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“Quiero ser escritora para que cuando tengamos hijos pueda estar en casa con ellos”.

El plan era sencillo. Encontraría un trabajo flexible, que no requiriera salir a una oficina. Acomodaría mis lecturas, bosquejos, y borradores entre siestas, cambios de pañales, y paseos en cochecito. Las cosas no serían fáciles, pero con una buena estrategia podría manejarlas. Además, tenía un esposo muy involucrado y servicial. Todo resuelto.

Y luego tuve un bebé.

Todos sabemos que la vida cambia por completo cuando tienes hijos. Pero ninguno de nosotros comprendemos lo que esto significa en realidad hasta que lo experimentamos. Nuestras expectativas —por más sensatas que sean— se desmoronan. Los planes se echan por la borda. Empiezas a vivir un día a la vez, un minuto a la vez.

La maternidad está llena de retos y en cada situación son completamente diferentes. Mamás primerizas, mamás con varios pequeños, mamás solteras, mamás que trabajan fuera de casa, mamás con hijos que requieren cuidados especiales, mamás que han perdido hijos, mamás que viven lejos de sus familias… 

Hoy quiero animar a las mamás que, como yo, tienen un trabajo en casa, además del trabajo de atender su hogar y a sus pequeños. Estoy lejos de ser una experta, y no tengo todas las respuestas, pero estas son algunas de las palabras que necesito escuchar todos los días. Espero te sirvan también.

1. Abracemos la rutina, y aprendamos a soltarla.

Los niños aman la rutina y yo también. Yo puedo hacer las mismas cosas todos los días y ser feliz. Me dijeron que los bebés necesitan rutinas bien delimitadas para desarrollarse apropiadamente. ¿Qué podría salir mal?

Si ya has tenido un niño pequeño, sabes de lo que hablo. Los niños aman la rutina… excepto cuando deciden que no. Lo cual sucede con frecuencia. “Cuando sientes que lograste dominar algo, tu pequeño decidirá cambiar”, me escribió una amiga. Tenía toda la razón.

Estoy aprendiendo a ser más flexible. A soltar mis planes para poder disfrutar de lo inesperado. Quizá tú tengas que aprender a ser más estructurada. A abrazar los planes para poder disfrutar de lo ordinario. Sea como sea, nuestra identidad no está en el orden o el desorden de nuestras agendas. Nuestro valor no está en lo bien que completamos las tareas del día. Nuestra identidad está en el evangelio de Jesús. Ahora tenemos un nuevo corazón con el que podemos agradar a Dios. Algunos días eso lucirá muy organizado; la casa estará limpia y el correo electrónico controlado. Otros días serán un caos; lo único que podremos hacer será atender pequeños enfermos o desvelarnos para cumplir con una entrega.

Vayamos delante de Dios cada día sabiendo que Él nos da la gracia para abrazar y la gracia para soltar.

Así que vayamos delante de Dios cada día sabiendo que Él nos da la gracia para abrazar y la gracia para soltar. Pidámosle sabiduría para hacer lo uno y lo otro para Su gloria, tanto el bien de nuestros pequeñitos como el bien de las personas a las que servimos a través de nuestro trabajo.

2. No tenemos que hacerlo todo.

La semana pasada estuve viendo fotografías de los primeros meses de mi bebé. Pasaron volando. Pero en ese momento los días parecían durar una eternidad. Y al mismo tiempo sentía que las horas se me escapaban entre los dedos sin poder hacer nada realmente útil. Al final del día había ropa que lavar, correos que responder, pañales que cambiar, artículos que escribir. ¿Ya es hora de ir a la cama? ¿Hice algo hoy?

Mientras mi bebé lloraba en mis brazos durante horas por no poder conciliar el sueño, la frustración subía cada segundo porque tenía un proyecto atrasado en el que debía trabajar. Mientras trabajaba en mi proyecto, mi mente se desviaba a la cocina sucia que tenía que ordenar. Mientras ordenaba la cocina, me preocupaba porque no había terminado la tarea para mi grupo de estudio semanal. Mientras estaba en el grupo de estudio semanal, el tic-tac del reloj sonaba fuerte en mi cabeza, recordándome que había quedado de ir a tomar un café con una chica de la iglesia.

Hay un millón de cosas que pudiéramos estar haciendo ahora mismo. Cientos de reuniones, ministerios, quehaceres, clases, trabajos extras, fiestas, y paseos. Y, puesto que los seres humanos solemos buscar satisfacción en el horizonte, nunca estamos contentos con lo que estamos haciendo ahora mismo. Pensamos que si tan solo estuviera haciendo esto me sentiría productiva, o si hiciera aquello sería una mejor mamá y esposa.

