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Nota del editor: 

Este artículo apareció primero en nuestra Revista Coalición: Señor, considera mi lamento(Agosto 2021).

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Casi seis siglos antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, el reino de Judá se deshizo en pedazos. Fue un proceso largo y doloroso que empezó en los tiempos del rey Joacim, quien fue hecho vasallo de Babilonia. Luego su hijo, Joaquín, fue capturado por Nabucodonosor y llevado a Babilonia, junto con parte de la población y los tesoros del templo. En su lugar fue puesto Sedequías, tío de Joaquín, quien decidió rebelarse contra Babilonia.

Como consecuencia, Nabucodonosor desató toda su fuerza y tuvo bajo asedio a Jerusalén por dieciocho largos meses. Eso significó que la población estaba encerrada detrás de los muros de la ciudad con alimentos y agua que se fueron acabando rápidamente. Esta escasez produjo una crisis social inmensa y mortal. Finalmente, un largo proceso de casi un cuarto de siglo llegó a su fin cuando una gran parte de la población muy diezmada por el hambre y la enfermedad fue aniquilada, y otra parte fue llevada al cautiverio. Jerusalén fue tomada, demolida e incendiada y el templo del Señor destruido.

Ese es el panorama desolador delante de los ojos del escritor de Lamentaciones. Todo el libro fue escrito cuando no había una sola luz de esperanza. Todo estaba en ruinas, acabado, sus vidas destruidas y todas sus seguridades perdidas. Ese es el dolor que Jeremías, el posible autor de estos lamentos anónimos, experimentó de primera mano, producto de las circunstancias horrendas que vivió junto con todo el pueblo durante ese período cataclísmico y la consecuente condición de miseria extrema, opresión, dispersión y desesperanza en que quedó finalmente el pueblo judío.

Antes de entrar a los detalles propios de Lamentaciones, es bueno que entiendas un poco su configuración y estructura formal. Este libro está compuesto por cinco poemas conocidos como “lamentos”. Estos poemas describen situaciones dolorosas que son presentadas delante de Dios. En términos generales, se considera a Lamentaciones como un canto fúnebre que comparte este género con otros salmos de lamento (p. ej., Sal 44, 60, 74, 79, 80, 83, 89). El autor no está inventando un género literario, sino que usa una estructura muy utilizada “en la antigüedad para el canto de endechas por los muertos o sobre calamidades nacionales. Su uso de paralelismo, repeticiones, apóstrofes, y sus juegos de palabras eran admirablemente adecuados para comunicar las insondables profundidades del sufrimiento y dolor que el alma humana es capaz de experimentar”.[1]

El lamento bíblico tiene como propósito darle sentido al sufrimiento desde la perspectiva de Dios

Este libro está escrito desde la perspectiva de un testigo ocular, pero no es un relato periodístico ni histórico per se. En cambio, es una descripción emotiva y poética de un evento histórico vivido tanto de forma personal como grupal. Estas endechas (cánticos tristes) fueron escritas para ser cantadas por la congregación, que expresa así su pena ante la devastación nacional.

El lamento bíblico tiene como propósito darle sentido al sufrimiento desde la perspectiva de Dios. El pueblo es llamado a expresar con libertad sus sentimientos sin maquillarlos u ocultarlos, pero también a ubicar al Señor dentro de esa realidad como soberano sobre todas las cosas. Por lo tanto, el lamento no es tan solo una catarsis emocional para el creyente, sino una búsqueda sincera de Dios en arrepentimiento y reconocimiento de las consecuencias por haber pecado y haberse alejado del Señor. El fin del lamento no es fatalista, sino la restauración de la relación quebrada con Dios.

No es que Jeremías simplemente espetó su dolor de manera espontánea y sin control. Por el contrario, el autor presenta el lamento de una manera poética muy bien estructurada. Es interesante notar que los capítulos 1, 2, 4 y 5 tienen 22 versículos. El capítulo 3 tiene 22×3 versículos. Los capítulos 1, 2 y 4 son acrósticos que empiezan cada versículo con una letra del alfabeto hebreo; el capítulo 3 inicia con una letra del alfabeto hebreo cada tres versículos. El capítulo 5 tiene la misma medida, pero no es un acróstico. Esta configuración poética y métrica tan precisa nos habla de un proceso de reflexión de las circunstancias por parte del autor, en el que no permite que las emociones simplemente se manifiesten sin control.

