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Hace un par de años, mientras viajaba para predicar en una conferencia de pastores, me encontré sentado en medio de un equipo canadiense de cinematografía. Escuché que habían estado filmando un documental sobre el sufrimiento de los inmigrantes haitianos en República Dominicana. Era obvio que la desesperanza que habían observado los impactó emocionalmente.

Estoy íntimamente familiarizado con esa desesperanza. He vivido como misionero durante años en esos pueblos. Los sujetos del documental son mis amigos y vecinos. Entendí inmediatamente lo que Dios quería que hiciera en ese momento: Él había orquestado esta oportunidad para que yo transformara su conversación casual en una conversación espiritual. Dios me había asignado de forma providencial este asiento para que yo compartiera el evangelio.

Pero ignoré lo que Dios me estaba ordenando hacer. Prejuzgué la receptividad que tendrían al evangelio y llegué a la conclusión de que no creerían. ¿Por qué arriesgarme a pasar un viaje incómodo y desperdiciar el valioso tiempo que tenía para estudiar? Así que me coloqué mis audífonos (el símbolo universal de «déjame tranquilo») y abrí mis notas para prepararme para la conferencia. Lo peor de todo es que mi sermón se basaba en Romanos 1:16.

¿Has experimentado algo similar alguna vez? Un momento en el que el Espíritu Santo, sin duda alguna, te impulsa a compartir el evangelio… y tú permaneces mudo. Intentas justificar tu silencio con una gran variedad de excusas, incluso cuando sabes que no hay pretexto para no evangelizar.

Evangelizar es difícil, pero ¿por qué? Si no hay salvación fuera de Jesús (Hch 4:12), ¿por qué nos cuesta tanto proclamarlo? ¿Por qué será que evangelizar paraliza las cuerdas vocales de incluso las personalidades más carismáticas y sociales? Debemos considerar estas preguntas importantes si deseamos priorizar la propagación del evangelio. 

Si recibes alguna pregunta difícil, reconoce humildemente que no tienes la respuesta y presenta lo que sí sabes

Estos son cinco obstáculos que impiden el evangelismo y cómo podemos superarlos: 

1) No evangelizamos por temor.

El temor es el obstáculo más común a la hora de compartir el evangelio. El temor se manifiesta de distintas maneras en el evangelismo, pero la mayoría de los creyentes ha experimentado alguna de las siguientes:

Temor a nuestra ignorancia: A veces tememos que no conocemos suficiente teología como para compartir el evangelio o para responder a las preguntas que puedan surgir. Por un lado, este temor debe llevarte a estudiar más profundamente. ¡No seas perezoso! Dedícate a crecer en tu conocimiento bíblico. Satura tu corazón con el evangelio, «porque de la abundancia del corazón habla [la] boca» (Lc 6:45).

Por otro lado, no permitas que tu orgullo obstaculice tu evangelismo. Al evangelizar te encontrarás con preguntas que no podrás responder, pero esto no te debe impedir hablar de quien Jesús es y lo que Jesús ha hecho. Todo conocimiento es limitado. Si recibes alguna pregunta difícil, reconoce humildemente que no tienes la respuesta y presenta lo que sí sabes. ¡Recuerda que conoces las buenas nuevas de Jesús porque has sido salvo por ellas! Dios sí puede utilizar una presentación sencilla del evangelio, pero no utilizará tu silencio (Jn 4:29-30, 39).

Temor al rechazo: Evangelizar involucra declarar la condición perdida de los seres humanos, la provisión de Dios en Cristo y el mandato de Dios a arrepentirse y creer (Mr 1:15). Tal vez la persona con la que estás hablando jamás había escuchado antes que está en rebelión contra Dios, bajo su ira divina y es totalmente incapaz de salvarse a sí mismo. 

Las respuestas a este mensaje pueden ir desde la aceptación o la indiferencia hasta el rechazo. Algunas personas expresarán de manera visible su hostilidad hacia Dios al resistir el evangelio (Ro 8:7). Debes recordar que el objeto de rechazo es Cristo, no tú (1 Ts 4:8). 

Somos responsables de compartir el evangelio y Dios es responsable de los resultados

Lo entiendo, el rechazo se siente personal y hiere. Por naturaleza anhelamos ser aceptados y eso nos hace evangelistas renuentes. Pero ser rechazados es parte de nuestra participación con Cristo en sus propósitos redentores (Lc 6:22; Col 1:24). El éxito del evangelismo no tiene nada que ver con la respuesta del destinatario. Somos responsables de compartir el evangelio y Dios es responsable de los resultados (1 Co 3:6-7). Podemos descansar en esta verdad.

Temor a la persecución: La persecución es una preocupación legítima en varios contextos. Numerosos evangelistas son perseguidos regularmente. Pero la persecución no es una excusa válida para no predicar el evangelio. Luego del apedreamiento de Esteban, una gran persecución surgió en Jerusalén contra la iglesia temprana y se dispersaron (Hch 8:4). Sin embargo, esto no detuvo su evangelismo, más bien, lo impulsó. La persecución no pudo contener su testimonio porque su encuentro con el evangelio había transformado sus vidas. 

