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«La belleza está en los ojos del observador», dice una frase famosa para argumentar que aquello que alguien llama «hermoso», otra persona podría no considerarlo de la misma manera. Algo similar sucede con la palabra «éxito», pues la definición de este concepto varía de persona a persona, cultura a cultura y generación a generación.

Pensando en esto, ¿qué es el éxito para los cristianos? ¿Cómo podríamos definirlo?

El éxito cuando lo definimos nosotros 

En su libro Desiring the Kingdom [Deseando el reino], James K. A. Smith habla del concepto de «la vida buena», que también puede entenderse como «la vida exitosa». Para Smith, la vida buena se refiere a esa visión que tenemos en el corazón de cómo luce una persona cuando prospera y florece.

La premisa del libro es que esa visión influye en las decisiones que tomamos todos los días (p. 27). Cada persona, dependiendo de su contexto y sus prácticas cotidianas, desarrolla una imagen de cómo sería una vida buena, próspera y exitosa, y procura moverse en esa dirección.

Por lo general, esa visión incluye una combinación de los siguientes elementos: ser el mejor en una área específica, tener una familia, alcanzar una buena posición económica, ser reconocido por la comunidad, obtener títulos académicos destacados, entre otros logros.

Los cristianos también solemos construir nuestra propia visión de éxito. Por ejemplo, durante mi adolescencia, recuerdo haber visto a muchas mujeres conferencistas compartir la Palabra de Dios. Con el tiempo, esa versión del ministerio se convirtió en mi definición personal de éxito. Sentía que si lograba subir a una plataforma y compartir un mensaje de la Biblia ante miles de personas, entonces habría alcanzado mi plenitud en esta tierra. Creía que si el Señor me usaba para inspirar a otros a través de una conferencia, entonces mi vida sería exitosa y tendría significado.

Algunos creyentes pueden creer que el éxito es tener hijos con buen testimonio en la congregación, acumular más conocimiento de la Biblia que los demás o acceder a una educación teológica en un seminario prestigioso. Para otros podría ser convertirse en un conferencista, un escritor de libros, un líder de alabanza famoso o un influencer cristiano, entre otros objetivos.

El éxito está en cumplir con lo que Dios te ha encomendado, aún cuando no se vea exitoso ante los ojos de los demás o, incluso, ante tus propios ojos

Aunque estas cosas no son malas en sí mismas, los cristianos podemos caer en el error de asumir que si seguimos a Cristo, Él nos otorgará el tipo de éxito que hemos definido en nuestros propios términos.

Por supuesto, no estoy tratando de decir que nuestra visión de lo que queremos siempre se contradice con la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dios ha querido que algunos de Sus hijos tengan un ministerio reconocido, bienestar económico y puedan formar una familia. También, en las Escrituras, vemos muchos ejemplos de hombres y mujeres a quienes Dios les concedió cierto éxito, ya sea en la forma de hijos (Gn 21:2-12; Lc 1:24-25), victorias militares (1 S 14:6-23; 17:50), provisión económica (Gn 13:2; 26:12), posiciones prominentes (Dt 26:7; 1 S 16:1, 12-13) e incluso fama (2 S 7:9).

Sin embargo, para los creyentes, las bendiciones terrenales (¡incluso las que parezcan piadosas!) no deben constituir una definición de éxito y debemos evitar a toda costa caer en la trampa de definir el éxito al margen de Dios y de Su Palabra.

El éxito definido por Dios 

El libro de Eclesiastés, que describe la frustrada búsqueda de la felicidad de un rey que aparentemente lo tenía todo, concluye en que el todo del ser humano es temer a Dios y cumplir con Sus mandamientos (Ec 12:13), incluso si eso a veces lo hace ver menos exitoso a ojos humanos.

Esto es algo que aprendí cuando era una estudiante soltera en el seminario y la mayoría de mis compañeros estaban casados, lo que implicaba que, delante del Señor, su responsabilidad principal no eran sus estudios o su ministerio, sino sus familias.

Aunque el seminario es un lugar donde los cristianos se entrenan para servir, el sistema funciona con calificaciones, redacción de trabajos escritos, lectura de libros; y, por tanto, requiere mucho sacrificio y horas de desvelo. Mis compañeros de clase, con el apoyo de sus familias, sabían que el Señor los había llamado a capacitarse de esa manera; sin embargo, enfrentaban la tentación de enfocarse excesivamente en el éxito académico, medido por las calificaciones, al punto de descuidar a sus familias.

Un profesor del primer semestre nos dio un consejo valioso que me quedó grabado: «Analiza en qué etapa de tu vida estás y organiza tus prioridades como Dios lo desea. Si para obedecer el llamado de Dios de cuidar a tu familia, necesitas sacar en esta clase una B en vez de una A, entonces sacar una A sería desobedecer a Dios. Haz lo que Dios quiere que hagas».

La lección de mi profesor fue clara: el éxito está en cumplir con lo que Dios te ha encomendado, aún cuando no se vea exitoso ante los ojos de los demás o, incluso, ante tus propios ojos.

Esta es justamente la razón por la que muchos creyentes, que han entendido cuál es el verdadero éxito, se van al campo misionero a pesar del desafío económico que pueda significar. Otros se comprometen con ministerios que no representan una plataforma que les otorgue popularidad, pero que cumplen con el llamado de Dios para sus vidas. Es también el motivo por el que creyentes escriben libros que no serán «los más populares del mercado», pero que reflejan lo que el Señor les ha pedido compartir.

La vida exitosa del creyente consiste en glorificar a Dios al obedecer Su voluntad y vivir para Él, sin importar los resultados materiales que esto traiga

Para el cristiano, el éxito siempre debe entenderse en relación con la voluntad de Dios reflejada en Su Palabra, para discernir las buenas obras que Él preparó de antemano para que andemos en ellas (cp. Ef 2:10). La vida exitosa del creyente consiste en glorificar a Dios al obedecer Su voluntad y vivir para Él, sin importar los resultados materiales que esto traiga.

Por supuesto, esto no significa que los creyentes nunca reciben beneficios materiales y tangibles en su andar con el Señor. Más bien, significa que no buscan estas cosas, sino que buscan amar y obedecer a Dios en primer lugar (cp. Mt 6:33).

Vivir para Dios

Como dije más arriba, para algunos cristianos hacer la voluntad de Dios les permitirá tener oportunidades que el mundo llamaría «importantes». La diferencia está en que el corazón del cristiano va tras Dios y no tras estas oportunidades de éxito y renombre.

La principal ocupación del creyente no es «¿Cómo puedo alcanzar el éxito?», pues lo que sea que eso signifique para el mundo, Cristo nos ha hecho libres de esos estándares (cp. Gá 2:20). Ahora, por medio de la renovación de Su Espíritu podemos preguntarnos: «¿Cómo puedo cumplir con la voluntad de Dios para mi vida?».

El creyente sabe que el éxito no está en las retribuciones materiales, posiciones ministeriales o en la reputación de grandeza que pueda lograr. Sin Cristo, buscamos esas cosas todo el tiempo y terminamos ampliamente decepcionados. En cambio, como cristianos, caminamos con la certeza de que la vida exitosa consiste en agradar a Aquel que nos llamó y en saber que Él cuida de nosotros (1 P 5:7).

Por tanto, no hace falta perseguir los sueños que el mundo atesora, sino perseguir la voluntad de Dios, sin importar que sea vea importante o insignificante a ojos del mundo. Vivir de esa manera nos permitirá experimentar la satisfacción que tanto anhela nuestro corazón, esa que viene de amar y obedecer a Dios por medio del poder de Su Espíritu y de estar satisfechos en Él.

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