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Fragmento adaptado de La oración: Experimentando asombro e intimidad con Dios. Timothy Keller. B&H Publicaciones.

¿Qué es la oración? En su libro, Tim Keller nos da una respuesta en tres partes:

Trabajo: La oración es un deber y una disciplina

La oración debe hacerse con regularidad, persistencia, resolución y tenacidad al menos cada día, ya sea que tengamos ganas o no. “El peor pecado es la falta de oración”, escribió Peter T. Forsyth. “El pecado manifiesto… o las evidentes inconsistencias que a menudo nos sorprenden en los cristianos son los efectos de esto, o su castigo… No querer orar, entonces, es el pecado detrás del pecado”. Imagínate que vives con alguien que no te habla. Solo te deja mensajes. Cuando se lo mencionas, dice: “Pues bien, no saco mucho provecho al hablar contigo. Me parece aburrido y mi mente anda vagando por todas partes, así que ni lo intento”. ¿Qué concluirías? A pesar de cuán amena sea tu conversación, es grosero que esta persona no te hable. Ella le debe a la persona con la que vive cuando menos interactuar cara a cara. Sin duda, la palabra descortesía es demasiado suave cuando se refiere al fracaso de dirigirse directamente a nuestro Creador, Sustentador y Redentor, a quien le debemos cada respiro.

La oración debe ser perseverante. “Les ruego”, escribió Pablo a los cristianos en Roma, “que se unan conmigo en esta lucha y que oren a Dios por mí” (Rom. 15:30). La oración es esfuerzo. Esto quiere decir que debemos seguir orando a través de los altibajos de los sentimientos. “No digas, ‘No puedo orar; no tengo el ánimo’”, escribe Forsyth. “Ora hasta que tengas el ánimo”. Esto quiere decir que la oración tiende a tener un efecto acumulativo. Austin Phelps escribe sobre sus observaciones de personas en la Royal Gallery [Galería Real] de Dresden que se quedan sentadas durante horas ante una sola obra maestra de pintura. “Se emplean semanas cada año en el estudio de esa obra de Rafael. Los amantes del arte no pueden disfrutarla a plenitud, hasta que la han hecho suya mediante la prolongada comunión con su forma incomparable”. Phelps relata una conversación con uno de los admiradores de la pintura, quien le dijo que había pasado años mirándola y aún le era posible “descubrir alguna nueva belleza y un nuevo gozo” una y otra vez. ¿Cuánto más de esta clase de atención paciente deberíamos dar a la oración? ¿Qué pintura, pregunta Phelps, podría ser semejante al gran Dios, “a quien el alma necesita concebir vívidamente para conocer la dicha de la oración?”.

La oración siempre es trabajo arduo y, a menudo, una agonía. Algunas veces, incluso tenemos que luchar para orar. “Cuando vienen esas horas del día en las que deberíamos estar teniendo nuestro tiempo de oración con Dios, con frecuencia parece como si todo conspirara para impedirlo”. A menudo luchamos solo para concentrarnos cuando estamos orando. “Tus pensamientos se mueven entre Dios y las muchas diferentes obligaciones que te esperan”. Si bien Dios puede y concede tiempos de paz y tranquilidad, ningún cristiano supera la necesidad de luchar y perseverar en la oración.

Respuesta a la Palabra: La oración es conversación con Dios

En el huerto de Edén, Dios se paseaba (Gén. 3:8, LBLA). “Caminar con” alguien en la Biblia es tener una amistad, porque las personas conversan mientras caminan juntas. La oración en el nombre de Jesús y el poder del Espíritu es la restauración de la cosa más preciosa que teníamos con Dios en el principio, comunicación libre con Él.

Hay dos maneras de entender la oración como un diálogo. La primera es entender la oración como respuesta a la voz de Dios que discernimos subjetivamente dentro del corazón. Según este punto de vista, nos sentamos en silencio y esperamos intuiciones, impresiones y sentimientos que decidimos que no son solo psicológicos, sino la voz de Dios en nosotros. La segunda es entender que Dios nos habla ante todo a través de las Escrituras. El Espíritu nos reprueba y nos ilumina cuando leemos, y así podemos escucharlo a través de Su Palabra. Este es el entendimiento que debemos seguir.

Este ha sido uno de los temas fundamentales en la historia de la piedad y espiritualidad cristianas. Uno de los detonantes fue el debate del siglo XVII entre los puritanos ingleses y los primeros cuáqueros. Para los puritanos, las palabras del Espíritu eran la Biblia, cuando el Espíritu nos habla por medio de la Palabra y a través de ella. Los cuáqueros y muchos otros que seguían sus pasos creían que, aunque la Escritura era la Palabra de Dios, había una nueva, presente e interior revelación a través del Espíritu, la cual debía buscarse.

Esto significaría que no se necesita la Escritura para la conversación, y que podemos comunicarnos con Dios dentro de nuestros corazones. J. I. Packer observa que una vez que entendemos la oración como una conversación, debemos relacionar con regularidad la meditación reflexiva y escritural con la oración. La meditación es un puente entre la interpretación bíblica y el estudio, por una parte, y la oración libre, por otra. La propia práctica de Packer es “leer la Escritura, pensar a través de lo que mi lectura me muestra de Dios y convertir esa visión en alabanza antes de proseguir [en oración]”. Él añade que este es un medio vital para “conocer a Dios”.

La oración es una interacción balanceada de alabanza, confesión, acción de gracias y petición

El Padre Nuestro pasa de la adoración y la alabanza (“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad”) a la petición por nuestras necesidades (“Danos hoy el pan nuestro de cada día… líbranos del mal”), a la confesión de nuestros pecados y la petición por cambios internos (“perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”), a la acción de gracias por Sus bendiciones (“Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria”) e incluso por nuestras dificultades (“Hágase tu voluntad”). El Padre Nuestro y el Salterio, el libro de oración de la Biblia, muestran que todos estos principios o dimensiones de la oración son fundamentales.

Sin embargo, ninguna de estas formas de oración debe preferirse a cualquier otra. No deberíamos pensar que algunas de ellas son niveles inferiores que preparan el camino para otras, de niveles superiores. En realidad, cada una de las formas es necesaria para las otras. Son interactivas y se estimulan entre sí. Comprender la grandeza de Dios nos lleva a una nueva comprensión de nuestra pecaminosidad. Luego un reconocimiento más profundo y el arrepentimiento del pecado nos llevan a asombrarnos con gratitud por la gracia de Dios. “… si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados” (Luc. 7:47). Mientras más miremos el poder de Dios, más dependeremos de Él para nuestras necesidades. Todas las formas de oración a Dios deberían estar presentes, ser interactivas y balanceadas.


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Imagen: Lightstock
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