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¿Qué es el orgullo? Si nuestro corazón se llena de orgullo, nos consideramos dignos de los regalos que Dios nos da, nos justificamos cuando tomamos el lugar que solo le pertenece a El, y hasta nos exaltamos ante otros con todo aquella alabanza que solo le pertenece a Dios. En sentido horizontal nos consideramos mejores y superiores que otros (Fil. 2:4), y comúnmente tan alto llega nuestra estima que somos autoengañados en apropiarnos de oficios y talentos que no nos pertenecen (Ro. 12:3), y quedamos incapacitados de disfrutar el éxito de otros (1 Cor. 4:7).

Es interesante considerar que el orgullo se relaciona íntimamente con la idolatría. Idolatría es cuando algo o alguien se adueña de nosotros más que Dios. Cualquier cosa que anhelamos más que Dios. ¿Te das cuenta? Cualquier cosa que para nuestra felicidad sea más fundamental que Dios es un ídolo. Por otro lado, el orgullo es la ilusión de que somos suficientemente competentes para determinar nuestras vidas, encontrar un propósito suficientemente grande para darle sentido a todo lo que hacemos[1]. Tal como la idolatría, el orgullo es un estado de la mente contrario a Dios[2] (Sal. 10:4). La idolatría y el orgullo siempre están relacionados y conectados, y son la raíz del pecado.

¿Cómo se ve esto en la práctica? Consideremos la siguiente conversación entre un consejero bíblico y una aconsejada:

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Aconsejada: ¡Esto es difícil! El día que yo caiga muerta es que mi esposo va a dejar de tirarme sus líos. Es frustrada que me tiene. Perdona el desahogo, es que me acaba de hacer una que casi lo mato.

Consejero: Estoy aquí para eso. No tienes que excusarte, pero sí quiero que leas Santiago 1:19-20 “…que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios”.

Aconsejada: Amén. “Tardo para la ira”, tengo que repetirme eso mucho.

Consejero: Es buena esa, ¿no?

Aconsejada: Buenísima, ¡porque lo que a veces quiero es matarlo!.

Consejero: Tienes que pensar que Dios es tardo para la ira contra ti. Él es paciente contigo. Entonces, ¿por qué no ser paciente con quien más amas?

Aconsejada: Así es. Amén

Consejero: Cuando nos enojamos sin considerar a Dios, estamos diciéndole a Dios que fuera mejor cambiar de lugar: que seamos nosotros Dios y que Dios sea inferior a nosotros. Increíble, ¿no? Por eso necesitamos misericordia y perdón.

Aconsejada: Gracias. Tengo que repetirme eso mil veces, porque siempre caigo. A veces me siento cansada y con ganas de explotar y sé que le fallo a Dios.

Consejero: A mí también me pasa. Justo hace 10 minutos estaba pidiendo perdón a Dios.

Aconsejada: Al menos en el cielo esta lucha terminará, ¿verdad?

Consejero: Sí, pero puede mejorar significativamente aquí también.

Aconsejada: Yo siento que he mejorado, pero vuelvo y caigo. Y ahí a veces me siento que tal vez el esfuerzo no sirve de nada, pero yo sé que esos pensamientos vienen del diablo.

Consejero: ¿Sabes por qué pasa eso? Es como cuando tienes una enfermedad y te tomas una pastilla para los síntomas, pero no eres curada. Eso es lo que te está pasando.

Aconsejada: Algo así, o al menos no se han ido todos los síntomas.

Consejero: ¿Sabes cuál es la solución?

Aconsejada: ¿Llevarlo a la Cruz?

Consejero: Sí. Esa es la segunda mitad. ¿Sabes cual es la primera mitad?

Aconsejada: ¿No? ¿Cual? ¿Darle una patada?

Consejero: Que no atacas los pecados de raíz, sino solo los superficiales.

Aconsejada: ¿Y cómo sabes que los atacas de raíz? Porque para mí los ataco suficiente, ¿pero al parecer no basta?

Consejero: ¿Sabes cuál es la diferencia entre los pecados raíz y los pecados superficiales?

Aconsejada: No sé.

Consejero: Tú sí sabes. Los superficiales son los de la conducta, los que se ven. Los de raíz son los del corazón, los que no se ven. ¿No recuerdas?

Aconsejada: Pero por ejemplo, ¿cómo sabes que realmente estás atacando un pecado como el orgullo? Porque eso es muy constante. Siempre vuelve, como la mala hierba. Por más que te humilles, que te quedes callada y aguantes, vuelve y vuelve.

Consejero: Tienes que conectarlo a la conducta. El orgullo es la raíz y la conducta es el fruto. Por ejemplo, hace un momento pecaste, ¿cual era la raíz y cuál fue el fruto? Tienes que detenerte a analizarlo.

Aconsejada: Pues la verdad solo pequé en mi mente, porque no dije nada. Pero en mi mente sí que pequé.

Consejero: ¿Seguro? ¿Y no te enojaste? Aunque no estaba presente, te enojaste contra él.

Aconsejada: Sí, aunque no dije nada, el orgullo se volvió en ira. Me iba a explotar le hernia casi de la ira.

Consejero: ¡Exacto! Eso es. Te falta algo. ¿Por qué se convirtió en ira? Piénsalo de esta manera. ¿Qué es lo que anhelabas?

Aconsejada: ¡Decirle tres malas palabras y mandarlo a freír tusa!

Consejero: ¿Y qué te hizo sentir que tenías el derecho de hacer eso?

Aconsejada: ¿El orgullo?

Consejero: Sí. Porque te creíste en el derecho de hacer aquello que solo le pertenece a Dios. Eso es la esencia del orgullo. Le dijiste a tu corazón que, basado en lo que sucedió, tú tenías el derecho de tomar el lugar de Dios.

Aconsejada: Así es.

Consejero: Ahora tienes que pedirle perdón a Dios por todo eso. Increíble que ni siquiera hablaste con él y cometiste todos esos pecados: Ira pecaminosa, orgullo, tomaste el lugar de Dios, impaciencia…

Aconsejada: Así mismo.

Consejero: Con corazón sincero tienes que buscar la cruz para el perdón de todo eso hasta que Dios te dé paz. Cuando hagas eso, el círculo estará completo y parte de la raíz será cortada. Si llegas al punto de lastimar a otro con tus palabras, ya se agregan 2 o 3 pecados más por los que tendrías que pedir perdón al otro.

Aconsejada: ¿Y algún día se logra no dejarse arropar por el orgullo?

Consejero: Más o menos. Lo que va a suceder es que vas conquistando ciertas montañas del orgullo. Dios puede concederte el privilegio de que tu orgullo no dañe tu familia. O al menos que baje significativamente. Pero tienes ahora que cerrar el círculo. Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y los abandona hallará misericordia”.

Aconsejada: Entonces, ¿el círculo se cierra cuando entiendo que ese orgullo me está llevando a hacer o querer cosas que solo Dios puede hacer?

Consejero: Sí, cierra cuando lo llevas a la cruz. Tienes que pedir perdón. Tienes que confesar y arrepentirte de todos eso pecados: los frutos y la raíz.

Aconsejada: Entendido. Gracias. Justo a tiempo llegaron esas palabras.

Consejero: Amén.

 


[1] Timothy Keller, Timothy, The Freedom of Self Forgetfulness, locations 132-133, 10Publishing. Kindle Edition, 2013

[2] C.S. Lewis, Mere Christianity, New York: Touchstone, 1980.

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