“Al observar esta restricción formal se demuestra que las lamentaciones no son simplemente un torrente de dolor, sino una respuesta altamente reflexiva y considerada al trauma: en términos literarios, la naturaleza ordenada de la poesía contrasta con el caos que presenta… estos lamentos no deben considerarse simplemente como un desahogo emocional, sino como un intento deliberado para explorar la posibilidad de que la relación entre Dios y el pueblo puede ser restaurada”.[2]

Ahora puedo pasar al fondo del lamento poético en Lamentaciones. Este canto poético rebosa de una profunda teología y cosmovisión bíblica de la que nos toca aprender. En tiempos en que las emociones y sus manifestaciones son consideradas intocables, debemos aprender de estos lamentos para reconocer que, aun en nuestro dolor, podemos dirigir nuestras emociones para entender nuestras circunstancias, glorificar al Señor y encontrarlo a Él como soberano. Podemos hacer esto incluso en medio de nuestras tristezas porque solo Él es la única fuente de consuelo y restauración.

Los lamentos bíblicos buscan darle sentido espiritual y teológico a todas las circunstancias dramáticas que estemos experimentando

Como hemos dicho, los lamentos buscan darle sentido espiritual y teológico a todas las circunstancias dramáticas que estemos experimentando. Jeremías lo declara desde el mismo inicio de Lamentaciones: “¡Cómo yace solitaria La ciudad de tanta gente!” (1:1a). Esta primera descripción inimaginable de la amada Jerusalén, ahora en ruinas, va acompañada de palabras que describen amargura, ausencia de consuelo, llanto amargo, abandono, traición y luto.

Jeremías describe de muchas maneras el tremendo dolor vívido que él mismo y todo el pueblo, sin excepción, están experimentando. Es notable cómo se refiere de manera especial a los niños que sufren la devastación del asedio, la caída de Jerusalén y sus consecuencias posteriores: los niños son llevados al cautiverio (1:4); desfallecen de hambre en las calles mientras piden comida a sus madres (2:11-12); Jeremías observa con horror cómo madres cuecen a sus propios hijos para alimentarse (4:10). Cada una de sus frases punzantes solo demuestran el inmenso dolor, la angustia y devaluación de toda la población, empezando por los más vulnerables:

“La lengua del niño de
pecho se le pega
Al paladar por la sed;
Los pequeños piden pan,
Pero no hay quien se lo reparta.
Los que comían manjares
Andan desolados por las calles;
Los que se criaron entre púrpura
Abrazan cenizales” (4:4-5).

El autor mismo experimenta en carne propia esa misma angustia y no duda en decir: “mi alma ha sido privada de la paz, He olvidado la felicidad. Digo, pues, ‘Se me acabaron las fuerzas, Y mi esperanza que venía del Señor’” (4:17-18). Sin embargo, aparece el gran legado del lamento bíblico que no termina solo con “lamentarse” por la situación humana, sino que levanta la mirada y es capaz de ver que hay un Dios soberano detrás de todo, y que lo lleva a decir: “… porque el Señor la ha afligido [el femenino siempre está refiriéndose a Jerusalén] Por la multitud de sus transgresiones” (1:5b).

Jeremías no quiere quedarse solo con una visión de la realidad de devastación desde su óptica y queja meramente humana. Él busca involucrar al Señor y le pide en varias oportunidades a lo largo del libro, “Mira, oh Señor…”: “mi aflicción” (1:9b); “observa que me están despreciando” (1:11b); “que estoy angustiada” (1:20); “y observa: ¿a quién has tratado así?” (2:20); “ve nuestro oprobio” (5:1). Este clamor a que el Señor “mire” es claramente una invocación para que considere la situación pero, por sobre todo, para que el Señor pueda hacerse presente y le dé sentido a todo lo ocurrido.

