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Recientemente, escuché un mensaje (en inglés) que el Dr. John MacArthur compartió con su congregación décadas atrás sobre la pasión por los perdidos. Inspirado en ese sermón, quiero compartirte algunas ideas de lo que es imprescindible a la hora de evangelizar.

Creo que todos hemos pasado por momentos en nuestra vida cristiana donde experimentamos una pasión por evangelizar, en especial al comienzo de nuestro caminar con Dios.

Comenzamos una relación con Él por su gracia, descubriendo lo que esta nueva vida ofrece, y nos llenamos de un gozo inexplicable que queremos compartir. En esos momentos, parece que nos visita una pasión como la de Cristo (Marcos 1:14-15).

Sin embargo, luego llega un tiempo donde, quizás influenciado por el rechazo que experimentamos al compartir el evangelio, retrocedemos y poco a poco se apaga la pasión que teníamos. Pudiera ser que, a medida que crecemos en la vida cristiana, vamos adquiriendo un “cerebro grande” y como consecuencia el corazón se reduce, y con ello la pasión por la evangelización.

Necesitamos el fervor evangelístico. Como John MacArthur explica:

“El evangelismo es efectivo cuando proviene de lo que los africanos solían llamar el ‘corazón caliente’ en lugar de la mente fría. Es la pasión por la santidad y la pasión por las personas perdidas… lo que dispara a la iglesia y la hace poderosa. Cuando la iglesia está preocupada por su comodidad, algo equivocado ha tomado el control”.

Como creyentes, tenemos que preguntarnos: ¿Tenemos pasión por el evangelismo? ¿A dónde se va esa pasión cuando no la sentimos? ¿Por qué a veces el evangelismo parece ser distracción para la iglesia, más que su función central?

Recordando a hombres del pasado

Podemos volver a la Reforma para recordar cómo la pasión puede ser usada por el Señor. Erasmo de Róterdam fue la mente más grande del mundo a comienzos del siglo XVI. Era un erudito con el intelecto más poderoso de su tiempo, pero tenía un carácter vacilante. Y Dios no lo usó para provocar la Reforma (aunque su edición del Nuevo Testamento fue valiosa).

En cambio, Dios tomó el anhelo rudo y ardiente de Martín Lutero; alguien que no poseía el intelecto de un Erasmo, pero con fuego en su corazón. Así, Dios lo empleó para cambiar el curso de la historia de la iglesia.

También podemos recordar a un santo de Dios, Horacio Bernar, quién después de escuchar a un joven ministro que predicaba con gran entusiasmo, le dijo: “Te encanta predicar, ¿verdad?”. “Sí, de hecho, señor, sí me encanta”, respondió el joven. “Pero”, dijo Horacio, “¿amas a los hombres a los que predicas?”. Este es el problema de muchos de nosotros: nuestro amor por las personas suele fluctuar.

A veces tenemos una mente bien entrenada, pero no un corazón amoroso.

Es trágico cuando hemos perdido calidez en nuestros corazones. A veces tenemos una mente bien entrenada, pero no un corazón amoroso. Por eso hacemos bien al recordar a hombres como John Knox. Uno de sus biógrafos dijo, “tan poderoso era él en su anhelo por las almas perdidas, que pensé que rompería el púlpito en pedazos”.

Cuando perdemos la pasión por evangelizar, los ejemplos de hombres del pasado pueden ayudarnos. Ellos nos muestran que Dios se complace en usar a creyentes valientes y apasionados por predicar el evangelio.

Recordando el amor de Jesús

Jesús tiene una pasión por las almas de los hombres. En los evangelios, lo vemos ansioso por alcanzar a los perdidos, clamando por ellos (Mar. 1:14-15; Jn. 4:34; Mat. 23:37). Aunque los hombres del pasado pueden animarnos, Jesús es quien es más nos modela la pasión por evangelizar. Su ministerio fue básicamente uno de evangelismo a multitudes, y también de evangelismo personal (cp. Mat. 4:17; Jn. 1:43; Luc. 5:27-32).

Quizás la ilustración más hermosa del evangelismo personal de todos los tiempos es el breve pero conmovedor encuentro de Jesús con el ladrón en la cruz (Luc. 23:39-43). Allí, colgado en el Calvario, Cristo rescató del infierno eterno al ladrón arrepentido.

Si nuestro Señor Jesucristo amó a los perdidos de tal manera, ¿cómo no pedir a Dios que renueve nuestra pasión por evangelizar cuando sentimos que se ha ido? Quiera el Señor que cuando nos preguntemos, “¿tienes pasión por el evangelismo?”, nuestra respuesta siempre sea un “sí”.


Imagen: Lightstock.
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