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¿Te gustan los dramas con un misterio oculto que no se revela hasta el final de la obra?

Sea una novela de investigación forense, una película de suspenso o una miniserie de televisión, toda obra de misterio presenta lo que podemos llamar una «doble narrativa». También la historia de la Biblia la tiene.

La doble narrativa

Cuando inicia un drama, comienza a desenvolverse una primera narrativa que es aparente. Se presentan los personajes y, a medida que aparecen las pistas, nos formulamos posibles hipótesis de lo que podría tratarse esta historia. Pero, aunque tengamos una idea inicial convincente en apariencia, en ese punto de la historia todavía no podemos estar seguros del meollo del asunto. 

Sospechamos que los personajes podrían estar encerrando ciertos secretos que no nos han sido revelados desde el principio. Por esa razón, en la primera narrativa, el personaje principal —al igual que nosotros como audiencia— tiene muchas incógnitas por resolver. Solo a medida que la obra se desarrolla, notamos cómo se va descubriendo el misterio, aunque no del todo todavía. Esta primera narrativa sigue siendo aparente y no nos da a conocer la realidad de lo que ha estado sucediendo, sino hasta que somos sorprendidos en el desenlace. No es sino hasta el final del drama que podemos comprender el misterio que ha estado oculto y que ahora nos es revelado. Podemos referirnos a esa versión verdadera y conclusiva de la historia como la segunda narrativa.

La Biblia no es tinta muerta, sino palabra viva y eficaz que dice lo que hace y hace lo que dice

Esta segunda narrativa es lo que realmente estaba ocurriendo mientras la narrativa aparente se estaba desarrollando. Por tanto, cuando la segunda narrativa se sobrepone a la primera en la mente de la audiencia, ésta jamás podrá volver a ver la historia como si ignorase la trama verdadera. Nota que esta segunda narrativa no es un final alternativo ni una interpretación alegórica de la primera. Por el contrario, la segunda es la médula de la primera, solo que la primera narrativa nos dejaba ver únicamente lo que era aparente, mientras que la segunda narrativa nos muestra la sustancia, la causa motriz de toda la trama y lo que da sentido a todos los detalles de la historia.

Por cierto, cualquier hipótesis o teoría posible que se nos haya ocurrido mientras apreciábamos la historia por primera vez, debe ser descartada a la luz de la verdad revelada por el autor en el desenlace de la obra en la segunda narrativa.

Algo similar nos sucede al leer la Biblia. Muchos hemos leído la Biblia completa varias veces sin llegar a ver más allá de la primera narrativa, que es aparente. La leemos como si se tratara de historias aisladas sin ninguna conexión entre ellas, con el único fin de mostrarnos enseñanzas moralizantes, de las que debemos imitar las buenas acciones y evitar los malos ejemplos de sus personajes. Yo mismo leí la Biblia así, por muchos años desde mi juventud. Por eso, la pregunta fundamental es: ¿De qué se trata, o mejor dicho, de quién se trata este drama en las Escrituras?

El misterio revelado

La segunda narrativa en la Biblia, la cual conecta todas las historias, es explicada más ampliamente por el mismo Autor y Protagonista de la obra, quien nos declara que todas las Escrituras, pasando por la ley, los profetas y los salmos, se tratan únicamente de Él (Lc 24:27, 44; Jn 5:39). En otras palabras, cuando la segunda narrativa me es revelada, me doy cuenta de que la Biblia no se trata de mí, sino de Jesús. No se trata de lo que tengo que hacer para Dios, sino de lo que Dios ha hecho por mí en Jesucristo para que yo tenga vida y comunión plena con Él, mi Creador. 

Tan pronto mis ojos fueron abiertos a esta segunda narrativa, comencé a ver que el tema real al que apuntan todas las historias, personajes, eventos, leyes, rituales y figuras de la Biblia, es a la persona de Jesucristo, a quien Dios Padre envió para llevar a cabo la redención, la cual es aplicada a pecadores como yo por medio de Su Espíritu. Además, me di cuenta de que yo no era el héroe de la historia, sino el villano; no era el piadoso, sino el impío; no era el personaje bueno de la historia, sino el fariseo lleno de justicia propia.