2) No evangelizamos porque dudamos del poder del evangelio.

Jamás admitiremos públicamente que dudamos del poder del evangelio, pero nuestra falta de acción lo comprueba. En la conferencia de pastores yo declaré: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación» (Ro 1:16), pero durante aquel vuelo, llegué a la conclusión de que era poco probable que mis compañeros de asiento creyeran. Dudé del poder del evangelio.

Pero ¿por qué pensamos que nosotros creeríamos el evangelio y otros no? ¿Somos más inteligentes, menos pecaminosos o estamos menos separados de Dios que otras personas? ¡Claro que no! ¡Todos estamos igualmente perdidos! Toda conversión es un resultado del poder soberano del evangelio trayendo a pecadores de muerte a vida en Cristo (Ef 2:1-7). Por lo tanto, arrepintámonos de nuestra duda y confiemos en el poder de Dios para utilizar nuestro testimonio para regenerar a sus hijos. 

3) No evangelizamos porque confundimos el fruto del evangelio con el evangelismo.

Los frutos del evangelio deben estar presente en cada aspecto de la vida cristiana. Debemos vivir «de una manera digna del evangelio de Cristo» (Fil 1:27). Debemos hacer buenas obras de manera que otros glorifiquen a Dios (Mt 5:16; 1 Pe 2:12).

Amar a nuestro prójimo, erradicar la pobreza y la trata de humanos, o aliviar la hambruna mundial son cosas buenas que los cristianos deben hacer. Pero esto no es evangelismo. Este obstáculo se resume en la frase popular: «Predica el evangelio siempre, y si es necesario, utiliza palabras». Permíteme ser muy claro: en el evangelismo siempre es necesario utilizar palabras (Ro 10:17). Por definición, no hay evangelismo sin el uso de palabras. Explicar lo que nos motiva a amar es lo que nos distingue de otros servicios humanitarios. Numerosas organizaciones seculares laboran para erradicar los sufrimientos terrenales, pero solo el mensaje del evangelio tiene el poder para erradicar el sufrimiento eterno.

4) No evangelizamos porque nos falta disciplina.

Otro factor que obstaculiza el evangelismo es la idea errónea de que el evangelismo es solo un don espiritual. Pero el evangelismo también es una disciplina espiritual, no solo un don. La responsabilidad de evangelizar no está reservada para unos pocos, sino que es la esencia de la identidad de cada creyente en Cristo (Mr 16:15).

Todos tenemos la obligación de evangelizar, porque Cristo nos ha hecho sus testigos (Hch 1:8). Tener un don no es esencial para evangelizar, ser obediente sí lo es.

Numerosas organizaciones seculares laboran para erradicar los sufrimientos terrenales, pero solo el mensaje del evangelio tiene el poder para erradicar el sufrimiento eterno

Por lo tanto, disciplínate a compartir «de día en día las buenas nuevas de su salvación» (Sal 96:2). Examina tu horario diario. ¿Apartas tiempo intencionalmente para evangelizar? Si no es así, tus prioridades están lejos del corazón de Dios.

5) No evangelizamos porque subestimamos al enemigo.

Se estima que más del 95% de los cristianos nunca evangeliza.[1] Si pensamos en la gloria del evangelio, esta cifra es impactante. El hecho de que solo cinco de cada cien cristianos compartan la noticia más grandiosa de la historia solo puede explicarse de la siguiente manera: el evangelio es verdad y hay un enemigo supernatural dedicado a su fracaso (Ef 4:12). 

Tener un don no es esencial para evangelizar, ser obediente sí lo es

Satanás sabe que el evangelio es verdad, tiembla ante su poder y orquesta guerras magistralmente para detener su avance (Stg 2:19). Solo la oración puede traer victoria sobre este obstáculo (Ef 6:18). Ora para que Dios te permita hablar su palabra con gran osadía (Hch 4:29). 

Gózate en compartir las buenas nuevas

El evangelismo es una actividad que satisface nuestra alma. Nuestro gozo en Dios aumenta cuando Él nos utiliza para traer a alguien al arrepentimiento y la fe en Cristo (Lc 15:9-10). Jesús es digno de cualquier inconveniencia, rechazo o persecución que podamos experimentar. 

La próxima vez que percibas que Dios te está persuadiendo a compartir el evangelio, considera primero lo digno que es Él. Después, reflexiona en la desesperanza de aquellas criaturas creadas a imagen de Dios que no están en Cristo. Que tu amor por Jesús y tu amor por otros estimule y sostenga tu evangelismo.


[1] Will McRaney, JR., The Art of Personal Evangelism: Sharing Jesus in a Changing Culture, p. 5.

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