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La Biblia enseña que todas las cosas son de Dios, son sostenidas por Dios y existen para Dios (Ro 11:36). Eso incluye a los seres humanos. Esa verdad debería moldear tu identidad. ¿Qué significa que tú existes y fuiste creado por Dios y para Dios? Significa que, en lo más profundo de tu identidad, eres un adorador.

No me malentiendas, no me refiero a que fuiste creado específicamente para ser un músico, tocar un instrumento o dirigir el coro de la iglesia. Más bien, fuiste creado para adorar a Dios en todo lo que haces. Para que, ya sea que comas, o bebas, o hagas cualquier otra cosa, lo hagas para Su gloria (1 Co 10:31). Eres un adorador en el sentido más puro y esencial de esa palabra y dependemos completamente de Dios para vivir según nuestro diseño. Tal como dijo C. S. Lewis:

Dios nos hizo: nos inventó como el hombre inventa un motor. Un automóvil está hecho para funcionar con gasolina y no funcionaría correctamente con otra cosa. Así mismo, Dios diseñó la máquina humana para que funcionara solo con Él. Él mismo es el combustible que nuestros espíritus fueron diseñados para quemar, o el alimento del que nuestros espíritus fueron diseñados para alimentarse. No hay otro. Por eso… Dios no puede darnos una felicidad y una paz aparte de Él mismo, porque no está ahí. No existe tal cosa.[1]

La raíz de tus miserias

Si la adoración al Dios verdadero es la única fuente que puede saciar nuestra alma sedienta, entonces, por consecuencia, la razón de todas nuestras angustias y miserias provienen de fallar en la adoración bíblica y verdadera.

Por eso el apóstol Pablo escribe: «por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios…» (Ro 3:23). Allí yace la miseria y condenación del pecador. Fuimos creados para la gloria de Dios y no la hemos alcanzado por nuestro pecado. Tal como comenta el estudioso bíblico Thomas Schreiner sobre este versículo, «el pecado fundamental de ambos, gentiles y judíos, es la idolatría».[2]

La razón de todas nuestras angustias y miserias provienen de fallar en la adoración bíblica y verdadera

Así como el pez fue creado para estar en el agua, y cuando es puesto en el suelo seco va muriendo lentamente en desesperación, así mismo el ser humano sin Dios es miserable en esta vida. Va muriendo poco a poco, porque fue hecho para estar sumergido en la presencia de Dios —disfrutando de Su santidad y amándolo— pero ahora mismo se halla exiliado.

De esto hablaba el profeta cuando escribía las inolvidables palabras de Dios: «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jr 2:13).

La felicidad del ser humano

Por muchos años he considerado, leído y recitado las antiguas palabras de Anselmo de Canterbury (1033-1109), quien meditando en la condición del ser humano caído, escribió un lamento poético que nunca he podido olvidar:

¡Oh, mísera suerte del hombre cuando perdió aquello para lo que fue creado!, ¡Oh, duro y funesto suceso aquel! ¡Ay! ¿Qué perdió y qué encontró? ¿De qué se le privó y qué le ha quedado? Perdió la felicidad para la que fue hecho, y encontró la miseria para la que no fue hecho. Perdió aquello sin lo cual nadie es feliz, y le quedó aquello por lo cual no es sino mísero. Entonces comía el hombre el pan de los ángeles, del que ahora está hambriento; ahora come el pan de los dolores, que entonces desconocía. ¡Ay, público luto de los hombres! ¡Universal llanto de los hijos de Adán! Este nadaba en la abundancia, nosotros suspiramos hambrientos. Él era rico, nosotros mendigamos. Él era feliz y se extravió miseramente; nosotros carecemos infelizmente y miserablemente deseamos, y ¡ay! en el vacío permanecemos. ¿Por qué él, que pudo hacerlo con facilidad, no nos guardó aquello de que tan lamentablemente carecemos? ¿Por qué nos privó de la luz y nos llevó a las tinieblas? ¿Para qué nos quitó la vida y nos causó la muerte? ¡Desgraciados! ¡De dónde hemos sido expulsados, a dónde arrojados! ¡De dónde precipitados, en dónde enterrados! De la patria al exilio; de la visión de Dios a nuestra ceguera; de la alegría de la inmortalidad, a la amargura y al horror de la muerte. Miserable mutación de tan gran bien a tan gran mal. Grave daño, grave dolor, grave todo.[3]

El sumergirse en los deleites de Dios… El vivir para Dios… Esa es la felicidad del ser humano

El lamento de Anselmo es una de las mejores expresiones de desesperación humana que conozco. Él reconoce la condición miserable e insoportable del ser humano caído que no tiene en su alma lo que más necesita: la adoración pura que se deleita al ver a Dios.

El ver a Dios… El sumergirse en los deleites de Dios… El vivir para Dios… Esa es la felicidad del ser humano. «Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del SEÑOR Y para meditar en Su templo» (Sal 27:4).

Te invito a adorar

Mientras Anselmo lamenta la condición del hombre caído, los pecadores redimidos por Cristo podemos meditar en sus palabras y reconocer algo de ese dolor en nuestras propias almas cada vez que descuidamos la adoración. Cada vez que esto sucede, nuestras almas recuerdan el profundo dolor que sobrellevaban en su condición anterior, antes de conocer a su Redentor.

Por eso hoy te invito a que te encuentres con Dios, y «cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto» (Mt 6:6). Te invito a que abraces tu identidad como un adorador en todo lo que hagas, porque esa debe ser la prioridad principal del cristiano, y allí se encuentra su gozo más profundo. Te invito a que digas con todo tu corazón, ¡Viviré para adorarle!


[1] C. S. Lewis, Mere Christianity (New York: Macmillan, 1952), 54.
[2] Thomas R. Schreiner, Romans, Second edition, Baker Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids, Michigan: Baker Academic, 2018), 195.
[3] Anselmo, Manuel Fuentes Benot, and Ángel J Cappelletti, Proslogion; Sobre la verdad (Barcelona: Orbis, 1984).
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