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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.

El arrepentimiento para vida eterna puede ser definido como aquella gracia de salvación divina donde el pecador, convencido verdaderamente de que ha pecado, abrazando la misericordia de Dios y despreciando su pecado, se aparta y se dirige a Dios. Esta definición puede ser mejor entendida si la ilustramos con un árbol.

La metáfora del árbol del arrepentimiento

Imagina que, acompañando al árbol, se encuentran el terreno, las raíces, el tronco y las ramas. 

El terreno es la gracia de Dios que transforma el corazón, de donde nace el arrepentimiento, porque el arrepentimiento es un don que Dios otorga en el corazón que ha sido regenerado. A eso se refería el apóstol Pedro cuando dijo: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús […] para dar arrepentimiento a Israel» (Hch 5:30-31). Luego, cuando dio testimonio de lo que Dios hizo con Cornelio, los creyentes respondieron: «también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida» (Hch 11:18). Dios es quien concede el arrepentimiento (2 Ti 2:24-25).

Las raíces son dos: (1) verdadera convicción de pecado y (2) confianza en la misericordia de Dios. Ambas raíces las podemos ver claramente en el Salmo 130 y en Lucas 15. La verdadera convicción la podemos identificar en oraciones tales como: «Desde lo más profundo, oh SEÑOR, he clamado a Ti. / ¡SEÑOR, oye mi voz! / si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, / ¿Quién, oh SEÑOR, podría permanecer?» (Sal 130:1-3). «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo» (Lc 15:18-19).

La confianza en la misericordia de Dios se ve en oraciones tales como: «Volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra…!» (Lc 15:17). «Pero en Ti hay perdón […] / Espero en el SEÑOR […] / Y en Su palabra tengo mi esperanza. / Porque en el SEÑOR hay misericordia, / Y en Él hay abundante redención» (Sal 130:4-7).

Ambas raíces son necesarias porque si hay convicción de pecado, pero no hay confianza en el perdón de Dios, quedaremos agobiados, tristes y deprimidos (2 Co 7:9). Por otro lado, si hay confianza en la bondad de Dios, pero no estamos convencidos de pecado, no encontraremos razón alguna para cambiar de mente, apartarnos del mal camino y seguir a Jesús (Mr 10:17-22).

Aquel que está arrepentido renuncia a todo apego al pecado, abandona la justicia propia, se fortalece en el Espíritu y se entrega a la misericordia de Dios

El pastor Richard Owen Roberts describe dos tipos de arrepentimiento: el legal y el evangélico. El arrepentimiento legal puede incluir muchos aspectos del arrepentimiento como el remordimiento y hasta cambios en la conducta, pero solamente el arrepentimiento evangélico es un cambio de todo el ser para vida eterna.

El tronco y las ramas son las características o frutos visibles del arrepentimiento. Aquel que antes andaba en la carne y obraba según los deseos de la carne, cuando se arrepiente, su arrepentimiento se evidencia en que ya no anda según la corriente de este mundo, sino que por el Espíritu hace morir las obras de la carne (Ro 8:13). El verdadero arrepentimiento da frutos y anda conforme a la nueva vida en Cristo (2 Co 7:10-11).

Al final de la prédica de Pedro, cuando convenció a los oyentes de que ellos mismos habían crucificado a Jesús, ¿qué frutos visibles se evidenciaron? Compungidos de corazón, confesaron su pecado y su necesidad de perdón, y luego se añadieron a los demás creyentes (Hch 2:37-42).

Aquel que está arrepentido lo evidencia con una renuncia a todo apego al pecado, abandona la justicia propia, se fortalece en el Espíritu para luchar y se entrega al regazo de la misericordia de Dios (Mt 16:24; Jn 15:5; Lc 18:10-14; 1Ts 1:9).

La importancia del arrepentimiento

El arrepentimiento es inseparable al mensaje del evangelio. «El reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Mr 1:14-15). Jesús dijo esto porque fue un elemento esencial del mensaje del reino. Fue la única respuesta aceptable a Su llamado evangélico, porque Él vino a llamar a pecadores al arrepentimiento (Mt 9:13; Lc 5:31-32).

Cuando Jesús ordenó la Gran Comisión, dijo que se predicara en Su nombre el arrepentimiento (Lc 24:45-48)10 y, más adelante, los apóstoles decían: «¡Arrepiéntanse!», porque tal llamado era esencial al mensaje que predicaban y autorizaban (Hch 2:37-38).

No es posible tener verdadero arrepentimiento sin creer, y no hay verdadera fe sin arrepentimiento

El llamado que el evangelio hace a los pecadores presenta el arrepentimiento como el único camino a la remisión de pecados (Lc 24:46-47; Hch 5:31). Es la única solución a la condenación (1 P 3:9) y la única preparación válida para el juicio de Dios. Por eso Jesús dijo: «Si no se arrepienten, perecerán igualmente» (Lc 13:3).

La relación entre la fe y el arrepentimiento

¿Qué debe hacer el hombre para ser salvo? ¿Creer o arrepentirse? Es interesante que dentro del mismo libro de los Hechos haya casos donde se llamaba al arrepentimiento y haya otros donde se llamaba a creer para el perdón de pecados. La intención no es definirlos a ambos como la misma cosa, pues la fe y el arrepentimiento no son sinónimos.

La fe y el arrepentimiento son distintos ejercicios del alma en cuanto a sus actos y propiedades. El arrepentimiento es cambio de mente y la fe es confianza en las promesas de Dios en Cristo. La fe se relaciona más con Jesucristo el Salvador y el arrepentimiento se relaciona más con Dios el Juez. Sin embargo, aun siendo distintos son inseparables en experiencia. Ambos se complementan y se envuelven uno al otro.

¿Cuál es primero? ¿Cuál es más importante? La mejor manera de responder estas preguntas es que no es posible tener verdadero arrepentimiento sin creer, y no hay verdadera fe sin arrepentimiento. En la fe, el arrepentimiento es evidente porque se confía en algo en lo cual antes no se confiaba. En el arrepentimiento, la fe es imprescindible porque el pecador necesita creer que hallará descanso en la misericordia de Dios y que de otra forma jamás llegaría a Sus brazos.

Ambos son iguales en importancia. Si le damos más valor al arrepentimiento, el mensaje motivará a ganarse la misericordia por obras o dejará al pecador frustrado porque no tiene un seguro en el cual confiar. Si le damos más valor a la fe, el mensaje motivará un cristianismo fácil basado en una simple decisión, mas no en una profunda relación con Dios que involucre adorarle con la mente, las emociones, las fuerzas y el corazón, es decir, con todo el ser.


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