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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.

Sin fe es imposible agradar a Dios (He 11:6). Al ser la fe algo tan importante, ¿cómo puede ser tan malentendida? Por lo general, incluso en círculos cristianos se sigue el esquema secular expresado por el filósofo francés Voltaire, que dijo: «La fe consiste en creer cuando se está más allá del poder de la razón».1 De esta forma se ha determinado que la razón abarca todo lo que se puede conocer, y la fe solo sirve para definir todo aquello que va más allá de lo conocible, incluyendo a veces hasta lo absurdo. Siempre se habla de la fe en un contexto de incertidumbre y como un conjunto de proposiciones que tienen la probabilidad de ser ciertas. Pero el concepto bíblico de la fe no es así.

Si hemos de definir la fe bíblica en solo una palabra, esa sería «confiar». Para confiar se necesita revelación, porque para creer primero se necesita conocer. En ese sentido, la fe siempre es una respuesta o reacción espiritual apropiada a la revelación de Dios. No es confianza en algo que está más allá del conocimiento humano, sino que es convicción en lo que Dios ha revelado de Sí mismo en Su creación, en la conciencia, en Su Palabra y, sobre todo, en Jesucristo (He 1:1-2).

Lo que no es fe

La confusión y falta de conocimiento en cuanto a la fe bíblica no es algo nuevo en nuestros tiempos. En la Palabra encontramos varios casos que ilustran lo que aparentemente podría ser llamado «fe», pero que realmente lo que evidencian es una fe falsa. Algunos de estos casos son:

  • La fe histórica. Santiago escribió de aquel que «cree que Dios es uno», pero que de igual forma «también los demonios creen» (Stg 2:19). Esto es, quien cree que Dios existe y que ha intervenido en la historia, pero sus obras demuestran que no se ha rendido al señorío de Dios (Stg 2:20-26).
  • La fe milagrosa. «Muchos creyeron en Su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús, en cambio, no se confiaba en ellos» (Jn 2:23-25; 3:2). Estos creyeron en lo sobrenatural y anhelaban ver más milagros. ¿Por qué Jesús no se fiaba de ellos? El texto dice: «Porque conocía a todos». En otras palabras, puesto que como Jesús conocía los corazones, sabía que ellos no eran de confiar porque su anhelo no era Jesús, sino los milagros.
  • La fe de la prosperidad. Después de que Jesús milagrosamente multiplicara los panes y los peces y alimentara a miles, muchos le seguían, pero Jesús reveló sus verdaderas intenciones: ellos le buscaban «porque han comido de los panes y se han saciado» (Jn 6:26). Estos estaban dispuestos a seguir a Jesús, no porque era el pan de vida (Jn 6:27), sino porque vieron en Él una fuente de prosperidad material (Jn 6:35-36, 66).
  • La fe temporal. Esta sucede en aquel que «oye la palabra y enseguida la recibe con gozo; pero no tiene raíz profunda en sí mismo, sino que solo es temporal, y cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, enseguida se aparta de ella» (Mt 13:20-21). En cierto sentido, toda fe falsa es temporal, pero esta tiene la peculiaridad de que por un tiempo convence a todos de que es verdadera, y su falsedad no es perceptible hasta que no vengan tiempos difíciles.
  • La fe religiosa o de justicia propia. Esta acompaña a aquellos que tienen un profundo celo religioso o ético, así como el de los judíos de quienes habló Pablo en Romanos 9 y 10. Su celo no era conforme a un pleno conocimiento porque se dedicaron a ir tras la salvación «no […] por fe, sino como por obras [de la ley]» (Ro 9:32). Un ejemplo práctico es aquel que fue al templo a orar: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres». Él creía en su propio esfuerzo para lograr conformarse al código moral, pero no confiaba en Cristo para su justificación (Lc 18:9-14).

Lo que sí es fe

Desde el principio la fe ha sido esencial para tener comunión con Dios porque «por ella recibieron aprobación los antiguos» (He 11:2). Si alguien es un ejemplo de fe para todos, ese fue Abraham, el padre de la fe (He 11:8-20). Todo el que tiene esta fe confía en su corazón con base en la evidencia espiritual provista, porque a pesar de que sus ojos no lo puedan ver, la evidencia provista es la revelación divina iluminada por Dios (He 11:1).

La fe es una entrega total a Dios a causa de haber gustado Su bondad, que fue revelada por el Espíritu, que está fundamentada en las promesas del Espíritu en Cristo y que da buenos frutos. La entrega total es comparada a aquel que, cuando coma del pan de vida (Cristo), quedará satisfecho y vivirá para siempre (Jn 6:50-51). Cuando beba del agua de vida, no tendrá sed jamás (Jn 4:13-14). Cuando vea en Jesús el Salvador del mundo, caerá de rodillas en busca de perdón (Lc 5:8). Y cuando entienda que al que cree todo le es posible, clamará al Señor: «Creo; ayúdame en mi incredulidad» (Mr 9:23-25).

La reflexión constante del creyente es el carácter de Dios y Sus promesas en Cristo. Él confía y se acerca a Dios creyendo que «Él existe, y que recompensa a los que lo buscan» (He 11:6), sabiendo que la mayor expresión de la remuneración es eterna y ya está asegurada, pero todavía no lista para disfrutarla totalmente (He 11:6, 13).

Él sabe lo pasajero de los placeres temporales del pecado y considera como mayores riquezas el oprobio de Cristo, teniendo la mirada puesta en la recompensa; se mantiene firme como viendo al Invisible (He 11:24-29). Él está seguro en su corazón, porque gracias a la cruz que compró el perdón de sus pecados y lo declaró justo ante Dios, nada lo puede apartar del amor de Dios (Ro 8:31-36); que por medio de todas las cosas en su vida, por más difíciles que sean, Dios siempre le hace el bien (Ro 8:28; Gn 50:20).

La gente cambia su manera de actuar cuando deposita su confianza en algo o alguien, porque la fe sin obras está muerta (Stg 2:20). No es posible que exista una sin la otra, pero siempre en el mismo orden: las obras no engendran la fe, sino que las obras son el fruto imperativo de la fe. Las obras como fruto espiritual justifican la fe porque demuestran que la fe es verdadera. El ejemplo icónico es Abraham. ¿Por medio de qué le fue contada la justicia de Dios? Fue por medio de la fe. ¿Cómo y cuándo se justificó (o demostró) que su fe era real? Muchos años después, por medio de las obras: «Abraham nuestro padre cuando ofreció a Isaac su hijo sobre el altar» (Gn 22:9-18; Stg 2:21-24). Por eso Jesús dijo acerca de los falsos: «por sus frutos los conocerán» (Mt 7:20,17:23), porque la fe actúa juntamente con las obras (Stg 2:22).


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1 François-Marie Arouet, The Works of Voltaire [Las obras de Voltaire], Philosophical Dictionary Part 3, vol. 5 (New York: Alfred A. Knopf, 1928), p. 253.
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