¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

La vida cristiana es una pelea constante y feroz. En su última carta, el apóstol Pablo escribió: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe (2 Ti. 4:7). Él consideraba el caminar cristiano como una guerra. Por eso exhortó a Timoteo: “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Ti. 6:12).

La guerra espiritual en la que estamos es la lucha de todo cristiano frente a los poderes del infierno y los enemigos de Dios que conspiran contra nuestra firmeza (Ef. 6:12). El adjetivo espiritual hace referencia al origen y la naturaleza de esta guerra. Es espiritual porque nuestros enemigos son espirituales, y por la forma en que luchamos y las armas que usamos. No apelamos a estrategias humanas, ni usamos pistolas o armas físicas. En cambio, empleamos armas espirituales poderosas en Dios y que nos fueron dadas por Él, como la oración y la Palabra (2 Co. 10:4).

El llamado a la santidad supone grandes conflictos. Debemos estar dispuestos y preparados para resistir. Mientras vivamos en este lado de la gloria, la vida será una batalla sin tregua contra los enemigos de nuestra alma: Satanás, el mundo, y la carne. El diablo nos tienta, el mundo nos resiste, y nuestras pasiones combaten en nosotros para arrastrarnos al pecado.

Desafortunadamente, en los últimos años ha surgido en nuestro países un entendimiento erróneo de esta guerra, y así varias fallas en cómo se lleva a cabo. Estos son algunos mitos comunes al respecto (algunos de los cuales creí por muchos años) y la verdad detrás de ellos:

Mito #1: “La guerra espiritual es arrebatarle al diablo lo que nos quita”.

Esta visión de la guerra espiritual, orientada a la pérdida de los bienes materiales o hacia asuntos terrenales, tiene mucha aceptación dentro de la iglesia. Sin embargo, la noción de que debemos arrebatarle al diablo lo que nos quita (popularizada por una conocida canción hace años) no tiene sustento bíblico y es espiritualmente nociva. En primer lugar, porque parte de la premisa de que aquello que Dios nos da se puede perder. En segundo lugar, porque presenta al diablo como el determinante de mucho (o todo) de lo que nos sucede.

Mientras vivamos en este lado de la gloria, la vida será una batalla sin tregua contra los enemigos de nuestra alma: Satanás, el mundo, y la carne

La Biblia enseña que todas nuestras bendiciones, lo que somos, y todo lo que tenemos en Cristo, fue asegurado por Él en la cruz (Ef. 1:3). A la vez, recordemos que los beneficios terrenales no están asegurados para los cristianos. Dios no nos promete perfecta salud, ni prosperidad financiera, ni una vida sin problemas aquí. Al contrario, los creyentes estamos expuestos a la hostilidad del mundo, a la pérdida de nuestros bienes (Heb. 10:34), y se nos advierte que en esta tierra sufriremos (Jn. 16:33).

Algunas veces padeceremos por nuestra lealtad e identificación con Cristo, y otras simplemente porque vivimos en un mundo afectado por el pecado. Sin embargo, todos los beneficios de la redención son eternos, posesión segura de los creyentes, y podemos confiar en que nada se perderá. Pablo decía que Dios “nos bendijo en los lugares celestiales en Cristo”, para enfatizar el carácter celestial y permanente de nuestros beneficios (Ef. 1:3). Pedro decía que nuestra herencia está reservada en los cielos (1 P. 1:4). Todo lo tenemos en Cristo —aquello que disfrutamos ahora y lo que disfrutaremos en gloria— está seguro en Él. Nada ni nadie, ni siquiera el diablo, tiene el poder para quitarnos esto. 

Por otro lado, los bienes terrenales son pasajeros y se pueden perder. En ocasiones por nuestro propio pecado; a veces, por nuestra fidelidad a Dios o solo como el resultado de vivir en un mundo caído. Pero Dios está por encima de todo escenario. Él es quién finalmente nos da y nos quita cosas, como nos recuerda Job (Job 1:21-22). Este hombre no culpó al diablo ni pretendió arrebatarle lo que había perdido. Más bien, confió en el Dios que dirige soberanamente nuestras vidas según Su sabiduría y para nuestro bien. 

