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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de La cruz y el ministerio cristiano: Principios para un liderazgo dinámico y cristocéntrico (Andamio Editorial, 2011), por Donald Carson.

Cuando leemos los primeros capítulos de 1 Corintios, es fácil preguntarnos: ¿es que los creyentes corintios necesitan tener una visión más completa de lo que implica el liderazgo cristiano? Muy bien, dice Pablo, este es el cuadro: “Hasta ahora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Co. 4:11-13).

No es necesario analizar con detalle estas chocantes líneas, pero comentarlas un poco acentuará su impacto. Las frases “hasta esta hora” y “hasta ahora” son, probablemente, la forma que tiene Pablo de atraer la atención hacia la situación escatológica. Pablo y sus colegas apóstoles siguen padeciendo, hasta este momento, aunque ya se haya inaugurado el reino escatológico por medio del triunfo de Cristo. Los corintios, en otras palabras, están montando su teología olvidando la evidencia que tienen delante. La falta de ministerio itinerante (“tenemos hambre”, ”estamos desnudos”, ”somos abofeteados”), la auténtica sustancia de la vida apostólica, culmina en el “no tenemos morada fija”, precisamente porque su “morada” no está atada a este mundo.

A primera vista, lo que parece estar fuera de esta lista es el “nos fatigamos trabajando con nuestras manos”. De hecho, como los maestros en el mundo helenístico consideraban estar por encima del trabajo manual, mientras que Pablo con frecuencia ganaba para él y su equipo (y a veces insistía en hacerlo) gracias a su habilidad como fabricante de tiendas, era fácil que los corintios lo rechazaran como a un ejemplar inferior de la raza de los maestros. Pero lo que ellos desprecian, él lo presenta como ejemplar. Y por lo que respecta al modo en que responde a las puyas y ataques de un mundo escéptico, Pablo ofrece su testimonio como modelo: “nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos” (1 Co. 4:12-13). Así refleja, en su práctica, la enseñanza (Lc. 6:28) y el ejemplo (Lc. 23:34) del mismo señor Jesús.

Resumiendo: Pablo dice que, él y sus compañeros de apostolado, han “venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (4:13), los parias, los rechazados, la basura de todos… todo lo despreciable en una sociedad llena de personas guapas y exitosas.

Si Pablo insiste en que él es un modelo para otros, diciéndoles que le imiten, es porque él mismo sigue el ejemplo de Cristo.

De repente, ya no podemos ignorar el modelo de liderazgo de Pablo, no el modelo que él era para otros, sino el modelo que eligió para seguir él mismo. Porque se nos vuelve a recordar, una y otra vez, la cruz. El profeta escribió sobre el siervo sufriente: “Le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Is. 53:2-3). Pablo testifica a los filipenses su deseo de experimentar no solo el poder de la resurrección de Cristo, sino también la comunión que supone participar en sus sufrimientos (Fil. 3: 10). Ciertamente, en otro pasaje les escribe a los cristianos en Roma y les dice que son “también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17). Si Pablo insiste en que él es un modelo para otros, diciéndoles que le imiten (1 Co. 4:16), es porque él mismo sigue el ejemplo de Cristo (1 Co. 11:1).

Pablo no es tan ingenuo que piense que todos los cristianos deberían, en teoría, sufrir en el mismo grado. De hecho, en un pasaje testifica de su voluntad de participar en un grado desproporcionado de sufrimientos, para que otros no lo hagan. Pero lo que está en juego para Pablo es algo fundamental, una forma de mirar las cosas. Podemos resumirlo en tres puntos.

1. Seguimos a un Mesías crucificado. Todas las promesas escatológicas que conciernen al nuevo cielo y la nueva tierra, todas las bendiciones del perdón de pecados y el bendito Espíritu de Dios, no niegan el hecho de que las buenas nuevas que exponemos se centran en la locura de Cristo crucificado. Y este mensaje no puede comunicarse adecuadamente desde la elevada posición de un triunfalista condescendiente. Llevaremos nuestra cruz hasta el fin de los tiempos; es decir, moriremos a nuestro propio interés cada día, y seguiremos a Jesús. Cuanto menos conozca una sociedad esta actitud, más insensatos pareceremos y más sufrimientos soportaremos. Que así sea: no hay otra forma de seguir a Jesús.

2. Los líderes de la Iglesia padecen más. No son como los generales en el ejército, que se quedan tras las líneas. Son las tropas de asalto, la gente de vanguardia, que nos guía tanto con su ejemplo como con su palabra. Alabar una forma de liderazgo que desprecia el sufrimiento es, por tanto, negar la fe.

Necesitamos una pasión renovada no solo por centrar nuestra predicación en el evangelio del Mesías crucificado, sino también nuestras vidas y las de nuestros líderes.

3. En cierta medida, todos los cristianos son llamados a esta visión de la vida y el discipulado. Pablo está a punto de decir: “Por tanto, os ruego que me imitéis. Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias” (4:16-17 LBLA, énfasis añadido).

Debemos reconocer honradamente que esta afirmación resulta extraña a muchas de nuestras experiencias en el mundo occidental. Hasta hace bastante poco, aun los inconversos en occidente se adherían a los valores judeocristianos. No obstante, esta actitud está decayendo rápidamente, y a medida que lo hace habrá más y más oposición a cualquier forma de cristianismo que intente seguir siendo fiel a la Biblia.

Pero una parte del motivo por el cual la afirmación de Pablo nos resulta extraña a tantos de nosotros, es que, inconscientemente, nos hemos vuelto más como los cristianos corintios que como cristianos paulinos (¡es decir, bíblicos!). Muchos de nosotros somos acomodados, estamos a gusto, con pocos incentivos para vivir en la vibrante anticipación del regreso de Cristo. A menudo nuestro deseo por la aprobación del mundo aventaja a nuestro deseo del “¡Bien hecho!” de Jesús, en aquel último día. El lugar adecuado para empezar a cambiar esta profunda traición del evangelio es la cruz… en arrepentimiento, contricción, y una pasión renovada no solo por centrar nuestra predicación en el evangelio del Mesías crucificado, sino también nuestras vidas y las de nuestros líderes.


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Imagen: Lightstock.
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