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La palabra pentateuco viene del griego πέντε (pénte) “cinco”, y τεύχος (téukhos) “rollo”, y se refiere a los primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio. Como el nombre sugiere, estos escritos —como muchos de los textos de la antigüedad— se almacenaban enrollados en estuches cilíndricos.

En la tradición judía, los libros del pentateuco forman la Torá —también llamada “la Ley”— la cual está contenida en el Tanak (un acrónimo de Torá, Nevi’im y Ketuvim), que incluye además los libros de los profetas y los escritos. El Tanak completo forma lo que en las tradición cristiana conocemos como Antiguo Testamento, aunque en un orden distinto.

Aunque algunos eruditos lo cuestionan, Jesús mismo afirmó que los libros del Pentateuco fueron escritos por Moisés (Lc. 24:44). La posible excepción es Deuteronomio 34, aunque algunos creen que incluso esta sección fue escrita por Moisés de manera profética.

Este es un breve resumen de lo que encontramos en cada uno de los libros que componen el Pentateuco:[1]

El lugar del Pentateuco en la Biblia

Aunque es conocido como la Ley, y contiene muchos mandamientos, el Pentateuco no es principalmente una colección de reglas. Más bien, es una narrativa histórica. Como explica la Biblia de Estudio ESV, el Pentateuco “no es simplemente el comienzo de la Biblia, también es el fundamento de la Biblia”.[3] En los primeros libros de la Escritura encontramos el conflicto principal de la narrativa bíblica entera: Dios creó el mundo para ser gobernado por los seres humanos, pero estos se rebelaron y son incapaces de volverse a su Creador por sí mismos. El lugar del Pentateuco en la Biblia

En Génesis vemos cómo Dios aparta un pueblo para sí y se revela a ellos de manera especial. Les dice que a través de ellos serían benditas todas las familias de la tierra (Gn. 22:18). Después les entrega leyes para que conozcan cómo es Dios y cómo Él llama a los humanos a vivir (Lev. 19:2; Éx. 16:4-6). Pero por mucho que ellos lo intentan, la narrativa del Pentateuco nos muestra la naturaleza rebelde de la humanidad, y vemos cómo se necesita un nuevo corazón para poder vivir de acuerdo a la ley de Dios (Dt. 30:6).

En los capítulos finales del Pentateuco, Moisés afirma la futura rebelión del pueblo de Israel. Él dice: “yo sé que después de mi muerte se corromperán y se apartarán del camino que les he mandado; y el mal vendrá sobre ustedes en los postreros días, pues harán lo que es malo a la vista del Señor, provocándole a ira con la obra de sus manos” (Dt. 31:29). El profeta no estaba equivocado. A pesar de todos los hechos que leemos en estos primeros libros de la Biblia —las promesas de Dios, la poderosa liberación de Egipto, los milagros y prodigios, y las leyes que el pueblo recibió— Israel se olvidó del Señor y corrió tras los ídolos.

El Pentateuco apunta a nuestra necesidad de un profeta mayor que Moisés, un Salvador que cumpla la Ley a cabalidad y haga posible nuestra obediencia. En Cristo —su vida, muerte, y resurrección— encontramos el cumplimiento del dilema presentado en el Pentateuco. La simiente de la mujer (Gn. 3:15) aplastó la cabeza de la serpiente. En Jesús somos sellados con el Espíritu Santo, se nos hace parte del pueblo de Dios, y se nos da un nuevo corazón capaz de cumplir los mandamientos de Dios. Ahora somos una humanidad renovada que no solo obedece la ley del Señor, sino que se deleita en ella.


[1] Para leer un resumen como este de cada libro de la Biblia, mira este artículo de Patricia Namún.
[2] Los nombres hebreos de los libros del Pentateuco surgen de las primeras palabras de cada uno.
[3] esv.org, Introduction to the Pentateuch.
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