Si eres cristiano y eres madre o padre, sin duda tienes pocas prioridades más urgentes que la salvación de tus hijos. Cuando mis hijos eran pequeños, sentía el peso de esta carga constante.
Hace unas semanas, redescubrí una fotografía que le había tomado a uno de mis hijos cuando tenía casi seis años. Estaba vestido con una chaqueta azul de mezclilla y parado en el porche delantero de nuestra casa, con el pasto detrás de él que casi brillaba con el verde de los inicios de la primavera. Mi hijo estaba radiante. Acababa de volver de jugar con sus amigos en el parque del vecindario, a una cuadra de nuestra casa. Me contó que, mientras estaba allí, le había pedido a Jesús que lo salvara. Yo estaba emocionado y, al parecer, también tomé algunas fotografías. La fecha que aparece en las fotos es el 17 de abril.
Más de un mes antes, mi esposa notó algo similar. El 11 de marzo, ella había escrito una de las oraciones de nuestro hijo. Después de que nuestra familia había terminado un breve tiempo juntos en la Palabra de Dios, nuestro hijo oró: «Dios, muchas gracias por permitir que Jesús muriera en la cruz y tomara el castigo que nosotros merecíamos».
No sé cuándo mi hijo se hizo cristiano. Él recuerda una serie de acontecimientos totalmente diferentes. Sin embargo, me encanta reflexionar sobre esta oración y esta fotografía. Significan mucho para mí, y con razón.
Guiar a nuestros hijos hacia Jesús es parte de la crianza cristiana. Pero ahora creo que mi sensación de carga estaba en el lugar equivocado. Malinterpreté lo que la Biblia enseña sobre la salvación de mis hijos.
Iniciando la carrera
Como padres cristianos, somos responsables de criar a nuestros hijos en el Señor (Ef 6:4). Queremos que se conviertan en cristianos. Queremos que le pidan a Jesús que los salve de sus pecados.
La Biblia dice que «todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo» (Ro 10:13). El apóstol Pablo invocó al Señor (Hch 22:16). También lo hizo el pecador recaudador de impuestos en el templo, y se fue a su casa justificado (Lc 18:9-14).
Para terminar la carrera cristiana, hay que comenzar. La salvación viene a aquellos que confiesan con su boca a Jesús por Señor, y creen en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos (Ro 10:9). El contenido de esta confesión suena similar a lo largo de las páginas de la Palabra de Dios: me aparto de mi pecado y confío en el Salvador. La conversión tiene dos mitades, dos caras de la misma moneda: el arrepentimiento y la fe (Mr 1:15; Hch 20:21; 26:20; 1 Ts 1:9).
La conversión tiene dos mitades, dos caras de la misma moneda: el arrepentimiento y la fe
Como padres, queremos saber que nuestros hijos en verdad son salvos y están seguros en los brazos del Señor. Queremos que nuestros hijos se acerquen a la línea de salida y comiencen la larga carrera de la fe. Queremos saber que, a pesar de que el mes pasado los invitamos a confiar en Cristo para su salvación, ahora podemos invitarlos a vivir como cristianos perdonados. Sin embargo, la Biblia presenta una perspectiva diferente.
Aprendiendo a correr
El arrepentimiento y la fe, las dos mitades de la conversión, no solo marcan el punto de partida de la vida cristiana. Son la cadencia que marca cada zancada de esa carrera.
Los seguidores de Jesús siempre se apartan de sus pecados y se vuelven hacia el Salvador. Con la misma frecuencia con la que oramos por el pan de cada día, también debemos pedir perdón por nuestros pecados (Mt 6:11-12; Lc 11:3-4). Los apóstoles enseñaron que invocar el nombre del Señor Jesucristo era un patrón común de todos los creyentes (1 Co 1:2). Además, Juan 1:12 dice que todos los que recibieron a Jesús como Salvador (en el pasado) deben seguir creyendo en Su nombre (en el presente).
Como escribe Martín Lutero: «Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Arrepiéntanse” (Mt 4:17), quiso que toda la vida de los creyentes fuera una vida de arrepentimiento». No comenzamos la vida cristiana por la fe y luego la dejamos atrás en favor de la autodisciplina. Tampoco superamos la necesidad diaria de arrepentimiento. Nuestras vidas deben estar marcadas por «obras dignas de arrepentimiento» (Hch 26:20). La fe y el arrepentimiento continuos dan autenticidad a una vida espiritual que comenzó en la conversión. Según las Escrituras, la fe y el arrepentimiento son patrones cotidianos y de por vida para un cristiano.
Así que, en lugar de intentar dirigir a tus hijos hacia la línea de salida, ¿por qué no los invitas simplemente a correr? Cuando tu hijo de tres años se niegue a obedecer, hagas lo que hagas, intenta decirle algo como esto:
Desobedecer a mamá y papá es pecado. Y cuando pecas, estás desobedeciendo a Dios. Digámosle a Dios que lo sentimos y pidámosle que nos perdone. Él envió a Jesús para quitar nuestro pecado. Pidámosle que cambie tu corazón para que quieras obedecer.
Luego, guía a tu hijo a orar por un corazón que quiera confiar en Jesús y obedecerlo.
Enfoque en el premio
Es posible que tu hijo de tres años no entienda todo lo que le dices. Pero le estás enseñando que hay un Dios, que este Dios tiene leyes y espera obediencia, y que este Dios ha enviado a Su Hijo para proveer el perdón a quienes se vuelven a Él. Le estás enseñando la fe y el arrepentimiento, que deberían dar fruto en forma de una nueva obediencia. Como padres, cultivamos el terreno del corazón de nuestros hijos sembrando las semillas de la verdad y el amor de Dios, y oramos para que el Espíritu Santo produzca vida.
Como padres, cultivamos el terreno del corazón de nuestros hijos sembrando la verdad y el amor de Dios, y oramos para que el Espíritu Santo produzca vida
No existe una fórmula mágica para llevar a los hijos a Cristo. Sin embargo, gracias a la bondad misericordiosa de Dios, tus hijos pueden pasar de la oscuridad a la luz. Entonces, en algún momento, deberían reconocer públicamente su fe en Cristo.
Entonces, sí, es importante que tus hijos invoquen al Señor. Pero no es importante que sepas la fecha exacta en que comienzan. No les estás enseñando cómo ser salvos; les estás enseñando cómo arrepentirse y creer. En última instancia, no los estás entrenando para que simplemente comiencen la vida cristiana, sino para que terminen su carrera. Mientras tanto, puedes invitarlos a correr esa carrera —día a día, de manera imperfecta y por Su gracia— hasta el final.