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Hace tiempo vi en una escuela primaria un rótulo en los espejos del baño de niñas que decía: “Precaución: La imagen en este espejo, puede ser distorsionada por las ideas de belleza construidas por la sociedad. Ámate tal como eres”. 

Vivimos en una sociedad que se ha encargado de definir la belleza de acuerdo a sus estándares por medio de la moda, y con ello, dicta el valor de una mujer de acuerdo con la imagen que proyecta de sí misma.

Ha sido tal el impacto de esto en hombres y mujeres que, al querer adoptar las modas e igualar la imagen de los modelos de pasarela y grandes celebridades de la música, cine, y televisión, una gran cantidad de personas han perdido la vida al exponerse a cambios drásticos en su alimentación, cirugías, o ejercicio sin moderación.

Sin duda, la imagen exterior del ser humano es tema de conversación.

La imagen de Dios

Por medio de las Escrituras, sabemos que Dios nos hizo a Su imagen y semejanza.

“Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra». Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”, Génesis 1:26-27 (énfasis añadido).

La imagen de Dios en nosotros nos diferencia de todo lo creado. Somos el único ser que posee Su imagen, que somos similares a Él.

Una definición de imagen dice que es una representación visual, que manifiesta la apariencia física de un objeto real o imaginario. Con esto en mente, quiero mencionarte algunas implicaciones que tiene la imagen de Dios en nosotros.

Su imagen en nosotros dice que nos parecemos a Él. No somos dioses, somos semejantes a Él mas no iguales. Esto nos recuerda que somos su preciada creación, al ser los únicos seres en la creación a quienes Él sopló aliento de vida (Gn. 2:7).

Su imagen en nosotros también nos recuerda que le pertenecemos, y nos da la capacidad de ser seres racionales y relacionales que podemos mantener comunión con Él.

Sin embargo, esta imagen fue dañada por el pecado. No la perdimos, jamás la perderemos; solo fue distorsionada. Su diseño original fue roto y, de la misma forma, Su imagen nos recuerda que tenemos la oportunidad de ser redimidos.

Mi imagen y la gloria de Dios

Fuimos diseñados originalmente por Dios para que hombres y mujeres tengan comunión con Él y manifiesten Su gloria en la creación. No obstante, por causa del pecado, la imagen que proyectamos está manchada con el pecado. Debido a eso, la comunión con Dios no era posible porque no reflejamos Su santidad, Su carácter Santo (Heb. 12:14).

Pero Su imagen nos recuerda que podemos ser redimidos, que tenemos la oportunidad de que Su imagen sea restaurada en nosotros, renovándose cada día. Todo lo feo, manchado, roto, y torcido del pecado en nuestros corazones se va transformando por medio de Cristo. “Y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó” (Col. 3:10).

Dios no nos dejó muertos en nuestros delitos y pecados. Él nos dio vida juntamente con Cristo (Ef. 2:1). Su imagen en nosotros comienza a restaurarse desde el momento de la regeneración.

Saber que Dios por Su gracia y bondad, por Su misericordia, está restaurando Su imagen en nosotros día a día, es glorioso. Cada día nos parecemos más a Cristo. Cada día vamos regresando un poco al diseño original para que, al estar en gloria con Él, estemos limpios, sin mancha, tal como lo planeó desde un principio.

Su imagen en nosotros nos da más valor porque estamos siendo transformados cada día para ser más como Cristo. ¿Puedes ver en tu vida esta gloriosa verdad? Su imagen en nosotros nos va haciendo más como Cristo. Vamos dejando, por Su voluntad y con ayuda del Espíritu Santo, la vida pecaminosa, lo que nos alejó y rompió nuestra comunión con Él. Esto va siendo quitado poco a poco de nuestra vida, para que entonces vivamos de manera tal que reflejemos Su imagen al mundo que nos rodea y demos gloria a Su Nombre.

El valor de la imagen

Nuestro valor está en la imagen de Dios, no en la nuestra. ¿Por qué? Porque nuestra imagen exterior no refleja la imagen de Dios a la perfección. Nuestra imagen externa envejece, poco a poco va muriendo, está manchada por el pecado, se enferma, muestra los efectos de la caída.

Nuestra imagen exterior puede cambiar por completo en un segundo y, entonces, perder valor de acuerdo con los estándares de belleza que la moda ha impuesto. Pero la imagen de Dios en nosotros no tiene comparación. No nos resta valor. Al contrario, va en aumento a medida que avanzamos en nuestro caminar con Cristo. 

Nuestra imagen, así como la imagen de Dios en nosotras, será totalmente perfecta cuando estemos en gloria con Él, cuando nuestros cuerpos sean glorificados. Cristo vino a esta tierra en semejanza de hombre para así renovar la imagen de Dios en nosotros por medio de Su glorioso evangelio (Col. 3:10-11).

Cuando conocemos y atesoramos Su imagen en nosotros, nuestra imagen corporal deja de causarnos tristeza, ansiedad, y desprecio por su forma. Dejaremos de buscar alcanzar llenar los estándares del mundo y comenzaremos a amar nuestro cuerpo, cuidándolo por buena mayordomía, por gratitud al Dios que cada día nos está haciendo más semejantes a Su Hijo. 

Nuestro valor está en Su imagen, porque nos da dignidad. Nos llama a ser santos y nos da la oportunidad de redención por medio de Cristo, en quien estamos completos totalmente (Col. 2:10). Exaltemos y glorifiquemos a Dios porque reflejamos Su imagen por encima de nuestra imagen corporal.

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