A finales del siglo XVII, en la tradición teológica reformada se introdujo una cuidadosa distinción en la teología con implicaciones para nuestra época de debates teológicos (a menudos disputas innecesarias) y en la que muchos cristianos creen tener la razón en todo y no miden el daño que sus palabras en disputas pueden hacer.
En su obra De Vera Theologia (Sobre la verdadera teología,1594), Franciscus Junius distinguió entre lo que denominó teología arquetípica y teología ectípica. Esta distinción fue adoptada por la mayoría de teólogos reformados, así como los luteranos. Reconocer esta distinción nos recuerda que la teología correcta debe humillar nuestro corazón, no hinchar nuestro ego.
La teología arquetípica
La teología arquetípica es la que se origina en Dios mismo, y hace referencia al conocimiento que Él posee de Sí mismo de manera absoluta, eterna, simultánea y perfecta.1 Es la autoconciencia de Dios, como diría Herman Bavinck.2 Por lo tanto, es teología en el sentido más verdadero y pleno de la palabra.
Amandus Polanus dice que la teología arquetípica es «la sabiduría de las cosas divinas que reside en Dios, esencial a Él e increada».3 Junius la describe como «absoluta y perfectísima, no le falta nada, no desperdicia nada, no contiene ninguna variación, sino que está desprovista de todo defecto en sí misma, de todo desarrollo o crecimiento y cambio».4
El apóstol Pablo habló de estas verdades (Ro 11:32-34) y el profeta Isaías nos hace pensar en esto cuando pregunta:
¿Quién guió al Espíritu del SEÑOR
o como consejero suyo le enseñó?
¿A quién pidió consejo y quién le dio entendimiento?
¿Quién lo instruyó en la senda de la justicia, le enseñó conocimiento,
Y le mostró el camino de la inteligencia? (Is 40:13-14).
La respuesta a estas preguntas es nadie, ya que «nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2:11). Por lo tanto, este conocimiento o teología es exclusiva de la Trinidad; ninguna criatura podría ser capaz de contener dicho conocimiento. Por eso podemos afirmar que «Dios es entendido como el primero, más alto y más perfecto teólogo».5 Cómo lo resaltó Agustín de Hipona siglos atrás: «Solo Dios es teólogo y nosotros somos verdaderamente Sus discípulos».6
La teología ectípica
Por otro lado, la teología ectípica proviene del arquetipo, es decir, del conocimiento de Dios y que decide revelar o comunicar a Sus criaturas solo por gracia. Por eso también se le llama «teología revelada»,7 según «el modelo o ideal que está en Dios»,8 es decir, la teología arquetípica.
Franciscus Gomarus aclara la diferencia:
Cuando [la teología] se considera en Dios en la medida en que es conocimiento mediante el cual se conoce a Sí mismo y a todas las cosas divinas de un modo divino, es arquetípica y original; y por eso este conocimiento, al igual que la esencia misma de Dios, es común al Hijo con el Padre y el Espíritu Santo (Jn 7:29; 10:15). Sin embargo, si se considera la teología en cuanto conocimiento comunicado por Dios a las criaturas dotadas de razón, ya sea en este mundo o en el otro, es ectípica y derivada.9
Entonces, en la teología ectípica vemos a Dios «acomodando Sus revelaciones a lo que nuestra condición puede manejar».10 En cierto sentido, podemos decir que Dios no se revela tal como es en Su infinita majestad, sino en una forma accesible a nosotros, con el fin de que hallemos nuestro supremo deleite en Él.
Fue por eso que, tiempo atrás, Juan Calvino comparó la manera en que Dios se comunica con nosotros como una nodriza que usa los balbuceos para comunicarse con el bebé que está a su cuidado.11 Aunque se trata de una conversación limitada, hay una comunicación verdadera. De la misma manera, Dios se comunica con nosotros adaptándose a Sus criaturas finitas a través de lo que Él ha revelado sobre Sí mismo.
Como Pablo, los creyentes podemos decir: «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido» (1 Co 13:12, RV1960).
Por eso se le conoce también como teología humilde, ya que no es perfecta en nosotros —criaturas limitadas— y es incompleta, si se la compara con esa teología celestial (teología de la visión) que esperamos en los cielos nuevos y en la tierra nueva, donde veremos Su rostro claramente, y ya no de manera opaca (Ap 22:4).
Nuestro conocimiento sobre Dios jamás será perfecto aquí y nunca será exhaustivo. Sin embargo, Dios ha querido comunicarse con nosotros, a pesar de que jamás podremos conocerlo plenamente. Podemos estar seguros de que tenemos un conocimiento real, confiable y verdadero sobre Él a través de Su revelación especial, Su Palabra.
Entonces, ¿qué significa el hecho de que nuestra teología sea ectípica o derivada? Herman Bavinck responde:
Todo nuestro conocimiento de Dios es de y por Dios, fundado en Su revelación, es decir, en la razón objetiva. Para transmitir el conocimiento de Él a Sus criaturas, Dios tiene que descender al nivel de Sus criaturas y acomodarse a Sus facultades de comprensión. La posibilidad de esta condescendencia no puede negarse, puesto que se da con la creación, es decir, con la existencia del ser finito. Nuestro conocimiento de Dios es siempre solo de carácter analógico, es decir, formado por analogía con lo que se puede discernir de Dios en Sus criaturas… En consecuencia, este conocimiento es solo una imagen finita, una débil semejanza e impresión creatural del conocimiento perfecto que Dios tiene de Sí mismo. Por último, nuestro conocimiento de Dios es, sin embargo, verdadero, puro y digno de confianza, porque tiene por fundamento la autoconciencia de Dios, Su arquetipo y Su autorrevelación en el cosmos.12
Cómo esto debe impactar tu forma de hacer teología
Una de las implicaciones es que de este lado de la eternidad, nuestra teología será imperfecta, no porque la revelación de Dios lo sea, sino porque nuestras mentes no alcanzan a comprender la grandeza de Dios y Sus obras.
Por otra parte, esta distinción nos humilla verdaderamente, pues jamás ninguna mente humana alcanzará un pleno conocimiento de Dios. Nos queda decir como Job: «He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca» (Job 40:4, RV60).
Esto me debería llevar a escuchar con humildad a los que difieren de mis puntos de vista en asuntos teológicos. Ya que, por mucho estudio que tengamos, no comprenderemos todo plenamente. Pues como dice Bavinck: «Vemos en un espejo tenuemente y caminamos por fe. El conocimiento absoluto y adecuado de Dios es, por tanto, imposible».13
Tenemos una teología de peregrinos que se dirigen a la ciudad celestial. Hoy adoremos al Señor, al Santo Misterio que no podemos comprender plenamente, pero que se ha revelado a nosotros a través de Su creación, Su Palabra y Su Hijo.








