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Estar en un hospital psiquiátrico es —a lo menos— intimidante. Los libros y las películas han influido profundamente en nuestra concepción de cómo luce un paciente psiquiátrico hospitalizado. Tal vez pensamos en personas con batas blancas, catatónicas, o meciéndose en una silla; gente agresiva capaz de cualquier cosa y que nunca más será “normal”. 

La realidad es que la mayoría de las personas hospitalizadas en un psiquiátrico no cumplen con los estereotipos populares de una persona “loca”. Lo sé por experiencia.

Hace unos meses pasé 17 días en un hospital psiquiátrico. Desde los días previos a mi hospitalización, cuando se estaba decidiendo si necesitaba atención más intensiva, noté que prácticamente no hay recursos que ayuden a saber qué esperar de un internamiento psiquiátrico y menos aún al salir de uno. En este artículo quiero compartir un poco sobre mi experiencia, así como algunos consejos para animar a los que lleguen a pasar por lo mismo.

1. No es tu culpa pero sí es tu responsabilidad.

Llegué de madrugada al hospital, luego de horas de llorar y muchos días pensando en suicidarme. Estos pensamientos no eran nuevos para mí; han sido un lucha constante durante casi toda mi vida. Pero esta vez se estaban saliendo de control, y yo sabía que solo era cuestión de tiempo para terminar intentando suicidarme. Llevaba meses en crisis, varias noches durmiendo muy poco o nada, con pesadillas acerca del abuso sexual que viví de niña… estaba cada día más cansada de luchar. Sentía tanta culpa que no era capaz de asistir a mi iglesia sin sentirme más condenada. A esto se le sumó un pecado recurrente en mi vida, y ya no pude más. 

Confesar esto quizá me hace parecer una incrédula que no conoce a Dios. Yo misma me reclamaba mi falta de ganas de vivir teniendo todo lo que necesito y aún más. Sin embargo, la realidad es que los hijos de Dios también padecemos de enfermedades mentales. Estar enfermos no es nuestra culpa, hacer algo al respecto sí es nuestra responsabilidad. Es común que tanto el paciente como los familiares nieguen que la atención psiquiátrica sea algo necesario, y minimicen la condición del enfermo. Gracias a Dios yo tuve la oportunidad de hablar con una hermana de mi iglesia quien me hizo sentir que no era necesario esperar a estar peor. Si tu médico considera que necesitas un tiempo en el hospital, confía en Dios y sé humilde y valiente para cuidar tu salud.

2. Aprovecha la experiencia.

Los hospitales psiquiátricos son lugares intimidantes porque no sabemos qué pasa ahí adentro. Cada hospital tiene sus reglas, pero en la mayoría de los casos no hay mucho qué hacer. Hay que despertarse temprano, tomar tus medicamentos, esperar a que te vea tu médico, y terminar tu día temprano. Rara vez habrá alguna sesión de terapia grupal o estudio médico, y no a todos se les autorizan las visitas. No hay lobotomías ni castigos, aunque sí se llega a inmovilizar a los pacientes violentos. En el hospital donde yo estuve las pacientes estables estábamos separadas de aquellas que no lo estaban. 

Dicho esto, queda claro que en el hospital psiquiátrico hay mucho tiempo para pensar, orar, y conocer a los compañeros de una forma muy distinta a lo que lo hacemos en el mundo real. Recuerdo que a la mañana siguiente de mi llegada, mis compañeras se acercaron a platicar conmigo y a explicarme las reglas y rutinas de la sala. Eso hizo toda la diferencia. Inmediatamente empecé a estar atenta a las necesidades de las compañeras recién llegadas, y entre todas nos ayudábamos y nos dábamos consejos para sobrellevar el estar en un hospital psiquiátrico. Compartir una etapa tan vulnerable en un lugar donde la privacidad no es una opción puede hacer que conectes profundamente con otras personas mucho más rápido de lo usual. Escuché muchas historias llenas de dolor, pero también de voluntad. No se trata de que te olvides de ti mismo, sino de aprovechar una situación que ya estás viviendo para aprender tanto como puedas.

