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Uno de los mayores retos para la iglesia moderna es vivir la fe cristiana en medio del coronavirus. Frente a este escenario incierto, los principios bíblicos nos orientan para continuar con nuestras responsabilidades ministeriales. Una de ellas es el discipulado. No podemos negar el valor de la experiencia individual al conocer el evangelio y crecer con Cristo, pero en nuestra unión con Él hay una implicación comunitaria y responsabilidad mutua entre creyentes.

Durante su ministerio, Jesús llamó a sus discípulos a seguirle para luego enviarlos a la Gran Comisión. Es interesante que, en su original, la expresión de Jesús, “hagan discípulos” (matheteúsate), se trata de una orden sin fecha de vencimiento. Es un llamado y una misión que debe ser continua y sin interrupción (Mt. 28:18-19). Este llamado no se dio solo durante su ministerio en la tierra; Él también nos hace partícipes de esta misión, especialmente a los pastores.

Pastor, discipula con el ejemplo correcto

Poco después de que Jesús delegara la Gran Comisión, vemos en el libro de Hechos una iglesia cuyo distintivo fue la vida en comunidad (Hch. 2:46-47). Desde este punto en adelante, es imposible negar que la experiencia de fe en cada creyente está acompañada de otros creyentes.

Debemos pastorear a las ovejas por medio del ejemplo, sin el cual jamás podremos fomentar una cultura de discipulado

Por tal razón, el Nuevo Testamento describe a la comunidad de creyentes como un cuerpo que debe promover la unidad (Ef. 4:1-6) y permite la participación de los creyentes (Col. 3:16). Una de las implicaciones del evangelio es el discipulado en comunidad, porque “el cristianismo significa comunidad a través de Jesucristo y en Jesucristo”.[1]

Cada pastor es llamado a la noble labor ministerial en la comunidad de creyentes. En ocasiones converso con pastores que se preguntan: ¿Cómo puedo comenzar un discipulado en la iglesia? Al hablar de esto, no olvidemos que debemos pastorear a las “ovejas” por medio del ejemplo, sin el cual jamás podremos fomentar una cultura de discipulado (1 P. 5:3).

Pastor, discipula con fe

Vivir para discipular es de principio a fin un ejercicio de fe. Esto nos recuerda que la transformación proviene de la Palabra y no de nosotros. Los pastores no transformamos el corazón; solo Dios en Su Palabra puede hacerlo. Por tal razón, el discipulado trasciende cualquier programa o estrategia.

En el discipulado, la meta es Cristo y el proceso es la santificación. Entonces, como pastores, nos acercamos al discipulado en fe al descansar en el poder transformador de la Palabra y para fe porque confiamos en que el discípulo crecerá en la piedad.

Pastor, discipula promoviendo teología y piedad

En 2 Timoteo 2:2 leemos la importancia de la Palabra en el creyente. Sin embargo, no confundamos la acumulación de conocimiento bíblico con discipulado. Hacer esto reduce el verdadero significado que tiene la Palabra para nuestra fe. La teología y la piedad en el discípulo trasciende el conocimiento. En el discipulado, la teología es:

“el acto de conocer cómo pensar y hablar correctamente acerca de Dios, como acto de fe y obediencia que envuelve nuestra participación en la mente de Cristo y nuestra alianza con Cristo en el poder del Espíritu. En este sentido, la práctica de la teología toma lugar como un acto de discipulado hacia Cristo”.[2]

El discípulo no solo conoce la Palabra; también conoce cómo aplicarla para vivir una fe práctica. Una incongruencia en la fe cristiana moderna es el divorcio entre lo que conocemos y vivir lo que creemos. Por esto, si el discípulo sabe predicar pero no ora ni lee las Escrituras, la efectividad del discipulado queda en duda.

Dietrich Bonhoeffer señaló este problema: “Las preguntas que los teólogos jóvenes realizan seriamente hoy en día son: ¿Cómo puedo aprender a orar? ¿Cómo puedo aprender a leer la Escritura? Si no les ayudamos con estas preguntas, no les hemos ayudado en nada”.[3]

Pastor, discipula promoviendo el carácter de Cristo

Es común que los cristianos vean el discipulado como un mero sistema y, por eso, pasemos por alto el carácter que debemos tener. Recuerda: Jesús es la meta y el proceso es la santificación. Por lo tanto, gran parte de nuestro esfuerzo debe estar concentrado en promover el carácter piadoso de Cristo.

El Dr. Kevin Vanhoozer comentó al respecto: “El discipulado cristiano envuelve más que un consenso intelectual con Jesús, incluso es mucho más que tratar de obedecer los mandamientos. El discipulado trata de ser más como Jesús (Mt.10:25)”.[4] 

En el discipulado, la meta es Cristo y el proceso es la santificación

No pensemos que enseñar una serie de doctrinas representa en su totalidad lo que es un discipulado. El pastor que discipula promueve la formación del carácter del discípulo por medio de la corrección, el desarrollo de actitudes piadosas, la obediencia, y la búsqueda del crecimiento.

Pastor, discipula compartiendo tu vida

En ocasiones, los pastores somos intencionales en la enseñanza pero podemos olvidar lo esencial de compartir nuestras vidas. Pablo le escribió a la iglesia de Tesalónica que él y sus colaboradores se sentían complacido de no solo haberles compartido el evangelio, sino también sus “propias vidas” (1 Ts. 2:8).

¿Cuánto estamos compartiendo de nuestras vidas? La Palabra nos pide ser ejemplos del rebaño; debemos crear espacios para enseñar, pero también para modelar la obra de Dios en nosotros. Necesitamos abrir nuestras vidas y que los discípulos puedan ver nuestra vulnerabilidad y nuestra dependencia de Dios.

Esta es una de las maneras de mostrar la necesidad mutua de los creyentes para crecer en santidad. En palabras del autor Gary Khune, necesitamos “transferir vida”.[5] Las falsas expectativas sobre el discipulado no nos permiten apreciar lo relevante que es compartir nuestras vidas y desarrollar una hermandad con nuestros discípulos.

¿Por qué esforzarnos en discipular?

Pastor, no olvides esforzarte en hacer discípulos, porque fuiste llamado a pastorear y ser ejemplo para ellos. En este esfuerzo seremos obedientes al llamado de nuestro Señor Jesucristo, obedientes en promover la santidad, y obedientes en buscar la imagen de Cristo.

Considera tu contexto, los recursos, y las personas que el Señor ha puesto a tu cuidado, y discipula. No anticipes un resultado. Solo sé obediente al llamado y el Señor se encargará del resto. El discipulado es sacrificial y nos costará tiempo, dinero, recursos, lágrimas, pero con la esperanza de cosechar frutos de eternidad en las vidas de otros creyentes. ¡Esfuérzate!

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