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Me intriga la soltura y liberaralidad con la que los cristianos toman la trascendental decisión sobre quiénes los pastorearán. Mi asombro es debido a que el alma humana es de muy alto precio. No solo es preciosa: es eterna.

Me resulta insólito que muchos creyentes simplemente corren como manadas tras “ministerios” que tienen algunas credenciales humanas (son numerosos, tienen hermosas instalaciones, o son bien gerenciados, por mencionar algunas). ¿Será que no estamos meditando en el valor de lo espiritual? ¿En el verdadero valor de nuestras almas? ¿Será que nuestros grandes y sofisticados edificios y artefactos nos han maravillado tanto que compiten con la fe, la cual está fundada en realidades invisibles, pero ciertísimas?

El Príncipe de los pastores ha dispuesto pastores

Por supuesto: el Señor es el buen pastor, quien dio su vida por sus ovejas. En un sentido muy real, Él es nuestro único pastor. A la vez, Él ha dispuesto dejar representantes visibles que nos guíen en el camino hacia la ciudad celestial, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Esos hombres —llamados pastores, obispos o ancianos— tienen ciertas credenciales distintivas dadas por Dios, las cuales se conjugan en una sola esencia. Mire cómo lo estableció el apóstol Pedro inspirado por Dios en 1 Pedro 5:1-3:

“Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él…

[¿Cómo?]

  1. no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios
  2. no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo
  3. tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño” (1 Pe. 5:1-3).

Los versos que siguen nos dan la razón por la cual esta labor pastoral debe ser hecha como se ha indicado arriba: nuestra recompensa por nuestra santa y apremiante labor ministerial será celestial y futura, y eso es lo que no le gusta a nuestra naturaleza corrupta. El pago por nuestro trabajo para Jesucristo nos será otorgado “cuando aparezca el Príncipe de los pastores”.

¿Cuál es la esencia del oficio pastoral? Sin duda, “pastorear” al rebaño que está a su cuidado. Pero, ¿cómo? Siendo ejemplo en todo (1 Pe. 5:3).

Ser ejemplo del rebaño es la esencia del oficio pastoral. Pablo le dice lo mismo al pastor Timoteo:

“No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza. Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza” (1 Ti. 4:12-13, énfasis mío).

El distintivo es el ejemplo

“Sé ejemplo de los creyentes”.

Esto Pablo ya lo había enseñado en el pasaje anterior 1 Timoteo 3, el locus clásico del oficio pastoral. Dice “que sea irreprochable”, y luego explica la irreprochabilidad con cláusulas como “marido de una sola mujer” y “que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad”. El apóstol cierra la nota diciendo: “pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?” (1 Ti. 3:2-5).

Estimado hermano, la esencia del ministerio pastoral se conjuga en “ser ejemplo de la grey”. Aunque cientos o miles de hombres le respalden, el oficio de la Palabra (acompañado de la oración) no es respaldado por Dios a menos que tal predicador porte credenciales que se conjugan en la irreprochabilidad. Un distintivo de nuestra generación es justamente el respaldo de los hombres a los “maestros” del error, los cuales son muchos y comprenden bien la naturaleza humana. Esos hombres se enfocan en los deseos de la naturaleza caída para hablar a los oídos las novelerías y fábulas artificiosas que la gente quiere oír (ver 2 Ti. 4:1-4). Pero el ministerio aprobado es un ministerio que busca vivir de manera irreprochable. 

Si bien el ser irreprochable tiene un fuerte matiz moral, cuando Pablo le dice a Timoteo que debía ser ejemplo en todo, incluye sus palabras y sus afectos en las relaciones. La irreprochabilidad es integridad. Los hombres de la Palabra estamos llamados y capacitados por la investidura para ser ejemplo en todo. 

Pastor, un ministerio eficaz delante de Dios y delante de los santos es uno que se modela con el ejemplo. Pablo llegó a decir a los hermanos: “sean imitadores de mí, como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Eso es ser un verdadero hombre de Dios. Tener una conciencia limpia, que no tiene de qué avergonzarse incluso ante el Soberano Rey. Esto es mucho que decir, pero claramente esa expresión paulina apunta a la confianza en la obra de gracia que Dios había hecho en él. No podría apuntar a otro asunto. Pablo se bastaba en la gracia de Cristo. El evangelio que nos salva es el evangelio que nos santifica.

Un consejo de vida

Hermanos y hermanas, nunca se permitan ser pastoreados por un hombre sin esta credencial esencial, aunque tenga el “pico de oro” cual Crisóstomo, el antiguo predicador; o aunque sea el “príncipe de los predicadores”. 

¿No es, acaso, tu alma preciosa? ¿No vale tu alma más que cualquier riqueza terrenal? De ser afirmativa tu apreciación, pon tu alma al cuidado de verdaderos hombres de Dios, hombres de honor, de matrimonio y familia ejemplares.

La esencia del oficio pastoral es “ser ejemplo en todo”.

Imagen: Lightstock
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