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Hay quien reparte, y le
es añadido más,
Y hay quien retiene lo que es
justo, solo para venir a menos.
El alma generosa será
prosperada,
Y el que riega será
También regado
(Pr 11:24-25).

Más de una vez he escuchado decir que los humanos llegamos sin nada y sin nada partimos. En el camino, por supuesto, vamos tomando propiedad de un sinnúmero de bienes, desde el primer pañal luego del primer llanto, hasta el cúmulo de remedios que buscan alargar nuestra vida en sus momentos finales.

Vamos acumulando y desechando, comprando y gastando; primero somos patrocinados por padres, abuelos y padrinos, quienes generosamente suplen necesidades y gustos, para luego ir tomando la rienda de nuestros consumos con el sudor de nuestra frente. Algunas cosas se volverán memorables (como esa primera bicicleta roja que nos llenó de aventuras) u olvidables (como la incontable cantidad de camisas multicolores que cumplieron su ciclo sin mayores repercusiones). 

Todo lo anterior es cierto, pero no por completo. No todo queda restringido al consumo material. No es que simplemente nos vamos como llegamos, porque la forma en que atesoramos o desechamos —es decir, la forma en que nos apropiamos, gastamos y acumulamos los recursos a nuestra disposición— evidencia la realidad de nuestro corazón. El alma será afectada por la forma en que interactúa con los bienes materiales que posee o anhela. Esa interacción no solo manifestará la necedad o sabiduría del corazón, sino que también podría aumentar o disminuir ambos estados.

Entonces, ¿cómo dejar la necedad y empezar a ser sabios con los bienes materiales que tenemos a disposición? 

Encontramos la respuesta en una sola palabra: generosidad. Me parece interesante que esta palabra, que se traduce como «generosa» en el texto del encabezado, venga de una palabra hebrea que significa «bendición». Un alma generosa es aquella que bendice porque está dispuesta a compartir lo que tiene para enriquecer al otro, justamente lo que hace Dios con nosotros.

El maestro de sabiduría entiende que existe una estrecha relación entre la generosidad del alma y la sabiduría o la necedad. La liberalidad expresada en el «repartir» del sabio produce mayor riqueza, pero no en términos materiales, sino en una verdadera recompensa, como lo dice unos proverbios antes: «El impío gana salario engañoso, pero el que siembra justicia recibe verdadera recompensa» (v. 18).

Ese salario del necio es la ganancia momentánea que produce la ilusión de que es dueño de algo material que, en realidad, solo se le ha prestado porque, finalmente, «“Mía es la plata y Mío es el oro”, declara el Señor de los ejércitos» (Hag 2:8). El necio, quien no entiende su función como administrador de los bienes de Dios, «retiene más de lo que es justo» porque lo percibe como suyo de manera absoluta. Allí radica su error. Mientras más acumula bienes injustos al no compartirlos con generosidad, su alma se empobrece y sus anhelos nunca son realmente satisfechos.

El sabio, por el contrario, «siembra justicia» al actuar con rectitud y desprendimiento, por lo que es prosperado con una «recompensa verdadera» que nace de su prodigalidad. Tanto la palabra «prosperar» como «regar» son bastante ilustrativas. La primera se traduciría literalmente del hebreo como «se hará gordo», dando a entender un estado de bienestar saludable y no de exceso —tal como lo entenderíamos en nuestro tiempo—, como la oveja que engorda porque está saludable y bien cuidada. 

La segunda palabra, «regar», tiene que ver también con abundancia no solo esparciendo agua, sino con la connotación de empapar por completo una superficie para hacerla productiva. Esto quiere decir que la actitud de extrema generosidad del sabio encontrará también satisfacción por parte de otros. Pablo lo expresó así en su propio testimonio: «En todo les mostré que así, trabajando, deben ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir”» (Hch 20:35). Como puedes ver, la generosidad y la bendición siempre irán de la mano.

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