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”¿Cuánto más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno El mismo se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?”, Hebreos 9:14.

Todos en un momento dado, y a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa, hacemos buenas obras. Es la imagen de Dios en nosotros que a pesar de la caída todavía reflejamos en una manera imperfecta, pero que se ve en momentos de decencia y sacrificio personal.

Pero muchas veces es también una manera en que nosotros tratamos de aplacar nuestra conciencia. Sentimos el peso de nuestra culpa. La vida misma y el paso de los años nos va mostrando nuestra necesidad de que de alguna manera podamos pagar por las cosas malas que hemos hecho. Tratamos entonces de hacer buenas obras, tratamos de hacer lo suficiente para ganarnos el perdón y la salvación. Tratamos de ganarnos la atención de Dios y la aprobación de los demás, de nosotros mismos y de Dios. Buscamos esa justificación de estos tres para sentirnos bien. El problema es que en el fondo nuestra conciencia aún sigue con el peso del pecado y nunca tenemos la seguridad de que hemos hecho lo suficiente.

Este sentimiento es una evidencia de la obra de Su Espíritu en la vida de una persona que ha estado preparando el camino para reconocer no solo nuestra necesidad, pero también ver y valorar la provisión de Dios en las buenas nuevas del Evangelio. El pasaje habla claramente del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo hecho una vez y para siempre, y de Su sangre derramada en la cruz para, no solamente y objetivamente justificarnos delante de Dios, pero también internamente en nuestro corazón y conciencia quitarnos el peso de la culpa de nuestra pecado.

Descansamos reconociendo que Cristo mismo se presenta “ahora en la presencia de Dios por nosotros” (v.24) e intercede por nosotros justificándonos ante el Juez Supremo.

Es esta obra de Dios en el evangelio que nos da, como dice el versículo, la libertad para servirle con obras buenas pero libres en nuestra conciencia de tratar de ganarnos el perdón, la salvación y la atención de Dios. Es nuestra respuesta de amor a Su obra de amor en nuestro favor que nos da la libertad para que con gozo dejemos de pensar en nosotros y hagamos más obras buenas para Su honra y gloria.

Piensa en esto, y encuentra tu descanso en Él.

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