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Un hermano me contaba sus experiencias cuando comenzó a predicar. Había un pastor misionero que le gustaba cuidar lo que se exponía en su iglesia y en ese afán evaluaba a los predicadores de forma minuciosa (¡Incluso llegó a bajar uno del púlpito por no enseñar correctamente!). Este hábito es una práctica instintiva entre los líderes de una congregación y necesitamos apreciar el valor que posee para ayudarnos a crecer como predicadores.

Una recomendación que dan en los seminarios bíblicos es que busquemos a hermanos maduros que evalúen nuestra predicación. No importa si ya somos predicadores experimentados. La Biblia nos pone un buen ejemplo cuando Lucas describe a los creyentes de Berea como “más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra [la predicación de Pablo] con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así” (Hch 17:11). Lucas no les critica por esta acción, sino que los elogia por poner cuidado y verificar lo que les decían. Si hubiera habido algún error en la enseñanza, ¡seguro se lo habrían dicho a Pablo!

Adicionalmente, Pablo nos recuerda que un día daremos cuenta de lo que hacemos en el ministerio. Por tanto, escribe a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Ti 2:15). ¿Cómo puedes saber si lo que haces como predicador está bien? Una forma muy buena es recibiendo retroalimentación objetiva y madura de otros hermanos en la fe.

Busca ser evaluado por las personas correctas

Cuando busquemos hermanos que nos evalúen, debemos buscar ser humildes y escoger a personas humildes. Pablo dice: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Fil 2:3-4). La humildad en esas personas va a ayudar a que nos den una perspectiva honesta mientras nos alientan a mejorar porque que buscan nuestra edificación.

Somos llamados a cuidar cómo estudiamos la Palabra para extraer su enseñanza sobre la centralidad de Cristo y su gloria

Al mismo tiempo, es importante definir cuáles personas son aptas para que nos evalúen. Debemos recordar que dentro de una congregación habrán creyentes con madurez espiritual comprobada, pero también personas que todavía no la han alcanzado. Pablo exhorta a Timoteo: “Y lo que has oído de mí en presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean capaces de enseñar también a otros” (2 Ti 2:2). La palabra usada para definir la madurez en el carácter es “fieles” (gr. πιστός), que implica personas de confianza que han “demostrado su amor por el Señor y su talento para servirle”. Por lo tanto, la enseñanza y corrección debe darse a través de personas maduras que inspiran confianza por su integridad y sujeción al Espíritu Santo.

Asociada a la madurez está la formación, ya sea por la experiencia en el área pastoral y la enseñanza, o también por los estudios académicos. La formación teológica es fundamental no solo por el desarrollo técnico de un sermón, sino también por cómo esta formación se transmite a la iglesia por medio de la predicación para su edificación. Sugel Michelen explica que la iglesia languidece por “la falta del alimento sólido de la Palabra de Dios”. Y no debemos olvidar lo que David dice: “En lugares de verdes pastos me hace descansar” (Sal 23). La enseñanza tiene como objetivo reconfortar a los cristianos y guiarlos para su crecimiento.

Busca ser evaluado en las áreas correctas

Aunque es importante que seas evaluado en la forma en que entregas el sermón (la estructura, el tono con el que hablas, las ilustraciones que usas, etc), es crucial que puedas recibir consejo sobre si tu predicación hace una presentación de Cristo a través del pasaje que expones. La Biblia apunta a Cristo como la culminación del plan de redención y la fuente de la salvación. Toda la teología que se desarrolle durante el sermón debe apuntar a glorificar a Dios y presentar a Jesús como el Mesías. Cualquier contenido que se desvíe de esta meta son distracciones que debemos evitar.

A lo largo de las cartas de los apóstoles hay una constante acción de supervisión de las enseñanzas doctrinales. Por ejemplo, el apóstol Juan les recuerda a sus lectores en su primera carta que Jesús es Dios y también hombre. En los escritos de Pablo vemos constantemente un recordatorio de la salvación por medio de la fe en Jesús y no por las obras que los judaizantes trataban de imponer. Como vemos en todo el Nuevo Testamento, somos llamados a cuidar cómo estudiamos la Palabra para extraer su enseñanza sobre la centralidad de Cristo y su gloria.

Todo predicador necesita de hombres maduros que puedan aconsejarle sobre su caminar y velen por su vida

Al mismo tiempo, hay otra área crucial a considerar en la evaluación: la vida del predicador. Hoy en día todos escuchamos de pastores y predicadores que impactan a nivel mediático y luego se vienen abajo por un pecado grave, echando a perder el ministerio. Estos casos son una alerta para nosotros. No se exige una vida perfecta para estar en el ministerio de la predicación, pero la vida de cualquier predicador debe respaldar su enseñanza. Es por eso que todo predicador necesita de hombres maduros que puedan aconsejarle sobre su caminar y velen por su vida.

Sin duda, quizá puedas sentirte vulnerable al ser evaluado por otros hombres, en especial cuando siempre está el peligro de que algunas evaluaciones se conviertan en críticas destructivas. Pero si buscamos ser evaluados por buenos hermanos maduros en la fe, el beneficio será amplio para nosotros y la iglesia. Podremos crecer más como predicadores para que la congregación pueda conocer mejor a Dios por medio de la predicación. ¡Esto es algo que vale toda la pena del mundo!

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