Verdad #1: Dios es quien en última instancia nos da y quita beneficios terrenales, mientras todos nuestros beneficios celestiales están seguros en Cristo.

Mito #2: “Dios da las mayores guerras a sus mejores soldados”.

Este conocido cliché es un error porque sugiere una distinción entre los creyentes. Comunica la idea de categorías entre cristianos. Tal distinción no es saludable ni bíblica. Las palabras de Pablo en Efesios 6 son instructivas al respecto: “No tenemos (plural) lucha contra sangre y carne” (Ef. 6:12). ¡Todos los creyentes están incluidos en esta guerra!

No hay superiores ni inferiores en el reino de los cielos. Las grandes dificultades para unos no sugiere superioridad en ellos

En un sentido todos tenemos la misma lucha, y en otro sentido es diferente para cada uno. Es la misma lucha porque batallamos contra los poderes del infierno; es diferente porque cada uno de nosotros es más propenso a diferentes tentaciones. Lo cierto es que cada creyente tiene su propia batalla. Cada uno experimenta la guerra espiritual de maneras distintas conforme a la providencia de Dios. Pero no hay superiores ni inferiores en el reino de los cielos. Las grandes dificultades para unos no sugiere superioridad en ellos.

Verdad #2: Todos los creyentes están en la guerra espiritual.

Mito #3: “Los gritos al orar añaden poder a la guerra espiritual”.

Santiago nos enseña que debemos ser fervientes en oración (v. 5:17), pero ese fervor no supone levantar la voz y gritar constantemente, porque el ejemplo que él nos provee es el de Elías. Curiosamente, en esa ocasión fueron los falsos profetas de Baal quienes levantaron la voz. Por el contrario, el fervor del profeta se expresó en la firmeza y confianza que demostró al orar (1 R. 18:25-36). La intensidad de los gritos no es crucial en la guerra espiritual.

Levantar la voz puede ser una expresión de celo y fervor, pero los gritos no siempre son una evidencia indiscutible de ello. Tengamos en cuenta que nuestro fervor debe ser una realidad integral y no solo al momento de orar. Es decir, la oración ferviente nace y debe estar en armonía con una vida fervorosa por Dios (Ro. 12:11). 

La resistencia al enemigo comienza con una vida de obediencia que se somete a Dios y no por medio de gritos

Para la guerra espiritual, la oración fervorosa no es un sustituto de la piedad, sino la extensión de una vida piadosa. El mismo Santiago decía: “sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes” (v. 4:7). La resistencia al enemigo comienza con una vida de obediencia que se somete a Dios y no por medio de gritos.

Verdad #3: Los gritos no nos dan más poder en la guerra espiritual.

Mito #4: “Orar en lenguas hace más efectiva nuestra guerra espiritual”.

Es común escuchar que “las lenguas son un idioma de guerra”. Para argumentar eso, se citan las palabras de Efesios 6:18 en el contexto sobre la guerra espiritual: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu”. Sin embargo, más allá de la posición que tengamos sobre el don de lenguas, este mandato en realidad no es sobre eso. La exhortación es general para todos los creyentes, sin importar si hablan en lenguas o no. Es decir, orar “en el Espíritu” es algo que todos podemos y debemos hacer.

Una mirada al uso que Pablo hace de la expresión “en el Espíritu” nos ayuda a entender lo que quiso decir aquí. Por ejemplo, en Efesios 2:22 dice que los creyentes somos “juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. Esto significa que Dios mora en nosotros por medio de Su Espíritu mientras somos edificados. También dice en Gálatas 5:16: “anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne”. Aquí nos exhorta a caminar en dependencia del Espíritu, en el poder del Espíritu, y de manera que honre al Espíritu.

