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De este lado del sol, el dolor está siempre a la vuelta de la esquina: la muerte de un ser querido, relaciones rotas, precariedad económica, hijos rebeldes, problemas de salud… y la lista de circunstancias adversas puede continuar.

En ocasiones, estas experiencias llegan a ser tan fuertes y duras que nos causan traumas, sufrimientos que dejan huellas profundas a nivel emocional, físico y espiritual.

¿Dónde está Dios?

Las circunstancias traumáticas pueden afectarnos tanto que, de alguna manera, alteran la forma en la que vemos a Dios, nuestras circunstancias y a nosotros mismos. Podemos tener imágenes mentales perturbadoras, intrusivas y recurrentes, angustia emocional o ansiedad prolongadas y temor excesivo. También podemos experimentar repetidos cambios del estado de ánimo, respuestas evasivas a aquello que asociamos con el trauma vivido, sentimiento de culpa por lo sucedido, sentimiento profundo de desprotección y despropósito.

En medio de todas estas experiencias podemos encontrarnos preguntándonos «¿Dónde está Dios en medio de este dolor?» o «¿Por qué nos ha permitido vivir experiencias tan dolorosas?». Preguntas como estas yacen detrás de este escrito.

Pero antes de continuar, quiero decirte algo. Si estás atravesando una de estas circunstancias que he descrito, o has estado ahí, lamento mucho que hayas experimentado una situación traumática. No imagino el dolor que sientes. Por eso oro que el Señor te restaure. Además, te animo a buscar ayuda de algún consejero que pueda acompañarte en este proceso.

El Dios de toda providencia

Algo que he reflexionado, durante mi formación en consejería bíblica y por las oportunidades en que he podido aconsejar a otros hermanos, es que la providencia de Dios siempre está en acción, en cada parte de nuestra existencia, incluyendo las circunstancias traumáticas que experimentamos.

Cuando hablo de la providencia de Dios me refiero a…

la actividad incesante del Creador mediante la cual, con abundante generosidad y buena voluntad, sostiene a Sus criaturas en una existencia ordenada; la cual guía y gobierna todos los eventos, circunstancias y actos libres de los ángeles y hombres; y dirige todo hacia su objetivo designado, para Su gloria.1

De esta definición aprendo que, en cada una de las circunstancias que experimentamos, podemos ver la providencia de Dios desde tres características de Su Ser: Su soberanía («guía y gobierna»), Su sabiduría («sostiene a Sus criaturas en una existencia ordenada») y Su amor («con abundante generosidad y buena voluntad»).

Estos ciertamente no son los únicos aspectos envueltos en el tema de la providencia, pero son los que me he propuesto resaltar en este escrito.

La soberanía de Su providencia

Por un lado, la Biblia nos enseña que Dios es soberano. Él hace todo lo que le place y tiene absoluto control sobre todas Sus criaturas (Sal 33:10-11).

Confiar en Dios en tiempos de gran adversidad requiere que creamos en Su soberanía: no hay plan que pueda tener éxito en Su contra (Pr 21:30), nadie puede frustrar lo que Él ha determinado (Is 14:27), no sucede nada que el Señor no haya decretado (Lam 3:37) y el Señor hace lo que Él desea (Sal 115:3).

Cada circunstancia de nuestras vidas, en Su providencia, está guiada por Su soberanía.

La sabiduría de Su providencia

Por otro lado, la providencia de Dios implica también Su completa sabiduría. El teólogo J. L. Dagg describe la sabiduría así: «La selección del mejor fin de la acción y la adopción de los mejores medios para lograrlo… Dios es infinitamente sabio, porque selecciona el mejor fin posible de la acción… [y] porque adopta los mejores medios posibles para lograr el fin que tiene en mente».2

La Palabra nos enseña que en Cristo están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2:23), que Él es mucho más grande que Salomón en Su sabiduría (Mt 12:42) y que Sus pensamientos no son nuestros pensamientos ni Sus caminos los nuestros (Is 55:8-9).

Cada circunstancia de nuestras vidas, en Su providencia, está guiada por Su sabiduría.

El amor de Su providencia

Un aspecto más, operando en la providencia divina, es Su amor. La Biblia nos enseña que Dios es amor (1 Jn 4:8). Esto significa que obrar con bien hacia los Suyos es parte esencial de Su naturaleza.

El Salmo 145 nos habla de la abundancia de Sus bondades y de la riqueza de Su amor. Él es el Dios que gobierna con poder y como Pastor apacienta a Su rebaño (Is 40:10-11).

En la providencia del Señor, cada circunstancia que ocurre en nuestras vidas está llena de Su amor. El Dios que gobierna y es sabio es el Dios que nos ama.

La pregunta correcta

Cada uno de estos aspectos de la providencia de Dios nos ayuda a tener un mayor entendimiento del Dios que, en Su amor, siempre actúa con nuestro bien en mente; en Su sabiduría, conoce cuál es ese bien; y, en Su soberanía, tiene el poder y la autoridad para llevarlo a cabo.

Ahí, en Su providencia, está nuestro descanso, incluso cuando atravesamos circunstancias traumáticas que no logramos entender. El mismo poder, amor y soberanía que gobiernan cada aspecto de nuestras vidas es el mismo que trae sanidad y libertad al atravesar estas circunstancias.

En lugar de buscar los porqués, busquemos descansar en la providencia de Dios y en la mayor evidencia de Su providencia: la cruz

Sin embargo, puede que, luego de reflexionar en estas características de providencia divina, siga resonando en tu mente la pregunta «¿Por qué?».

Podemos encontrarnos en una búsqueda infructuosa de la respuesta a esta pregunta. Sin darnos cuenta, esta búsqueda puede llevarnos a la amargura en lugar de a la fe. Así que, en lugar de buscar la razón de nuestro profundo dolor, estoy convencida de que necesitamos pedirle al Señor que nos ayude a ver qué está haciendo en nuestras vidas a través de esta situación en particular y nos lleve a confiar en Él que lo gobierna todo, siempre sabe lo que es mejor y obra en amor.

En lugar de buscar los porqués, busquemos descansar en la providencia de Dios y, de manera particular, descansemos en la mayor evidencia de Su providencia: la cruz.

Jesús experimentó las mayores circunstancias traumáticas que nadie jamás podría experimentar y lo hizo por amor. Jesús fue aplastado, golpeado, escupido, herido, avergonzado, culpado, abandonado, traicionado y fue recipiente de la ira de Dios (Is 53). Jesús entiende tus traumas mejor que nadie, te acompaña en medio de ellos y te ama como nadie jamás te ha amado.


1. «Providencia» en J. I. Packer y D. J. Wiseman, «New Bible Dictionary» (London: InterVarsity, 1962), 1050-1051.
2. J. L. Dagg, «Manual of Theology» (Southern Baptist Publication Society, 1857; rpr. Harrisonburg, VA: Gano Books, 1982), 86-87.
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