La mayoría de las veces no busco darle sentido a mi dificultad o aflicción a través del Señor. Sí deseo que Él intervenga y cambie la situación, pero no me esfuerzo por descubrir la providencia de Dios, su voluntad soberana en todo lo que me está pasando y me aflige. Es más fácil creer que el Señor se descuidó o no estuvo presente, que pensar que el Señor mismo pudo haber propiciado mi angustia. Pero eso mismo es lo que declara Jeremías infinidad de veces a lo largo del libro. No nos equivoquemos al pensar que es Babilonia la protagonista cuando en realidad el protagonista es Dios, quien “Ha devorado a Israel, Ha devorado todos sus palacios, Ha destruido sus fortalezas Y ha multiplicado en la hija de Judá El lamento y el duelo” (2:5, énfasis personal).

El lamento espiritual y bíblico ubica a Dios en el centro de la experiencia de dolor y ese es el punto de partida para la restauración

Jeremías entiende que la fuente de su lamento es ¡el Señor! Esto puede sonar completamente ininteligible en un tiempo en que reducimos a Dios solo a buenos deseos y declaraciones de poder y prosperidad. Sin embargo, no fue eso lo que dijo Job: “El Señor dio y el Señor quitó; Bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:20c). Es lo que aun le reiteró a su esposa cuando ella lamentaba su situación sin Dios: “¿Aceptaremos el bien de Dios pero no aceptaremos el mal?” (Job 2:10b). Job se lamenta, pero no en las circunstancias, sino en un Dios que “hace lo que le place” (Sal 115:3).

El lamento de Jeremías hace una pregunta crucial: “¿Quién es aquel que habla y así sucede, A menos que el Señor lo haya ordenado? ¿No salen de la boca del Altísimo Tanto el mal como el bien?” (3:37-38). El lamento espiritual y bíblico ubica a Dios en el centro de la experiencia de dolor y ese es el punto de partida para la restauración. Como dice Sproul: “Hay un movimiento dentro del libro, como ocurre en la mayoría de los lamentos bíblicos, de la expresión de la pérdida y el dolor terribles a la esperanza restaurada por la renovación”.[3]

El poeta bíblico reconoce que Judá ha pecado; los sacerdotes, los profetas y los príncipes también pecaron y desviaron con sus consejos y visiones falsas al pueblo. Los enemigos de Judá han arrasado con todo y se han convertido en sus amos. ¿Qué queda ahora? La cosmovisión bíblica de Jeremías no lo deja lamentándose en solitario. Dado que el Señor está en su trono, y aun estos eventos dramáticos no escapan de su mano poderosa, él toma una decisión y ubica las cosas en perspectiva divina:

“Esto traigo a mi corazón,
Por esto tengo esperanza:
Que las misericordias del
Señor jamás terminan,
Pues nunca fallan Sus bondades;
Son nuevas cada mañana;
¡Grande es Tu fidelidad!” (3:21-23).

Jeremías no declara victorias o bienestar en medio de la destrucción. Lo que el profeta declara en medio de su lamento son las misericordias permanentes del Señor y que todo lo que realmente tiene y necesita es Dios: “‘El SEÑOR es mi porción’, dice mi alma, ‘Por tanto en Él espero’” (3:24).

Jeremías no declara victorias o bienestar en medio de la destrucción. Él declara las misericordias permanentes del Señor

Cada vez que me encuentro en una situación difícil suelo preguntarme, ¿qué hay de bueno en todo esto? El lamento de Jeremías tiene la respuesta dividida en tres partes: (1) el Señor es bueno para los que lo esperan (3:25), y por eso tenemos la esperanza de que Él no nos defraudará cuando buscamos depender de Él bajo cualquier circunstancia; (2) es bueno esperar en silencio la salvación del Señor (3:26). Necesitas calmarte, aquietarte, dejar de vociferar. Si el Señor está en control de la situación, muestra con tu calma que confías en que vendrá a socorrerte; (3) es bueno saber que el Señor nos ha colocado en esa situación y que solo Él podrá liberarnos de ese yugo (3:27). Debido a que estamos en sus manos, reconoce que lo que estás atravesando no es por gusto y que “el Señor no rechaza para siempre… si aflige, también se compadecerá, Según Su gran misericordia” (3:32).

