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Proverbios 24-27 y Romanos 8-9

Como ciudad invadida y sin murallas
Es el hombre que no domina su espíritu.
(Prov. 25:28)

Durante estos días han sucedido una serie de accidentes aéreos. Uno de ellos ha sido resaltado por las noticias. Se trata de un helicóptero turístico que se precipitó al East River en Nueva York producto de una falla en sus motores. Lo lamentable del caso es que los cinco jóvenes pasajeros no murieron por la caída, sino que se ahogaron al no poder quitarse los cinturones de seguridad.  

La prensa ha informado que la familia de una de las víctimas del accidente en Nueva York está enjuiciando a la compañía aérea por no haber facilitado las herramientas para que los pasajeros pudieran liberarse de los arneses que los protegían durante el vuelo, pero fueron fatales durante el accidente.

Las respuestas que buscarán explicar en los próximos días ese accidente   girarán en torno a las palabras “falla técnica”, “clima adverso”, “negligencia”, “ignorancia”, “error”, o “mera estupidez”. Sin embargo, el dolor ante la pérdida de vidas humanas no se mitigará ni con la mejor y más precisa de las explicaciones.

Las autoridades tendrán que decidir las causas de ese accidente. Lo que esperaríamos es que el piloto haya actuado con pericia y cautela, que es lo que se espera de ese tipo de profesionales. Lo lamentable es que eso no siempre es así. Recuerdo hace unos años una noticia que pasó medio inadvertida. Dos pilotos de una línea aérea norteamericana fueron suspendidos luego que se les descubrió signos de ebriedad antes de un vuelo. Ellos estaban listos para pilotar un avión desde Miami hasta Phoenix, en los Estados Unidos, cuando fueron sorprendidos con una prueba de control de alcohol que no pudieron pasar. La línea aérea prohíbe que sus pilotos consuman alcohol por lo menos 12 horas antes de un vuelo.

¿Cómo podríamos denominar la conducta de esos pilotos? ¿Quizás maldad, negligencia, ignorancia, error, o mera estupidez? ¿Cómo dos profesionales se atreven a poner en peligro la vida de cientos de inocentes? ¿Cómo es que no se dieron cuenta que sus acciones tendrían consecuencias?

Las consecuencias de una vida incapaz de reconocer límites, auto-control, o responsabilidades siempre correrá peligro.

Personas como esos dos pilotos forman parte del grupo cada vez más numeroso y popular de los “Just do it” (solo hazlo). Son de aquellos que creen que no hay que contener ningún deseo, que hay que hacer todo lo que se les venga en gana sin miramientos ni remordimientos. Para ellos, ir por el camino de la moderación y el control sobre los apetitos es sinónimo de esclavitud y represión. Sin embargo, dejar de tener control sobre nosotros mismos es como manejar un auto que no tiene frenos. La velocidad podrá parecer excitante solo hasta el momento en que el primer obstáculo se nos ponga delante y no haya manera de esquivarlo. Lo cierto es que, para llegar a destino, no basta con apretar el acelerador. También es necesario frenar, virar, parar, y por sobre todo, saber hacia dónde nos estamos dirigiendo, teniendo siempre el control y el discernimiento para poder llegar con vida y sin hacerle daño a nadie.

Las consecuencias de una vida incapaz de reconocer límites, auto-control o responsabilidades siempre correrá peligro. Esa es la enseñanza del proverbio del encabezado. Una ciudad no amurallada estaba a merced de sus enemigos durante los tiempos bíblicos. Para que la gente viviera con seguridad y libertad era necesario que las ciudades cuenten con un buen muro alto que permitiera que sus habitantes puedan desarrollar todas sus actividades en absoluta tranquilidad. Aplicando el proverbio, podríamos decir que una persona que ha perdido el dominio propio no se volverá más libre y fuerte, sino más esclava de sí misma y completamente indefensa ante las circunstancias que ella misma podría propiciar. Habrá perdido la capacidad de protegerse a sí misma y proteger a los que le rodean: “El hombre prudente ve el mal y se esconde, Los simples siguen adelante y pagan las consecuencias” (Prov. 27:12).