Debemos depender del Espíritu, su fuerza, su impulso, y su guía para levantar nuestras oraciones en medio de la batalla espiritual

Estos dos pasajes —Efesios 2:22 y Gálatas 5:16— nos ayudan a ver que la expresión “en el Espíritu” en Efesios 6, no es necesariamente una referencia al uso del don de lenguas. En cambio, significa que debemos depender del Espíritu, su fuerza, su impulso, y su guía para levantar nuestras oraciones en medio de la batalla espiritual.

Verdad #4: La oración en el Espíritu es la oración guiada, sostenida, y fortalecida por Él.

Mito #5: “Debemos hacer decretos y declaraciones para ganar la guerra espiritual”.

La creencia de que nuestras palabras tienen poder para crear cosas y cambiar la realidad es muy común dentro de la iglesia. La idea es que debemos “declarar” con nuestra boca lo que deseamos que suceda y, si tenemos la suficiente fe y convicción, será hecho. He hablado con más detalles sobre esa práctica y mi experiencia con ella en este otro artículo.

Esta enseñanza falla en entender que los decretos que siempre se cumplen son los propósitos eternos de Dios. Esta es una prerrogativa divina, no humana. Los creyentes estamos llamados a confiar en Él y esta confianza la expresamos por medio de la oración constante y humilde. La Biblia nos enseña a clamar al Señor (Sal. 34:6) y presentar nuestras peticiones a Él; no a decretar ni declarar que se cumplan cosas que deseamos.

La oración cristiana pide, no exige; ruega, no ‘declara’ cambiar cosas

La oración cristiana pide, no exige; ruega, no “declara” cambiar cosas. En ninguna parte en la Escritura vemos un mandato a “declarar”. Al contrario, vemos exhortaciones a pedir y ejemplos de peticiones (ej. Mt. 7:7). El mismo Pablo, en un tiempo difícil de su vida, dice que le pidió a Dios tres veces para que lo librara de una aflicción (2 Co. 12:8). El apóstol sabía que en Dios estaba su esperanza y por eso rogaba por ayuda en vez de “decretar”. 

Verdad #5: El creyente puede confiar en que Dios es el único soberano.

Mito #6: “En la guerra espiritual debo dirigirme al diablo y sus demonios”.

Un popular evangelista, conocido por su énfasis en la guerra espiritual, solía decir al orar: ¡Escúchame bien, Satanás…! Es cierto que Pablo le habló en Filipos a un espíritu de adivinación y le mandó a salir de una muchacha, y que Jesús se dirigió al demonio que tenía cautivo al hombre de Gadara (Hch. 16:18; Mr. 5:8-13). Pero la práctica actual de dirigirnos a enemigos espirituales al orar es un error por al menos dos razones.

Solo Dios es la fuente de nuestra ayuda, provisión, y protección

Primero, porque fallamos al distinguir entre lo que es descriptivo y prescriptivo en la Escritura. En los Evangelios y en Hechos vemos prácticas y situaciones que no deben ser tenidas como normas para la iglesia. No todo lo que hizo Pablo o Jesús está para ser imitado. Nadie interpreta el relato de Jesús caminando sobre las aguas como algo que la iglesia debe hacer. Y en segundo lugar, estos relatos bíblicos fueron casos de liberación de demonios y no constituyen un modelo para la práctica de la oración en el conflicto espiritual.

Lo que la Biblia nos manda y modela es que la oración debe ser dirigida a Dios (Mt. 6:6; Fil. 4:6; 1 Pe. 4:7; 5:6-7). Solo Él es la fuente de nuestra ayuda, provisión, y protección. El ejemplo en Hechos 4 de la iglesia primitiva cuando fue amenazada es instructivo. En esa ocasión la oración fue dirigida al Señor y no al diablo: “Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que tus siervos hablen tu palabra con toda confianza” (Hch. 4:29). Que ese sea siempre nuestro ejemplo al luchar en la guerra espiritual.

Verdad #6: En vez de dirigir nuestras palabras al diablo y sus demonios, pidamos a Dios y confiemos en que Él dirige y cuida nuestras vidas.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando