del evento, cuando perdí la capacidad de comunicar mis ideas. No tenía movilidad en el brazo derecho y mi visión en el ojo derecho desapareció.
Atendiendo la urgencia
Una enfermera verificó mis signos vitales y, al poco tiempo, yo estaba en medio del intenso tráfico de Lima, junto a toda mi familia, camino a una clínica que nos recomendaron con la incertidumbre de saber si llegaríamos a tiempo.
Era evidente por el examen clínico, luego confirmado por una resonancia magnética, que había sufrido un derrame cerebral isquémico.
Me ingresaron en la clínica para realizarme exámenes, donde un excelente neurólogo pudo determinar que tenía un problema congénito en el corazón: Una abertura diminuta ocasionaba que parte de la sangre que debía ir a los pulmones para ser purificada fuera al cerebro.
Cerca del 20 % de la población tiene esta apertura en el corazón, pero para la mayoría tiene menos de un milímetro. Las aperturas mayores de tres milímetros suelen ser candidatas para ser cerradas por cirugía. La mía era de 8 mm., por lo que fue calificada con «grado 4» en una escala de 5. Así que, cuando regresamos a Estados Unidos, buscamos tratar este problema en mi corazón. Por la gracia del Señor, encontramos un excelente cirujano que, el 14 de agosto, corrigió el problema con éxito.
Pero este procedimiento no podía revertir los efectos neurológicos de las lesiones cerebrales.
Lidiando con las secuelas
Luego del infarto en Lima, me ocurrió algo común en pacientes como yo, que no presentan tanto deterioro físico en sus episodios: comencé a experimentar un deterioro marcado en mis capacidades de pensamiento.
Cuando finalmente pudimos enfocarnos en el cuidado médico de la parte neurológica, nos enteramos de que, en los últimos dos años, había tenido siete infartos cerebrales. Estos infartos, debido a su localización, tuvieron efectos significativos en áreas cognitivas y emocionales de mi cerebro.
Que nuestra oración principal no sea salir del sufrimiento, sino por la fe para creer que Dios nos ama tanto que no podemos escapar de ese amor
Durante alrededor de dos meses, me encontraba en un estado de constante silencio y distanciamiento social. Podía funcionar cognitivamente por treinta minutos, pero luego mi «batería cognitiva» se apagaba debido a las lesiones cerebrales. Podía parecer funcional por unos minutos, pero mi familia veía a un hombre profundamente cambiado.
Por la gracia de Dios, el equipo médico y una neuropsicóloga —quien ha sido un gran apoyo y una provisión de Dios para mí— lograron identificar que los problemas con el sueño estaban empeorando mis síntomas. Así que, desde finales de agosto, estamos manejando mejor la higiene del sueño y hemos visto una mejoría en mi situación, al punto en que pude regresar a mis labores pastorales, aunque con restricciones.
Agradeciendo el cuidado del Señor
Regresé a mis tareas ministeriales en septiembre, pero todavía tenía serias limitaciones que afectaban principalmente mis interacciones personales en casa. Entrando en el tercer mes luego del episodio, mi familia podía alegrarse en verme salir a predicar la Palabra los domingos o de reunirme con personas, pero luego me extrañaban porque al volver a casa me quedaba poca energía para interactuar con ellos. Por la gracia del Señor, vemos mejoría significativa desde mediados de noviembre en mis interacciones en el hogar.
En medio de todo, este ha sido un tiempo en el que he podido ver al Señor sosteniendo a mi familia. Le damos gracias a Dios por la recuperación que estoy experimentando.
La neuropsicóloga que me está tratando me comentó: «Enfrentar un problema anatómico del corazón y varios derrames isquémicos es de las condiciones más fuertes que puede atravesar una persona, porque deja rezagos que duran tiempo y necesitan tiempo de recuperación. Tu recuperación ha sido rápida por la gracia del Señor».
Dios nos ama tanto que está obrando en nosotros a través de distintas circunstancias adversas. Además de mi situación, Kathy está experimentando desde mayo una condición que le causa mareos constantes. En octubre, mi mamá falleció después de una larga enfermedad. En la providencia de Dios, estamos enfrentando otros procesos que el Señor diseñó para nuestro bien (Ro 8:28).
¿Qué he aprendido de todo esto?
