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Si pudiéramos retroceder en el tiempo para tener una entrevista con el apóstol Pablo, ¿qué preguntas le haríamos? Tal vez nos gustaría saber cuál fue su aguijón en la carne (2 Co 12:7), quién es el hombre de pecado (2 Ts 2:3-8) o qué significa bautizar por los muertos (1 Co 15:29).

Parece difícil saber cómo Pablo respondería a esas preguntas. Sin embargo, si le pudiéramos preguntar cómo y por qué somos aceptados por Dios, podemos estar seguros de que nos hablaría de la justificación: «Habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios» (Ro 5:1). Él habla sobre esta doctrina en prácticamente todas sus cartas del Nuevo Testamento. Entonces, ¿qué enseña Pablo sobre la justificación? ¿Por qué era tan importante para él y también debe serlo para nosotros?

La justificación es una declaración divina

Cuando el apóstol utiliza la palabra justificar (dikaioō en griego), hace referencia a una declaración judicial o forense por parte de Dios de que se han cumplido las demandas de la ley (p. ej., Ro 3:28; 5:1; Gá 2:16). Es un acto legal y puntual que no tiene que ver con la transformación interior de la persona.

El Catecismo de la Iglesia católica romana dice que la justificación incluye «la santificación y la renovación del hombre interior» (CIC, no. 2019). Pablo creía en estas cosas, pero no las incluía en su descripción de la justificación.

Esto se aprecia cuando Pablo contrasta la justificación con la condenación: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros» (Ro 8:33-34). Estos dos veredictos son emitidos por un Juez que simplemente examina la evidencia, sin primero actuar sobre la persona juzgada para hacerla justa.

La justificación se contrasta con la condenación, no con la corrupción, de modo que indica una acción legal, puntual y externa al ser humano

En el caso de la condenación, Dios no efectúa ningún cambio en la persona convirtiéndola en malvada. El veredicto se da sobre la base de la evidencia ya existente. Lo mismo sucede con la justificación. Cuando Dios justifica, emite una declaración legal sin primero llevar a cabo ningún proceso de renovación en la persona justificada, haciéndola justa.

Dicho de otro modo, en la Biblia la justificación se contrasta con la condenación, no con la corrupción, de modo que indica una acción legal, puntual y externa al ser humano. En otras palabras, no se trata de un proceso de transformación interior en el justificado (cp. Ro 5:16-18; 2 Co 3:9).

No por obras

Este análisis da pie a otra pregunta. Si Dios como Juez justo mira la evidencia de las vidas de los seres humanos rebeldes que hay en el mundo, ¿qué verá? El panorama de la humanidad es muy oscuro (Ro 3:10-12, 23; 6:23). ¿A quién puede Dios justificar?

Podríamos pensar que Dios espera que cada uno trabaje en su propio plan de superación para llegar a ser digno de Su veredicto positivo. No obstante, Pablo dice que la justificación no viene por las obras de la ley (Ro 3:20; Gá 2:15-16).

Algunos han argumentado que, al hacer referencia a las «obras de la ley», Pablo se refiere a obras concretamente judías, tales como la circuncisión, que quedan excluidas de la vida cristiana porque marginan a los gentiles (no judíos). El problema con esta idea es que Pablo también dice que la justificación no es por obras, excluyendo la obediencia en general (Ro 4:2, 5; cp. Ef 2:8-9).

Otros sostienen que lo que Pablo excluye son las obras realizadas con una actitud legalista, como si se intentara poner a Dios en deuda. Sin embargo, Pablo no dice nada de esto, sino que afirma que el problema con las obras es que nadie las cumple de forma suficiente (Ro 3:10-18, 23). Dios exige la perfección (Gá 3:10; 5:6). ¿Quién puede lograrla? Nadie, además de nuestro Señor Jesús.

Por la fe sola

Si no hay justo, ni siquiera uno (Ro 3:10), la justificación necesariamente debe entenderse como un regalo. Pablo explica que la justificación no es merecida por parte del pecador, sino que es un don de Dios que no depende de la colaboración del creyente. Los pecadores llegan a ser aceptados delante de Dios solo por gracia (Ro 3:24; 4:4; 5:15-17; 10:3; Ef 2:8).

Ahora bien, si la justificación es un don, hay que recibirlo. Aquí es donde entra a escena la fe. Para Pablo, la fe es el instrumento mediante el cual se recibe el don de la justicia. El apóstol habla de la justicia que es «por fe» o «a través de la fe» (Ro 1:16, 17; 3:25; 4:3; 5:1; 9:30; 10:5-13; Fil 3:9). Asimismo, la justificación es por la fe sola (Gá 2:16; Ro 4:5).

La fe es indispensable para mantener una buena relación con Dios y es por este motivo que Pablo describe a los cristianos como ‘creyentes’

A pesar de la tradición muy arraigada en el judaísmo de imitar la obediencia de Abraham con el fin de justificarse, Pablo insiste a sus lectores que más bien deben imitar la fe de Abraham si quieren ser justificados (Ro 4:12; Gá 3:9). La fe, por lo tanto, es indispensable para mantener una buena relación con Dios y es por este motivo que Pablo describe a los cristianos como creyentes (Ro 16:15; 1 Ti 4:10).

¿En qué sentido es necesaria la fe? A veces, la fe se considera un tipo de obra. No obstante, esta es una idea errónea. Por un lado, no tendría sentido que Pablo contraste la fe con las obras de una manera clara y repetida, si al final la fe fuera una de ellas. La antítesis entre la dependencia en uno mismo y la dependencia en Dios para la justificación no puede sostenerse si al final la fe de uno mismo nos hace dignos de la aceptación con Dios.