Mi llamado es sencillo: amar a Dios y amar al prójimo. En este momento de mi vida este llamado se cumplirá en casa el 90 % del tiempo. Y eso está bien. No tengo que hacerlo todo. No tengo que ir a todas las reuniones, servir en todos los eventos, escribir 10 artículos al mes, o tener la casa reluciente a todas horas.

La carga de Jesús es ligera (Mt. 11:30). Él nos da tiempo y energía para hacer lo que deberíamos estar haciendo ahora mismo, ni más ni menos. Pidamos sabiduría para dejar a un lado las cosas que no necesitamos hacer hoy. Pidamos contentamiento para disfrutar el momento que Dios nos llama a vivir ahora mismo.

3. No tenemos que hacerlo solas.

Como dice el dicho: “Se necesita una aldea para criar a un niño”. En generaciones pasadas podías ver a familias extendidas que vivían bajo el mismo techo y vecinos que pasaban ratos largos en la casa de al lado. Hoy, por alguna razón, se espera que las mamás tengan que hacer todo solas. Todas sentimos el peso de la crianza sobre nuestros hombros, pero pocas nos atrevemos a compartir la carga con alguien más. Sucede un imprevisto y, en lugar de preguntar a una persona cercana que ya ha tenido esa experiencia, buscamos en Google. “Yo puedo resolver esto”, pensamos.

Todos los días estoy aprendiendo que no puedo sola. A veces Dios tiene que enseñármelo duramente, y termino sentada en un rincón de la habitación de mi bebé, llorando de la frustración por no poder ayudarlo a dormir. Estoy aprendiendo a recibir ayuda. A mirar a mi esposo jugar con Judá, nuestro bebé, mientras escribo un artículo, sin sentirme culpable porque yo debería ser la que lo está atendiendo. Y lo más difícil de todo, estoy aprendiendo a abrir mi boca y pedir ayuda. Estoy aprendiendo que eso no me hace una mala mamá, sino una mamá que entiende sus limitaciones y sabe que es parte de una familia amorosa, una familia llamada a compartir sus cargas con los demás.

A veces la meta del día es humillarnos y decir: “¿Me ayudas, por favor?”. Dios se glorifica en eso también.

Esto no es una competencia. La meta del día no es cumplir con todo sin quejarme y sin ayuda para obtener una estrellita dorada en mi frente de “supermamá”. A veces la meta del día es humillarme y decir: “¿Me ayudas, por favor?”. Dios se glorifica en eso también.

4. Nuestros bebés no son una distracción, servirles es nuestro llamado.

Soy una mamá que trabaja desde casa, y la parte de “mamá” va primero. A veces Judá decide destruir todos mis planes del día, como si fueran una de sus torres de bloques. Mi primer instinto es frustrarme. Es quejarme. Es amargarme. Es resentirme contra ese humanito que no tiene idea de lo que está pasando y de todos los pendientes que tengo por hacer.

Debo recordar una y otra vez que Judá no es una distracción. Es mi prójimo amado al que debo servir. Es el hijo que Dios me ha concedido y me ha dado el privilegio de instruir (Sal. 127:3). Quiero ser un ejemplo para él de responsabilidad, al cumplir con mi trabajo con diligencia. Pero también quiero ser un ejemplo de gozo en medio de cualquier situación inesperada. Quiero ser un ejemplo de amor sacrificial, como el amor que Jesús tuvo por mí.

Así que, cuando los planes caigan por la borda, voy a servir a mi bebé como Jesús me ha servido a mí. Mi oración es que pueda hacer esto con gozo, sabiendo que cada instante en que me niego a mí misma es un instante en el que Dios es glorificado.

Un privilegio caótico

Ser mamá y trabajar desde casa no es nada fácil. Miro hacia atrás y me río de lo ingenua que era al pensar que ahorrarme el tráfico y la ropa de oficina iba a resolver todos mis problemas. Sin embargo, estoy feliz y agradecida de que Dios me conceda el privilegio de servirle como mamá y escritora. La vida no luce como lucía en mi imaginación hace algunos años, pero es una vida de gozo, porque en medio de todo, Dios me está formando a la imagen de su Hijo (Ro. 8:28-29). A través de mi trabajo y a través de mi pequeño torbellino.


Imagen: Lightstock.

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