Cuando comencé a entender mejor la segunda narrativa de la Biblia revelada en la Palabra de Cristo, comencé a apreciar toda la dimensión del dulce misterio del evangelio; dimensión que nunca antes había notado.

La Palabra de Cristo crea en ti fe a partir de tu incredulidad, luz de tus tinieblas, vida de tu mortandad, esperanza de tu desaliento, frutos de tu esterilidad

Así como toda buena historia de misterio al final revela su secreto, la Escritura atestigua que, a través de la predicación del evangelio, «el misterio que ha estado oculto desde los siglos y generaciones… ahora ha sido manifestado» (Col 1:26). De hecho, Pablo fue llamado como apóstol para ayudarnos a entender su «comprensión del misterio de Cristo, que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado» (Ef 3:4-5). Él dice que Dios le concedió la gracia de «sacar a la luz cuál es la dispensación del misterio que por los siglos ha estado oculto en Dios» (v. 9).

Según Pablo, la única manera de experimentar una vida de amor, fe y esperanza es como resultado de comprender el «verdadero conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo» (Col 2:2). Por eso Pablo pedía oración para que el Señor abriera puertas para predicar la Palabra, «a fin de dar a conocer el misterio de Cristo» (Col 4:3). El credo de la iglesia del Nuevo Testamento confesaba esto mismo: «indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…» (1 Ti 3:16).

El misterio que comienza a desenvolverse en el Antiguo Testamento es revelado con claridad en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, la primera página de la Biblia cuenta que en el principio Dios habla de las cosas que no son para que sean por Su Palabra (Gn 1): Él dijo «sea» y todo fue hecho. Luego, el apóstol Juan explica que la Palabra creadora de todo lo que fue hecho en el principio era Jesucristo, la Palabra encarnada, el Verbo de Dios (Jn 1:1-3). 

Al percibir esta segunda narrativa que nos presenta a Cristo como el sentido más pleno al que apunta toda la Escritura, descubrimos que la Biblia no es tinta muerta, sino palabra viva y eficaz que dice lo que hace y hace lo que dice, porque Dios llama las cosas que no son como si fuesen (Ro 4:17). Esto quiere decir que, así como en el principio Dios creó todo de la nada, la Palabra de Cristo crea en ti fe a partir de tu incredulidad (Ro 10:17). Él crea en ti luz de tus tinieblas, vida de tu mortandad, esperanza de tu desaliento, frutos de tu esterilidad.

Ojos abiertos

Si todavía estás leyendo este artículo, sospecho que es una muestra de tu interés en conocer más sobre la Palabra de Dios. No importa si te consideras un principiante o un experto en la materia, el conocimiento del misterio que encierra la Escritura es insondable, inescrutable e inagotable. Mientras más leo y conozco la Palabra, la profundidad y majestad del conocimiento de Dios me sobrecoge haciéndome sentir más pequeño y, al mismo tiempo, más grande al saberme amado por Dios.

La profundidad y majestad del conocimiento de Dios me sobrecoge haciéndome sentir más pequeño y, al mismo tiempo, más grande al saberme amado

Mientras creía que la Biblia se trataba de mí y de lo que debía hacer por Dios, vivía en ansiedad porque me daba cuenta de que no era capaz de alcanzar la justicia perfecta que la ley santa de Dios demanda. Pero cuando contemplé el mandamiento en todo su esplendor, comprendí que la ley es santa, justa y buena; y que el impío, injusto y malo era yo. No obstante, al contemplar el misterio revelado a través de la buena noticia del evangelio, aprendí que «lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado» (Ro 8:3). 

Cuando el Señor Jesucristo resucitó y apareció a los discípulos camino a Emaús, al principio no lo reconocieron. Ni siquiera los discípulos que vieron la tumba vacía podían comprender que la Escritura decía lo que debía cumplirse en Jesús. Pero cuando el Señor dio la orden «les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron» (Lc 24:31). De modo que luego comentaban entre sí: «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros… cuando nos abría las Escrituras?» (Lc 24:32).

Es mi oración que el Señor abra las Escrituras para ti de manera que arda tu corazón y sean abiertos tus ojos para que reconozcas al Autor y Actor principal del drama de la redención de Dios: el Señor Jesucristo.

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