Por otro lado, la fe, para que sirva como base de la justificación, tendría que ser perfecta, porque Dios exige la perfección. No obstante, Pablo indica que la fe no alcanza la perfección en esta vida (2 Co 10:15; Fil 3:12). Por lo tanto, la calidad de la fe no puede ser la base del veredicto divino positivo.

La fe en sí no tiene mérito, sino que es precisamente la actitud humana que mira fuera de sí y clama a Dios: «No puedo salvarme, ¡pero Tú sí!». La fe no es una obra, sino que confía en la obra de Otro. Por lo tanto, la fe sirve más bien como un instrumento. Es como la mano vacía del mendigo que se extiende para recibir el don que se le da.

La imputación

Antes de definir con más precisión cuál es este don que Dios nos da por la fe, resumamos lo que hemos expuesto. Hasta ahora, vimos que Pablo enseña que Dios no declara a personas justas por la rectitud inherente en ellas. Esto no significa que Dios no transforma a los creyentes; Pablo afirma claramente que es así (Ro 6:1-14; 2 Co 3:18; Gá 5:22-23; Col 3:9-10). No obstante, la justicia humana en esta vida carece de perfección (1 Co 4:4-5; Gá 5:16-17) y no tiene valor alguno ante el tribunal divino.

Pablo dice que Dios no justifica a personas buenas, sino a personas «impías» (Ro 4:5), personas que no merecen ser declaradas justas, sino todo lo contrario. ¿Pero no quebranta Dios Su propia justicia al justificar a tales personas (Éx 23:7; Pr 17:15; Is 5:23)? ¿Cómo puede Dios tomar por justo a un pecador? O, dicho de otra manera, ¿cómo puede Dios ser justo mientras justifica al pecador (Ro 3:26)?

Pablo responde a esta pregunta con su enseñanza sobre la imputación (ver Ro 4:1-25; 5:12-19; 1 Co 1:30; 2 Co 5:19-21; 1 Co 1:30). Hay mucho para hablar de este asunto, pero por ahora, podemos decir que Pablo habla de la imputación con relación a la justificación de dos maneras.

La primera tiene que ver con el perdón de los pecados. En Romanos 4, Pablo cita el Salmo 32 que habla de la bienaventuranza de aquellos «cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos» y también menciona al «hombre cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta» (Ro 4:7-8).

La Nueva Biblia de las Américas (NBLA) y otras traducciones en español usan la expresión «tomar en cuenta» (v. 8) para traducir el griego logizomai, una palabra que se usaba en contextos comerciales con el sentido de atribuir algo a la cuenta de alguien, pudiéndose traducir como «imputar». Entonces, no tomar en cuenta los pecados de alguien significa no atribuirlos a su cuenta, lo cual viene a ser un sinónimo de perdón (v. 7). El punto a resaltar aquí es que la no imputación o el perdón de los pecados forma parte de la explicación de lo que significa decir que Dios «justifica al impío» (v. 5).

En segundo lugar, Pablo también dice que el creyente es hecho «justicia de Dios en [Cristo]» (2 Co 5:21). ¿Qué significa esto? No está diciendo que el creyente es transformado en justo. Lo sabemos, en parte, por el paralelo con la primera mitad del versículo que dice que Dios hizo a Cristo pecado por nosotros. Esto significa que Cristo fue hecho un sacrificio por nuestro pecado. Aunque no se usa la palabra imputar aquí, queda claro que es lo que Pablo tenía en mente. A Cristo le fue atribuida una culpa que no era propia y, al morir como sacrificio en la cruz, fue tratado como el creyente merece ser castigado por su pecado. Nuestro pecado le fue imputado a Jesús.

Cuando Dios mira al creyente unido con Cristo por la fe, lo que ve no es su culpa, sino los merecimientos perfectos de Su Hijo

En cambio, al creyente se le atribuye una justicia que no es propiamente suya. Precisamente recibe el trato que Cristo merece por Su obediencia perfecta, que es la participación en la nueva creación (v. 17). Dicho de otra manera, cuando Dios mira al creyente unido con Cristo por la fe, lo que ve no es su culpa, sino los merecimientos perfectos de Su Hijo. Esto le permite declarar al creyente justo, digno de estar ante Su presencia y merecedor del premio celestial. La justicia de Cristo imputada al creyente forma parte del don que se recibe por fe (Ro 5:17).

La justificación por la fe en Cristo

Si pudiéramos preguntarle a Pablo cómo el ser humano pecador puede ser aceptado por Dios, sin duda que nos hablaría de la justificación. Pablo nos dice que Dios declara justas a las personas no por sus obras, sino por la fe. Nos explica que Dios sostiene Su justicia al declararnos justos gracias al don del perdón y la imputación de la justicia de Cristo.

Si crees en Jesús, Dios te ve justo en Él y te acepta en Su presencia como si no hubieses pecado, como si hubieses obedecido perfectamente toda tu vida. ¡Esto tiene múltiples implicaciones prácticas para tu vida! Por ahora, considera solo una: tu manera de presentarte delante de Dios.

La justificación por la fe sola te permite reconocer con total honestidad lo lejos que estás de la perfección que Dios exige y, por tanto, venir a Él con humildad. Y, a la vez, te da una esperanza sólida y aliento para vivir la vida cristiana, ya que tu destino no depende de ti, sino de tu Salvador perfecto.

¡Confía en Cristo! Su justificación a tu favor es el único fundamento firme para tu vida.

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