Esta brisa de esperanza se va convirtiendo en un viento huracanado que se lleva el lamento y lo va transformando en un anhelo por restauración. Suelo decirle “el Señor está en control” a muchas personas que están pasando por alguna dificultad, como una frase de aliento y esperanza que cobra otra dimensión en Lamentaciones. El último poema es una oración que dice directamente: “Acuérdate, oh Señor, de lo que nos ha sucedido…” (5:1). Este recordatorio no se debe al olvido de Dios. Por el contrario, es nuevamente un llamado personal a no dejar de involucrar al Señor Todopoderoso en todo lo que Judá vivía porque ¡el Señor está en control!

El profeta no pierde de vista la desolación que estaban viviendo, ni tampoco minimiza su situación. Sus palabras siguen siendo desoladoras. El dolor no ha cesado. La pérdida y la carestía siguen, “pero”… esta palabra siempre contrapone una idea a otra y, en este caso, la situación lamentable no tiene punto de comparación con lo que viene a continuación: “Pero Tú, oh Señor, reinas para siempre, Tu trono permanece de generación en generación” (5:19). El gobierno soberano y providencial de Dios sobre el universo entero permite que Jeremías tenga la esperanza de que toda esa devastación no es el final de la historia. Él sabe que no tiene el poder para cambiar las cosas y por eso sus últimas palabras son:

“Restáuranos a Ti, oh Señor,
y seremos restaurados;
Renueva nuestros días
como antaño,
A no ser que nos hayas
desechado totalmente,
Y estés enojado en gran
Manera contra nosotros” (5:21-22).

En Lamentaciones aparece glorioso el Señor misericordioso, quien manifestó su ira producto de su santidad, aunque nunca descartó su misericordia redentora

¿Puedes notar cómo la fe de Jeremías depende por completo de la soberanía de su Dios bueno? Él no declara ni da por sentado nada con sus palabras. Solo descansa en el Dios que es bueno y para siempre es su misericordia (Sal 100). Al pueblo le quedaban muchas lágrimas por llorar y mucho dolor por enfrentar que no será consolado a la brevedad. Este lamento espiritual hizo su trabajo al no alinear todo alrededor de la pérdida o el sufrimiento. Aun el lamento giró alrededor del Señor, el Creador y Redentor, el Santo y bueno que no ha dejado caer una sola de sus palabras ni tampoco había dejado de tener misericordia. Es como si Jeremías, representando al pueblo, dijera: “No quiero simplemente restaurar las cosas que he perdido por mi pecado o necedad. ¡Lo que quiero es ser restaurado a ti! Y volver a tener comunión plena con mi Dios aunque todo esté destruido a mi alrededor”.

Finalmente, Lamentaciones también nos dirige de manera poética al evangelio porque describe la destrucción que produce el pecado y la separación de Dios con todo el lamento y dolor que trae consigo. Pero en este lamento también aparece glorioso el Señor misericordioso, quien manifestó su ira producto de su santidad, aunque nunca descartó su misericordia redentora. Como diría Sproul: “El libro de Lamentaciones, por consiguiente, apunta más allá de la humillación y restauración de Jerusalén y va hacia la humillación y exaltación de Cristo. Al contemplar la vida y la obra de Cristo, el mundo puede saber que Dios es bueno y que hará bien en su tiempo ‘para el alma que lo busca’ (3:25)”.[4]


[1] Comentario Bíblico Beacon, Lamentaciones, 509.
[2] Zondervan Study Bible, (Zondervan, 2015), 1578.
[3] La Biblia de Estudio de la Reforma (Ligonier Ministries y Poiema Publicaciones, 2020), 1301.
[4] La Biblia de Estudio de La Reforma, 1301.
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