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En 1734 y 1735, Jonathan Edwards y la congregación en Northampton experimentaron un avivamiento. También lo hicieron muchas iglesias en el valle del río Connecticut en las colonias de Connecticut y Massachusetts. En el otoño de 1733, Edwards predicó algunos sermones contundentes. Uno de ellos, predicado en noviembre de 1733, ha sido titulado “El tipo de predicación que la gente quiere”. Edwards comienza su sermón en el Antiguo Testamento, observando que al pueblo de Dios no le faltaban falsos profetas “que siempre los halagaban en sus pecados”.

Los verdaderos profetas reprenden al pecador. Los falsos profetas dejan a los pecadores “para que disfruten pacíficamente de sus pecados”. Luego recurre al deseo que la gente en su época tenía de ese tipo de falsos profetas. Edwards continúa: “Si los ministros fueran enviados a decirle a la gente que podrían satisfacer sus pasiones sin peligro… con cuánta impaciencia serían escuchados por algunos, y qué buena atención les darían”. Él agrega: “Les gustaría un salvador que los salve en sus pecados mucho más que uno que los salve de sus pecados”.

Edwards estaba respondiendo a aquellos de su tiempo que pensaban que superaban la Palabra de Dios. También escribió tratados para responder a los académicos que pensaban que superaban la Palabra de Dios. El mundo académico inglés de la generación de Edwards estaba cautivado con el nuevo pensamiento de la Iluminación. Los deístas gobernaban. Creían que Dios había creado el mundo y luego, apartándose, lo había dejado para que marchara por sí solo. Rechazaban la idea de que Dios revela su voluntad a través de su Palabra. Rechazaban la doctrina de la encarnación y la deidad de Cristo. Rechazaban la posibilidad y, aún más, la ocurrencia real de milagros. Habían llegado a “la mayoría de edad”. Los pensadores de la Iluminación y los deístas eran demasiado sofisticados para someterse a algún libro antiguo.

Los filósofos habían afectado la iglesia. En 1727, un grupo de ministros independientes se reunió en Londres para debatir sobre la deidad de Cristo. Ellos eran descendientes directos de los puritanos incondicionales de 1600. Llevaron a votación la deidad de Cristo, y la deidad de Cristo perdió. Estos eran hombres que no deberían haberlo dudado. Capitularon a los caprichos de la época.

Edwards se mantuvo al tanto de estos desarrollos. Él no era un ministro recluido. Tenía los últimos libros y se mantenía al día de las últimas ideas. Entendió a dónde estas ideas llevarían a la iglesia en las colonias americanas. Él puso en guardia a la iglesia. También contempló cómo su congregación podía ser tan fácilmente desviada por los objetivos equivocados. Observó cómo la mundanalidad yacía a la puerta, lista para dominar a aquellos que voluntariamente cedían.

Entonces, él no vivía en una burbuja puritana. Respondió a su cultura y a su congregación. Predicó sermones y escribió libros, todos defendiendo la Biblia.

No estamos históricamente situados en los albores de la Iluminación como lo fue Edwards. Nos encontramos en el ocaso de la Iluminación. Vivimos en los albores de la posmodernidad. Vivimos entre aquellos que rechazan la Biblia. Vivimos entre aquellos que ceden a las garras de la mundanalidad. El pecado también yace a nuestra puerta.

Entonces, ¿qué consejo pastoral ofreció Edwards? Él orientó a su congregación hacia la Biblia. Discutió contra los pensadores de la Iluminación y contra los teólogos deístas basándose ​​en la Biblia. Él se fundó en la Palabra.

Como señaló Edwards, la Biblia es para todas las épocas. No es simplemente la Palabra verdadera para el primer siglo. No es simplemente la Palabra autoritativa para el primer siglo. No es simplemente la Palabra necesaria para el primer siglo. No es simplemente la Palabra adecuada para el primer siglo.

Es la Palabra verdadera, autoritativa, necesaria, clara, y adecuada para todos los siglos, incluyendo el vigésimo primero. Los teólogos a veces se refieren a estos atributos como a los de las Escrituras. Así como los atributos de Dios nos ayudan a aprender acerca de Dios, los atributos de las Escrituras nos ayudan a aprender acerca de las Escrituras. El primer y más importante atributo de las Escrituras es su autoridad. Las Escrituras son autoritativas. Nuevamente escuchamos a Peter Martyr Vermigli recordándonos que todo se reduce a: “Así dice el Señor”. Si las Escrituras son la Palabra de Dios, son autoritativas.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Juana Gervais.
Imagen: Lightstock.
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