Dios desea que sea más como Cristo
El Salmo 119:71 se ha convertido en una meditación constante durante este tiempo:
Bueno es para mí ser afligido
Para que aprenda Tus estatutos.
Es evidente que Dios desea formar a Cristo en mí en medio de este proceso (Ro 8:29). Así que, desde que recuperé mayor capacidad cognitiva, me he enfocado en meditar en Su obra de santificación. Reconozco que había múltiples áreas en las que el Señor quería refinarme. Entiendo que la principal se trata de que yo pueda darme cuenta de cuán débil soy.
Mi aflicción física me ha empujado a aplicar los estatutos bíblicos en áreas de mi vida que lo necesitaban. Dios usó varios pequeños coágulos para lograrlo y, verdaderamente, estoy agradecido por Su amor hacia mí demostrado de esta forma tan desafiante.
Soy débil y dependo de otros
Solía tener un lema en mi vida: «Deseo llegar cansado al cielo», pues quería trabajar duro por el reino de Dios. Sin embargo, creo que con estas pruebas Dios me quiere enseñar que mi identidad no está en cuánto trabajo, sino en que soy amado por Cristo. Así que estoy aprendiendo a aceptar mi debilidad y las limitaciones que enfrento en esta época.
Por varios meses casi no pude ser ni esposo de Kathy ni padre para mis hijos, pero nunca dejé de ser hijo de Dios. Hoy mi oración no es para hacer más para el reino, sino poder comprender algo incomprensible: la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo por mí (Ef 3:18-19).
Deseamos no desperdiciar los procesos de sufrimiento, sino permitir que Cristo sea formado en nosotros
Al mismo tiempo, estos meses han servido para ver más claramente que no solo necesito más de Dios sino también más de otros. Algo que me ha animado mucho es ver a Kathy cuidar heróicamente de mí, en medio de su propia condición, cuando la dinámica de nuestro matrimonio fue principalmente una en la que yo la protegía a ella. Mi respeto por ella es cada día mayor al verla confiar en Dios en circunstancias complicadas. Hemos enfrentado situaciones que destruyen matrimonios, pero por la gracia de Dios vemos que Él ha usado este tiempo más bien para fortalecer nuestro amor. Al mismo tiempo, mis hijos Joey y Janelle continúan fortalecidos en la fe y siendo una inmensa fuente de aliento para nosotros.
Dios me llevó a una posición en la que tenía pocas fuerzas físicas, emocionales, y cognitivas para que yo dependiera más de Él y de otros. Yo he aprendido a depender de aquellos que me han amado en mi debilidad y que me han cuidado en mi incapacidad.
Dios provee en medio de las pérdidas
Hemos sufrido muchas pérdidas como familia: salud, ritmo de vida, entre otras cosas. Pero hemos visto y comprobado que Dios está con Sus hijos en medio de todas estas privaciones.
A pesar de que este ha sido el momento más difícil de nuestras vidas como familia, también ha sido una época en la que hemos recibido mucho amor, cuidado y provisión de Dios a través de tantas personas. Verdaderamente, Dios es misericordioso y no nos trata según lo que merecemos.
Sostenidos por el inmenso amor de Dios
Durante este tiempo, también he meditado en el libro de Job. Usualmente nos enfocamos en la parte que destaca que, en medio de las pruebas iniciales, Job no pecó. Pero pasamos por alto la gran parte del libro donde Dios está corrigiendo a Job. Esto me ha llevado a reflexionar en que Cristo es el único sin pecado y quien, en medio del sufrimiento, no pecó. Todos los demás hijos de Dios necesitamos ser corregidos, y Dios suele utilizar las pruebas para este fin.
Bíblicamente, el sufrimiento tiene varios propósitos, aunque en momentos puede ser complicado discernirlos todos. Sin embargo, hemos aprendido como familia que no deseamos desperdiciar estos procesos, sino que queremos que Cristo sea formado en nosotros.
Para los hijos de Dios, nuestra oración principal no debe ser solo para salir del sufrimiento. En cambio, debe ser por la fe para creer que Dios nos ama de una manera tan inmensa que no podemos escapar de ese amor. Su amor es ancho, profundo y alto sin medida. Por más que lo intentemos, Él no permitirá que salgamos de Su inmenso amor (Ro 8:38-39).