Amós 6-9 y Apocalipsis 3-4
“El Señor omnipotente me mostró en una visión una canasta de fruta madura, y me preguntó:
—¿Qué ves, Amós?
—Una canasta de fruta madura —respondí.
Entonces el Señor me dijo:
—Ha llegado el tiempo de que Israel caiga como fruta madura; no volveré a perdonarlo”
(Amós 8:1-2*).
Creo que ya nadie en su sano juicio se atrevería a decir en público la tan desgastada y conocida frase: “Todo tiempo pasado fue mejor”. La verdad es que ya nadie quiere pertenecer a un pasado que sea mayor a dos años atrás. Todos queremos ser los frescos y lozanos “forever young”. Notables adelantos científicos han provisto una serie de medicamentos antioxidantes y vigorizantes, cremas reductoras, rejuvenecedoras, humectantes, sin dejar de contar las cada vez más comunes operaciones de “renovación” física, quitando de aquí y poniendo por allá todo lo que haga falta o esté sobrando.
Recuerdo un comercial de Pepsi que decía: “Ha llegado la hora de Pepsi… para la gente con gusto joven. Para quienes piensan en joven. Las reuniones son ahora informales, más divertidas. Reflejan el nuevo modo de vida. A esto se le llama pensar en joven. Vale la pena vivir con Pepsi, con su sabor ligero, limpio, vigorizante. Piense en joven… Diga: ‘Yo, Pepsi, por favor’”. Todo lo novedoso y único de la juventud está reflejado en este anuncio. Creo que muchos jóvenes, y otros con el corazón joven, se identifican con la informalidad, la renovación, la alegría, y el espíritu festivo de la adolescencia.
Sin embargo, este es un anuncio que identificó a los que fueron jóvenes durante la primera mitad de los años 50 del siglo pasado. Creo que ellos ya no son tan jóvenes hoy día. La única que quedó joven es Pepsi, que todavía sigue teniendo el mismo discurso atractivo. Recuerdo cuando Britney Spears era su rostro ancla a finales del siglo XX. Ella declaraba en sus canciones que no era una niña pero tampoco una mujer. No había nacido todavía en la primera mitad de los cincuenta, y de seguro sus padres eran solo unos niños durante esos días. La juventud se renueva muy rápidamente. El paso inexorable del tiempo es efectivo y solo podemos sacarle provecho a medida que aprendamos a vivir con él y no que intentemos tapar el sol con un dedo.
El profeta Amós ilustra a Israel como un canastillo de fruta de verano. Imaginemos algunos frutos de las tierras bíblicas: Higos, manzanas, y algunos racimos de uvas. En su mejor momento la fruta es de un color llamativo y vivo, su textura es suave y delicada, y tienen un aroma sugerente y delicioso. Pero todas esas delicadas virtudes no duran para siempre. Toda su hermosura, frescura, y riqueza alimenticia es de corta duración. Si no se le consume a tiempo, se empieza a consumir a sí misma desde dentro, pudriéndose en su interior y en poco tiempo solo sirve para ser tirada a la basura. En el mismo sentido, todas sus virtudes no son para ellas mismas, sino para llamar la atención de otros que obtendrán sus beneficios. Solo producirán un placer visual al ser observadas, pero producirán “vida” al ser consumidas.
Imagino que quienes estamos leyendo esto hemos alcanzado un período de preciosa madurez o estamos en lo mejor del proceso. Así como en el fruto maduro, nos gozamos en las cosas que hemos conseguido, en lo saludable de nuestra condición, y en lo provechosa que ha sido nuestra vida a lo largo del tiempo. Sin embargo, cuando estas cosas se vuelven un fin en sí mismas, dejamos de pensar en que todo lo que hemos alcanzado solo es útil si otros también disfrutan de lo que hemos alcanzado. Dejamos de pensar que el ideal es que nuestra vida pueda estar al servicio de los demás, y que tanto esfuerzo personal no solo es para gratificarnos frente al espejo, sino más bien para que muchos tomen un poco de nosotros y les sea también de provecho.
Conozco mucha gente hermosa como una bella fruta de estación, pero que no se dejan consumir por nadie. Quieren estar siempre en el centro del canasto, demostrando sus brillantes colores y su bello aroma, pero no permiten que nadie los toque y menos que se atrevan a tomar algo de ellos. El problema es que no se dan cuenta de que la pudrición ha empezado desde su mismos corazones y que pronto sus tan brillantes y delicadas cáscaras se arrugarán, perderán su aroma dulce y, cuando menos se den cuenta, tendrán un terrible olor agrio a muerte.
Los grandes dramas de los inquilinos de este pequeño planeta azul son, en gran medida, producto de nuestro innato egoísmo y de nuestra incapacidad de reconocer que nos debemos unos a otros. El mismo Amós lo declara: “Ustedes buscan achicar la medida y aumentar el precio, falsear las balanzas y vender los deshechos del trigo, comprar al desvalido por dinero, y al necesitado, por un par de sandalias. Jura el SEÑOR por el orgullo de Jacob: ‘Jamás olvidaré nada de lo que han hecho’” (Am. 8:5b-7). Finalmente, la fruta que cae en un narcisismo vano, no solo no se dejará tocar, sino que creerá que es la única que lo merece todo, por lo que justificará sus egoísmos y ambiciones basándose en su absurda importancia.
Nadie ha dicho que dejarse consumir sea fácil. Debemos aprender a ser desprendidos y dejar que otros puedan tomar de lo mejor de nosotros. Para lograrlo, debemos ser conscientes de nuestra temporalidad y no ser pasivos, como quien espera que vengan por uno, sino tener un sentido de urgencia buscando entregar lo mejor que tengamos a los más que podamos. Ya no disfrutaremos observando nuestra imagen en el espejo, o mirando las fotos de nuestro pasado glorioso, sino viendo en los demás lo poco o lo mucho que pudimos dejarles.
Vivimos en una sociedad tan marcadamente egoísta que creo que más es la fruta que va a la basura que la que sirve de provecho. Lo lamentable no es la falta de oportunidades para entregar, sino el escaso deseo de dar de lo nuestro a los demás. Debemos volver a reconocernos como criaturas de Dios, transformados por la obra de Jesucristo, recreados por Él para servirle y honrarle con nuestra entrega porque finalmente es lo mismo que hizo nuestro Señor Jesucristo por nosotros. Así lo observó Juan, el apóstol, en su visión de los veinticuatro ancianos que se postraron ante el trono de Dios diciendo: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).
Te has hecho alguna vez esta pregunta: ¿Para qué fui creado? Encuentra tu propia utilidad en la respuesta, y entrégate para que otros puedan disfrutar de lo que Dios te dio para otorgar.
*Las citas bíblicas de esta reflexión están tomadas de la NVI.