3. Recuerda que sigues siendo tú.

Para mí, estar en el hospital se sintió como tocar fondo. Me sentía en un hoyo oscuro del que no había manera de salir. No es que haya algo malo con necesitar un hospital psiquiátrico, sino que no me quedó opción más que admitir mi impotencia ante lo grave de mi situación. 

Por gracia, en medio de mi depresión y dolor, yo seguía reconociendo mi necesidad de Dios. Los cristianos que vivimos con una enfermedad mental no hemos perdido nuestra identidad. Tal vez nuestros síntomas sean muy evidentes o incapacitantes, pero seguimos siendo parte del cuerpo de Cristo. En el fondo, seguimos teniendo la misma necesidad de la gracia de Dios que cualquier otro cristiano. No nos hemos ido y Dios no nos ha abandonado.

4. Deja que Dios trabaje.

Cada día que estuve en el hospital pude ver a Dios. Constantemente le pedía que no me dejara esforzarme por mí misma y que fuera Él quien hiciera el trabajo en mí, algo muy difícil para una perfeccionista como yo. Me imaginaba que estaba atrapada en ese hoyo oscuro del cual no podía salir y lo único que podía ver era a mi Señor. Mi trabajo era no perderlo de vista mientras Él bajaba por mí. Y así fue. 

Mi ansiedad desapareció casi milagrosamente, de hecho, yo no sabía que estaba sintiendo ese grado de angustia hasta que dejé de sentirlo. Por fin podía dormir y me despertaba descansada y con la mente más clara. El dolor físico que había sentido por meses resultó ser producto del dolor emocional y también dejé de sentirlo. Nunca había estado tan tranquila.

Desde el día que llegué al hospital, le pedí a Dios que se glorificara en medio de lo que estaba viviendo. Al día siguiente llegó una mujer que se autolesionaba para calmar una ansiedad insoportable que padecía. No recuerdo cómo, pero se enteró de que soy cristiana y se acercó a platicar conmigo. Ella llevaba meses asistiendo a una iglesia evangélica pero no sabía cómo entregar su vida a Cristo. Esa noche hablamos del evangelio y oramos juntas. Yo no podía creer que Dios me hubiera contestado tan pronto y me estuviera permitiendo ser de consuelo para otros con el mismo consuelo que Él me daba. Dios tiene planes emocionantes e inesperados que incluyen hasta los momentos difíciles de nuestras vidas.

5. Ten expectativas realistas y sé paciente.

El hospital psiquiátrico no es para que salgas curado en un par de semanas. El objetivo es estabilizarte y encontrar los medicamentos que te ayuden a conseguirlo. Al salir todavía hay mucho trabajo por hacer y tendrás que aprender nuevas herramientas para enfrentarte a tu enfermedad. 

Por algunos días después del alta mis emociones oscilaban entre la alegría de haber salido y el estar abrumada. No era que extrañaba estar internada, pero a veces todo se sentía tan nuevo y distinto que parecía demasiado para manejar. Lo que me pasaba no era raro. Por bien que me sintiera seguía estando en un estado vulnerable que es común luego de un internamiento. Tomarme unos días antes de regresar a mi trabajo fue muy útil. Cuando volví, siempre estaba pendiente de mis emociones para no sobrecargarme de actividades. Traté de ser paciente y poco a poco dejé de sentirme como si estuviera en un país extranjero. 

6. ¡Habla!

Los días difíciles no se acaban con el internamiento. A pesar de que he mejorado mucho más de lo que yo hubiera imaginado, sigo fallando, sigo exigiéndome estar perfecta, y sigo pecando. He tratado de hablar con alguien cada vez que me he sentido mal y tal vez por eso he evitado las crisis que antes eran normales. 

Expresar nuestras emociones o pedir ayuda es difícil porque nos hace ser vulnerables y humildes al mismo tiempo. A veces se atraviesan de nuevo mis heridas y pienso que no le importo a las personas y me encierro de nuevo en mí misma. No funciona. Dios nos creó para vivir en comunidad porque es bueno para nosotros. Sigo trabajando en esto.

Ninguna de las bendiciones que recibí por mi hospitalización es merecida. No soy especial en ningún sentido. Pero el evangelio nos enseña que Dios se exalta en la debilidad de personas como yo. Si Dios pudo obrar en mí, puede hacerlo en ti también. ¡No pierdas la esperanza!


Imagen: Unsplash
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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