Dijimos al inicio que el descontrol egoísta está en aumento y es sumamente popular. La enorme influencia mediática de las redes sociales hace que algunos personajes, cuyas vidas dejan mucho que desear, se vuelvan extremadamente populares, especialmente entre la juventud. Sus fotos, videos y comentarios cortos son envidiados por muchos que añoran tener una vida similar al de uno de esos dioses contemporáneos. Sin embargo, el proverbio es sumamente claro y no requiere mayor explicación, “No tengas envidia de los malvados, ni desees estar con ellos; porque su corazón trama violencia, y sus labios hablan de hacer mal” (Prov. 24:1-2).

Cuando nos dejamos llevar solo por impulsos, deseos, emociones o simplemente por el voto de la mayoría y el “Solo hazlo”, tendemos a hacer todo al revés, olvidamos el orden de las cosas y las prioridades en la vida. Así lo dice el maestro de sabiduría, “Ordena tus labores de fuera, y tenlas listas para ti en el campo; y después edifica tu casa” (Prov. 24:27). ¿Qué es lo que aprendemos? Que solo se puede disfrutar cuando se ha trabajado primero. Podemos desear muchas cosas buenas, pero solo el orden, las prioridades y el trabajo duro harán posible que las consigamos. El “¡porque yo quiero!” es solo el grito inoportuno de un niño malcriado e inmaduro. Puede que su padre le dé lo que le pida por cansancio, pero cuando crezca aprenderá que nada se logra porque uno lo quiere, sino porque se lo ha ganado. ¡No hay otra manera!

Proverbios no solo nos advierte acerca de cuidarnos de una falsa libertad, sino que también nos insta a ayudar a otros a no caer en la misma trampa.

Otro gran problema de los que se dejan llevar por el “solo hazlo” es que creen que ya son lo que desean, aunque no se lo hayan ganado, ni lo hayan demostrado todavía. Al parecer ya no se necesitan algunos años quemándose las pestañas y otros más de dura comprobación a través de la experiencia para llegar a hacer valer lo que sabemos o lo que hemos llegado a ser, sino que basta con querer sentirme algo para serlo de forma casi milagrosa o espontánea. Es el poder del “eres porque te lo mereces” que tanto se escucha por todas partes. El maestro de sabiduría vuelve a llamarnos a la sensatez cuando dice, “No hagas ostentación ante el rey, y no te pongas en el lugar de los grandes; porque es mejor que te digan: sube acá, a que te humillen delante del príncipe a quien tus ojos han visto” (Prov. 25:6-7). Y el consejo no termina allí porque es aún más lapidario cuando dice, “¿has visto a un hombre que se tiene por sabio? Más esperanza hay para el necio que para él” (Prov. 26:12).

Considero que muchos de los que están leyendo estas reflexiones son personas con una buena dosis de dominio propio que les ha permitido evitar más de un problema con el “solo hazlo”. Sin embargo, Proverbios no solo nos advierte acerca de cuidarnos de una falsa libertad, sino que también nos insta a ayudar a otros a no caer en la misma trampa. Cuando dejamos que alguien que está en nuestro entorno caiga en la trampa de cualquier tipo de descontrol sin que nosotros le ayudemos o advirtamos, indirectamente le estamos condenando a una posible desgracia que no solo será personal, sino que también podrá involucrar a muchos inocentes que están en su entorno. El proverbio nos exhorta con absoluta claridad: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras” (Prov. 24:11-12 RV60).

Finalmente, para nosotros los que somos cristianos, los que hemos sido convertidos por el Señor a una vida nueva, la realidad de hacer lo que nos venga en gana por pura complacencia egoísta y personal ha quedado atrás. La realidad de la justificación en Cristo y la residencia del Espíritu Santo en nuestros corazones ha producido una verdadera transformación que nos hizo pasar del “solo hazlo” al “haz Tu voluntad”. Esto es más que evidente y probatorio en las palabras de Pablo, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios” (Ro. 8:14). No hay duda, entonces, que cuando el Señor, a través del Espíritu Santo, empieza a dirigir y ordenar nuestras vidas, Él levanta una vez más nuestra muralla y le provee orden y estabilidad a nuestra existencia. ¡Qué bueno es saber que el Señor nos tiene tan bien sujetos a Él que, ni aun nosotros mismos, ni nada de nada, “… nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:39).


Imagen: Lightstock.
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