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El hacer justicia y derecho
Es más deseado por el SEÑOR que el sacrificio (Pr 21:3).

Jesús sorprendió a Sus oyentes cuando les dijo que un levita y un sacerdote no fueron capaces de mostrar misericordia por el pobre hombre herido a la vera del camino (Lc 10:31-32). Se suponía que esos hombres dedicados a la religión y conocedores de los preceptos de las Escrituras deberían estar bastante sensibilizados con el dolor y la necesidad humana… pero ese no fue el caso.

En otra ocasión, Jesús también asombró a Sus oyentes cuando llamó la atención en público a los escrupulosos hombres religiosos de su tiempo, al decirles que su inmensa religiosidad no es una excusa ni tampoco un sustituto del hacer justicia y derecho:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, y han descuidado los preceptos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Estas son las cosas que debían haber hecho, sin descuidar aquellas (Mt 23:23).

Ese descuido era producto de prioridades equivocadas en cuanto a aquello que prioriza Dios. Ese es el énfasis del maestro de sabiduría, cuando dice que para el Señor que se haga justicia y derecho es más deseable que el ofrecer sacrificios (Pr 21:3).

Podrían sonar como sinónimas las palabras «justicia» y «derecho», y la contraposición con el «sacrificio» podría parecer como un menosprecio divino al sacrificio religioso. Sin embargo, aun el sacrificio ofrecido es un acto que simboliza la enorme justicia de Dios y Su deseo de encontrar un medio para justificarnos y acercarnos a Él. Lo cierto es que el sacrificio o la actividad religiosa nunca sustituirá nuestra responsabilidad de hacer justicia. La palabra que se traduce como «deseado» involucra el hecho de que se trata de una elección, el orden de prioridades de Dios, en donde, como lo dijo el profeta Miqueas…

¿Con qué me presentaré al Señor
Y me postraré ante el Dios de lo alto?
¿Me presentaré delante de Él con holocaustos
Con becerros de un año? […]
Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno.
¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti,
Sino solo practicar la justicia, amar la misericordia,
Y andar humildemente con tu Dios? (Mi 6:6, 8).

Es evidente que se trata de una profunda necedad el creer que basta el cumplimiento religioso solícito para sustituir la búsqueda de la justicia. La prioridad de la ética sobre el ritual se enseña por todas las Escrituras, como hemos visto en estos pocos pasajes. En el mismo sentido, la justicia y el derecho buscan mostrar la búsqueda de igualdad y disposición de ánimo para darle a cada uno lo que merece, no solo por la satisfacción de la letra de la ley, sino sobre la base de los primeros y principales mandamientos del amor a Dios y al prójimo. Ese fundamento guiará la forma en que administramos la justicia.

Dejar la necedad que nos hace confundir lo importante, y que nos lleva a abandonar aquello que el Señor prioriza, requiere que entendamos que el punto de partida para descubrir en dónde está arraigada la injusticia no es solo en la sociedad, la cultura, el gobierno, la política o el pesado de mi vecino, sino en mi propio corazón.

El maestro de sabiduría dice: «Torcido es el camino del pecador mas el proceder del limpio es recto» y también «El alma del impío desea el mal; su prójimo no halla favor a sus ojos» (Pr 21:8, 10). Un corazón injusto nunca se inclinará por la justicia y el bienestar de los suyos. Un corazón así solo podrá ser cambiado por la justicia de Cristo, quien murió en la cruz del calvario, como sacrificio perfecto, para el perdón de nuestros pecados y nuestra justificación.

Cuando somos revestidos de la justicia de Cristo, entonces nuestros corazones son sensibilizados: se inclinarán a la sabiduría y, por lo tanto, «El cumplimiento de la justicia es gozo para el justo, pero el terror para los que obran iniquidad» (v. 15). La sabiduría de una vida justa nos hará huir de la corrupción; nos llevará a amar y proteger al necesitado y defender la causa de la verdad. Podría sonar solo como un deber, pero «El que sigue la justicia y la lealtad halla vida, justicia y honor» (v. 21). Practicar la justicia es una demanda permanente y también una bendición resultante para los que la practican.

Quisiera finalizar con las palabras de Isaías, pronunciadas hace más de dos milenios y medio, para exhortarte con la misma exhortación que hombres y mujeres necesitaron escuchar tanto como tú y yo hoy día:

Lávense, límpiense,
Quiten la maldad de sus obras
de delante de mis ojos.
Cesen de hacer el mal.
Aprendan a hacer el bien,
Busquen la justicia,
Reprendan al opresor,
Defiendan al huérfano,
Aboguen por la viuda (Is 1:16-17).

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