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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Puede alguien cumplir perfectamente la ley de Dios?

Desde la Caída, ningún hombre ha sido capaz de cumplir la ley de Dios de manera perfecta, sino que la quebranta una y otra vez con sus pensamientos, palabras y obras.

Romanos 13:10-12: “No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!” (NVI).

Dios nos creó para que le amemos, le disfrutemos, le glorifi­quemos y le obedezcamos y, al hacerlo, prosperemos como seres humanos. Si es así, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo? Como una sofisticada pieza de maquinaria que está descom­puesta, no funcionamos de la manera en que fuimos diseña­dos para hacerlo debido a la Caída. ¿Qué es la Caída? Dios creó a los humanos con la capacidad de cumplir Su ley de una forma perfecta, pero perdimos esa capacidad cuando el primer humano y representante de la raza humana, Adán, decidió rebelarse y desobedecer a Dios. Él cayó en una con­dición de pecado y arrastró a toda la humanidad consigo. La Biblia describe esta condición de diferentes maneras —re­belión espiritual, ceguera, enfermedad, esclavitud y muerte.

Aunque somos in­capaces de cumplir perfectamente la ley de Dios, Jesús cumplió esa ley de una forma perfecta en nuestro lugar.

¿Cómo nos afecta actualmente? Como resultado de la Caída, nuestro espíritu no solo fue afectado, sino que pasó a estar incapacitado. No solo somos débiles, sino que no tenemos ningún poder innato para obedecer la ley de Dios y glorificarle. Estamos separados de nuestro Creador, de los demás y del resto de la creación. En esta condición espiri­tual somos incapaces de obedecer la ley de Dios no solo con nuestras acciones y palabras, sino incluso con nuestros pen­samientos, actitudes y motivaciones. Tal como dijo el pro­feta Jeremías: “Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?” (Jer. 17:9 NVI). Por tanto, estamos separados de Dios y somos culpables delante del Dios santo del cielo y de la tierra.

Por supuesto, esto es muy desalentador, pero no es el final de la historia; solo es el principio. Estas son las malas noticias que preceden la espectacularmente buena noticia del evangelio que nos da vida y esperanza. Aunque somos in­capaces de cumplir perfectamente la ley de Dios, hay Alguien que cumplió esa ley de una forma perfecta en nuestro lugar. Jesús obedeció fielmente a Su Padre, incluso hasta el punto de morir en la cruz, para que aquellos que confiamos sola­mente en Él no sigamos viviendo bajo la culpa, el poder y la esclavitud del pecado, sino que seamos liberados. Jesús dijo: “Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Jn 8:36 NVI). Y aunque caímos en Adán, hemos sido le­vantados con Cristo. Tenemos confianza en que el Dios que levantó a Jesús de los muertos está obrando amorosamente en nosotros y no nos dejará hasta el día en que nos lleve a Su presencia eterna en gloria, donde ya no habrá más lucha. Allá finalmente podremos obedecer con libertad y perfec­ción a Aquel que nos creó y nos redimió.

Oración: Dios santo, si fuera por nosotros, quebrantaríamos Tu ley en cada oportunidad. No tenemos defensa y debemos declarar­nos culpables ante Tu trono de juicio. Tu ley nos condena y les pone fin a nuestras pretensiones de justicia, convenciéndonos de que necesitamos desesperadamente un Salvador. Amén.


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