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¿Recuerdas a Eva? Quizá lo primero que se te viene a la cabeza es la imagen de un árbol en la mitad del jardín del Edén, con una serpiente colgando cerca y mirando fijamente mientras una mujer toma de un fruto que le fue prohibido. Después de eso, el desastre.

No es una forma linda de ser recordada, ¿cierto?

Lamentablemente, esto es parte de la historia de Eva relatada en los tres primeros capítulos de Génesis. Sin embargo (¡y gracias a Dios!), eso no es todo acerca de ella.

Como verás, su vida tiene mucho para enseñarnos, más allá de la explicación sobre cómo entró el pecado y la muerte a nuestro mundo.

La historia antes de la caída: sumisión y ayuda idónea

Génesis 1:26-27 nos da la primera información acerca de Eva, ¡y es una muy importante!

“Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó’”.

Génesis 1 comienza con la narrativa de la creación de manera general. Allí se nos muestra el origen del universo y se detalla cómo fueron creadas todas las cosas en nuestro planeta, incluyendo al ser humano, varón y hembra (v. 27).

Pero hay algo diferente en ellos: ambos fueron hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto no solo le otorgó al ser humano una dignidad diferente respecto al resto de la creación, sino que puso al hombre y a la mujer en una condición de igualdad entre ellos dos delante de Dios: tanto él como ella tienen el mismo valor y la misma dignidad. Ambos habrían de representar a Dios en la tierra. Ninguno era más que el otro. Esto dice mucho sobre Eva y nosotras.

El capítulo 2 tiene más detalles sobre la creación de Eva. En el versículo 18 vemos que, antes de formarla, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea”. La mujer tiene un propósito: ser ayuda idónea para el hombre. Esto muestra que, aunque las mujeres tenemos igual dignidad que los hombres, tenemos un rol diferente y específico.

Este rol no es menos importante. De hecho, la palabra hebrea que se usa para ayuda idónea, ezer, se usa únicamente para describir a Dios como nuestro ayudador. Puedes ver esto, por ejemplo, en Éxodo 18:4 y en varios salmos (Sal. 10:14; 20:2; 33:20; 70:5; 72:12-14;86:17).

¡Cuán misericordioso es nuestro Señor, que proveyó un camino a través de la simiente de Eva para regresar a Él!

Como ayuda idónea, Eva y aquellas que estamos casadas estamos llamadas a ser escudo, protección, y consuelo para nuestros esposos. ¡Nuestra vida tiene un propósito hermoso!

Hay un detalle más para notar. Dios estableció que el hombre fuera la cabeza del hogar, quien llevara el liderazgo, ya que de él fue formada la mujer. De aquí se desprende la sumisión bíblica: la mujer debe someterse a la autoridad del hombre de tal manera que su función como ayuda idónea pueda florecer. 1 Pedro 3:1-6 nos muestra cómo la sujeción a nuestros esposos puede significar mucho para nuestros hogares.

Por supuesto, todo lo que Dios había creado era bueno. El hecho de que Eva cumpliera su papel traía bendiciones gratas sobre su vida y matrimonio: “Y estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25). Imagina tener un hogar libre de pecado, en perfecta armonía, sin peleas, rencores, y vergüenza alguna. ¡Es el escenario ideal!

La caída: una historia común y una gracia inmerecida

No puedo evitar sentirme completamente inadecuada cuando observo todo aquello para lo que fuimos creadas las mujeres, especialmente ahora que estoy embarazada y mis hormonas juegan un papel importante en mi día a día. Sé que quizá sientes lo mismo mientras lees estas palabras.

El capítulo 3 de Génesis muestra dónde empezó esta lucha contra nuestra identidad. Desde el versículo 1 vemos que Satanás desea apartarnos de nuestro rol. Su estrategia es poner en duda la verdad de Dios. “¿Conque Dios les ha dicho: ‘No comeréis de ningún árbol del huerto?’” (Gn 3:1).

Eva responde escuchando atentamente la mentira del enemigo. En lugar de evaluarla a la luz de lo que Dios había dicho, decide hacerlo a la luz de sus propios deseos. Ella entonces se hace cabeza de su hogar y toma la decisión de comer del fruto prohibido, empujando incluso a su marido a pecar con ella. El resultado es dolor, acusación, separación, y vergüenza. ¿Cuántas de nosotras hemos tenido que sufrir las consecuencias de hacer lo mismo que Eva?

Pero Dios, en su plan eterno, había decidido que las cosas no terminarían allí. Aunque el hombre y la mujer se esconden de Dios, Él viene a ellos, los llama, y hace una promesa de vida en sus palabras contra la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).

La historia de Eva es una historia de gracia. Esta misma gracia es ofrecida a nosotras en Jesús.

Dios promete un salvador, un hijo de la mujer que derrotaría al enemigo, la muerte, y el pecado, y por medio del cual nuestra relación con Dios sería restaurada. ¡Una mujer pecadora daría a luz un hijo que salvaría al mundo! ¡Cuán misericordioso es nuestro Señor, que proveyó un camino a través de la simiente de Eva para regresar a Él! ¡Y cuán maravillosa es la gracia ofrecida al hombre por medio de Jesús!

Su historia es nuestra historia

Sí, la historia del fracaso de Eva es la misma de nuestras vidas. Quizá has comido del fruto prohibido del adulterio, de no respetar la autoridad de tu esposo, de anular su liderazgo, de ser acusadora en tu casa, o quizá de la pereza y negligencia. Pero, al igual que la historia de Eva, la nuestra no tiene por qué terminar en nuestros pecados. Tenemos una esperanza viva en Cristo, quien vino al mundo para morir en la cruz y darnos vida. Y porque Él vive, tú y yo estamos capacitadas para obedecer el propósito para el que fuimos creadas.

Tenemos nuestra identidad restaurada porque Él vive. ¿Dudas de esto? Hacia el final del relato de la caída, el hombre le da un nuevo nombre a su mujer. La llama Eva, que significa dadora de vida. Por la promesa de Aquel que vendría, Eva ya no sería quien quita la vida, sino quien la da. De igual manera, tú y yo podemos extender vida a otros mientras vivimos para la gloria de Dios por medio de Cristo.

La historia de Eva es una historia de gracia. Gracias a la obra de nuestro Dios, no solo podemos recordar lo malo de la vida de ella, sino el increíble amor del que fue recipiente y por el cual se convirtió en madre de todos los vivientes. Esta misma gracia es ofrecida a nosotras en Jesús. Seamos, pues, diligentes en confesar nuestros pecados para recibir de esta gracia que nos hace nuevas criaturas y capacita para actuar según nuestra verdadera identidad: dadoras de vida. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).


Imagen: Lightstock
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