Te presentamos el cuarto número de nuestra Revista Coalición. En esta ocasión, estaremos explorando el tema de la comunión cristiana. ¿Por qué decidimos reflexionar en extenso sobre este tema? Veamos algunos factores.
La pandemia, entre muchos otros factores culturales y sociales exacerbados durante este tiempo, ha afectado muchos aspectos de nuestra existencia humana. Nos lleva a enfrentar una nueva normalidad que nos ha desafiado cada día, al llevarnos a descubrir nuevas maneras de relacionarnos e interactuar. Pero también ha dejado una estela de soledad, al fomentar la atomización de la existencia, el individualismo extremo y la falta de cercanía física y anímica.
En el mismo sentido, la virtualidad, las redes sociales, los influencers cristianos, las restricciones presenciales y una variedad de factores cambiantes han dado lugar a formas cristianas inéditas de socialización, identificación grupal y hasta de edificación espiritual. Esto ha producido un profundo cambio en el sentido de identidad relacional y comunitaria que, definitivamente, afecta a la vida de comunión de la iglesia tal como la hemos conocido hasta hace muy poco tiempo. Este cambio es drástico y requiere que volvamos a reflexionar en lo que significa ser iglesia desde múltiples perspectivas.
Una de las palabras sobre las que es necesario volver a pensar, tanto en su significado como en su aplicación, es la palabra «comunión». Su significado literal es lo que se comparte, aquello que es de propiedad común y que pone el énfasis en el aspecto relacional del compañerismo. En ese sentido, el teólogo Juan Calvino decía que la comunión se refería básicamente «a la sociedad mutua y al compañerismo, las limosnas y otros deberes del compañerismo fraternal»,1 algo que definitivamente incluía la vida en común, tal como lo describe Lucas cuando dice: «Todos los que habían creído estaban juntos…» (Hch 2:44). Hoy nos toca volver a responder muchas preguntas con respecto a la comunión, entre ellas, ¿qué significa «estar juntos»? ¿Existe una demanda de presencialidad física necesaria para la vida de la iglesia? ¿Pueden existir otras maneras no presenciales de «estar juntos»?
Por otro lado, no se trata solo de evitar el aislamiento; otro problema radica en el hecho de que los seres humanos pueden también encontrar factores de identidad y socialización comunitaria en actividades deleznables y hasta nocivas. Estamos hablando de que podemos encontrar una comunión estrecha alrededor de un equipo de fútbol, un estilo de música, un artista, un hobby y hasta alrededor del consumo de una droga o un acto delincuencial. En definitiva, la comunión puede ser tanto positiva como negativa.
La «comunión» cristiana requiere, entonces, de calificativos que establezcan ese lazo y sean normativos para la vida cristiana. La pregunta sería, ¿qué es exactamente lo que tenemos en común? ¿Alrededor de qué ha establecido nuestra comunión el Señor? Por ejemplo, Lucas establece que la naciente iglesia de Jerusalén estaba realmente comprometida de forma continua al estudio de la doctrina, el compañerismo fraternal, la celebración de los sacramentos y la oración (Hch 2:42). Estos elementos siguen siendo característicos y distinguibles hoy, pero necesitamos descubrir la forma de honrarlos en nuestra realidad, descubriendo las aplicaciones correctas de aquellas que puedan ser nocivas. Por ejemplo, ¿puedo sentirme parte de una congregación y pastor virtual porque tiene sana doctrina y buena enseñanza? ¿Me bastan los consejos del influencer que domina cierto tema?
Nuestro primer llamado es a tener comunión con Dios (Jn 15:1-5). De esa comunión se desprenden todos nuestros otros vínculos de comunión. No podemos perder de vista que la comunión cristiana es una de las señales evidentes de nuestra filiación divina dentro de un mundo donde prima la desunión y la violencia mutua. Por eso Jesús dijo: «En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:35). Hablemos, entonces, de la comunión y volvamos a descubrir su valor y pertinencia, oyendo las palabras de Dietrich Bonhoeffer:
Tengo comunidad con los demás y la seguiré teniendo solo a través de Jesucristo. Cuanto más genuina y profunda se vuelva nuestra comunidad, más se desvanecerá todo lo demás entre nosotros, más clara y puramente Jesucristo y su obra se convertirán en la única cosa vital entre nosotros. Nos tenemos los unos a los otros solo por medio de Cristo, pero por medio de Cristo nos tenemos los unos a los otros, enteramente, por la eternidad.2