¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Dios en el torbellino: Cómo el amor santo de Dios reorienta nuestro mundo (Andamio, 2016), de David F. Wells.

Nada es más importante para nuestra comprensión de la adoración que esto: venimos al Señor, no porque sea idea nuestra el hacerlo, o primeramente porque necesitemos hacerlo, o incluso porque nos guste hacerlo, sino porque primero Él vino a nosotros. La adoración es nuestra respuesta a lo que Él ha hecho.

Desde luego la adoración puede tener sus beneficios. Sin embargo, no consiste primordialmente en que hallemos consuelo, inspiración, conexiones sociales o ser entretenidos, sino en adoración y alabanza dirigidas a Dios sencillamente por quién es Dios y lo que Él ha hecho. La alabanza pierde su autenticidad cuando pasa a girar más en torno al adorador que en el Dios que es adorado.

La alabanza pierde su autenticidad cuando pasa a girar más en torno al adorador que en el Dios que es adorado.

Este principio fue establecido muy temprano en la vida de Israel. Dios prescribió cómo debería uno acercarse a Él para adorarlo. Si estas condiciones se cumplían, Él prometió: “Habitaré entre los Israelitas, y seré su Dios. Y conocerán que Yo soy el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto para morar Yo en medio de ellos. Yo soy el Señor su Dios” (Éx. 29:45). Posteriormente, el Templo fue construido de acuerdo con las instrucciones de Dios, para ser el lugar donde Él se encontraría de manera única con su pueblo. Pero sucedió que su pueblo se dividió en dos tras el reinado de Salomón. Fue el juicio de Dios sobre Salomón (1 R. 11:9-13).

Jeroboam entonces estableció lugares rivales de adoración en el reino del Norte. Temía que si el pueblo fuera al Sur, a Jerusalén, a adorar, perdería el control sobre sus súbditos (1 R. 12:25-33). En las acciones de Jeroboam vemos el prototipo de la religión de elaboración propia alcanzando su más completo desarrollo. Él había “inventado” esta estrategia, se nos dice, “de su propio corazón” (1 R. 12:33 RVR60). Era una respuesta, no a Dios del modo en que Él se había revelado, sino a la necesidad. En este caso, era la necesidad política de Jeroboam.

A partir de entonces, a los reyes del Norte se los juzgaba moralmente dependiendo de si perpetuaban esta religión de elaboración humana, esta idolatría, o no. Muchos fueron los daños que se produjeron en consecuencia. Jehú “no se apartó de los pecados con que Jeroboam hizo pecar a los israelitas” (2 R. 13:2 NVI); el hijo de Joás, otro Jeroboam, “no se apartó de ninguno de los pecados” de Jeroboam (2 R. 14:24 NVI). Finalmente, los israelitas imitaron todos los pecados de Jeroboam hasta el tiempo del exilio, en el que “el Señor quitó a Israel de su presencia” (2 R. 17:22-23).

La verdadera adoración es la adoración al Dios uno y trino, y esa adoración puede surgir solo de parte de personas redimidas

Es aquí donde debemos empezar. Comenzamos con Dios y no con nosotros mismos; con su realidad y no con nuestras necesidades. Sin su acción primera, enraizada en sus eternos consejos e implicando al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, no podríamos acudir. No acudiríamos. Por lo menos, no vendríamos a adorarle a Él. Podríamos adorar, como muchos en el mundo, pero no estaríamos adorando al Dios uno y trino. Podría tratarse de adoración a los ídolos, o a las fuerzas de la naturaleza, o, como en Occidente, al “yo”. Pero la verdadera adoración es la adoración al Dios uno y trino, y esa adoración puede surgir solo de parte de personas redimidas, y es únicamente aceptable si es acorde con la revelación que Dios ha dado de sí mismo en la Escritura.

Cuando comenzamos con el Dios que es objetivo con respecto a nosotros, y cuando lo hacemos desde “arriba”, nuestra adoración es diferente de lo que nuestra cultura nos inclinaría a hacer. Es el punto de partida el que marca esta diferencia. La adoración bíblica es al Dios que está fuera de nosotros, ante quien venimos. Reconocemos quién es Él antes de que pensemos en lo que necesitamos o queremos. Y conocerle a Él en nuestra adoración es, necesariamente, conocerle en su carácter, y por lo que ha hecho en la historia de la redención.

La adoración debe centrarse en lo que conocemos de Dios en su santo amor. Debe volver a Él y debe celebrar las obras de su santo amor. Esto mismo, a fin de cuentas, será la canción eterna (Ap. 5:9-10; 7:15-17; 19:6-8).


Imagen: Lightstock.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando